(...Y, sobre todo, su economía)
Por J. Valeriano Colque (*) |
Las inoportunas chanzas en las que se enredó el ministro de
Economía de la Nación, Axel Kicillof, desentonan en grado extremo con el clima
de inquietud que se respira en las variadas ramas de la producción y de las
finanzas en el país.
Pero también caen como un chiste de mal gusto sobre millones
de argentinos preocupados por la pobreza, la inflación y la suba cotidiana de
los precios de la canasta familiar básica.
Ahora, en su doble juego de jefe de la cartera de Economía y
precandidato a diputado nacional por el kirchnerismo de la ciudad de Buenos
Aires, Kicillof amenazó el pasado miércoles con violar el secreto fiscal y
hacer público el listado de los contribuyentes que pagan el Impuesto a las
-Ganancias.
Además, había deslizado la posibilidad de que el Estado
nacional interviniera en el mercado inmobiliario, fijando precios topes y un
impuesto extra para los propietarios que tienen un inmueble desocupado y no lo
ofrecen en alquiler.
Tuvo el ministro otros derrapes, como cuando se preguntó:
“¿A quién le importa el dólar?”. Se trata del mismo funcionario que trató de
justificar la ausencia de datos oficiales sobre la pobreza para no
“estigmatizar” a los millones de conciudadanos que viven en esa condición.
Metido en el barro de la política de mala catadura y más
enfocado en el proselitismo que en los vaivenes de una economía inestable y sin
horizonte definido, Kicillof no tuvo mejor ocurrencia que desmentirse a sí
mismo y calificar a sus dichos del miércoles como “un chiste de porteños”.
La realidad indica que el país (y, sobre todo, la economía)
no está para bromas, si es que ese fue en verdad el motivo que llevó a Kicillof
a incurrir en dislates inadecuados que luego trató de colorear como un paso de
comedia. Sería prudente que los funcionarios públicos obren con dignidad y
asuman la responsabilidad que les demanda el cargo en el que se desempeñan (aun
cuando no hayan sido elegidos por el voto de la gente).
Se trata de una demanda de la sociedad en general, afligida
por las carencias cotidianas, y de los sectores productivos que se muestran
exasperados por las oscilaciones de un escenario macroeconómico de
inestabilidad y de magra rentabilidad. Tampoco es de sana convivencia utilizar
términos de tribuna para dar marcha atrás con lo ya expresado. “Lo quiero
desmentir, es una taradez, yo no lo dije. Me da lástima por la gente que se
asustó”, la embarró Kicillof.
De cara a comicios como las primarias abiertas, simultáneas
y obligatorias (Paso), la ciudadanía comienza a meditar su voto. Ello requiere
un nivel de seriedad de los que gobiernan y de los múltiples candidatos en
carrera. Kicillof debería entender que las urnas no son un chiste.
Tres grandes actores
en medio de la campaña
Más que en un chiste, los últimos 60 días se transformaron
en una pesadilla para los sectores productivos, entendiendo a estos como la
industria, en sus variadas ramas, y a las actividades del campo, donde todavía
queda algún margen de rentabilidad.
En ese tiempo, desde el cierre del primer semestre hasta
acá, hubo tres chiflados que se subieron decididamente al escenario, pero no
para llevar a la risa a los espectadores, sino, por el contrario, para
conducirlos al llanto.Estos personajes son el dólar–tanto el oficial como el
paralelo–, la suba de costos y la situación de Brasil, hundido en el combo que
forman la devaluación con la caída de demanda interna. La realidad viene
demostrando que ninguno de estos tres grandes actores del momento es previsible
en sus roles, porque se han despegado de cualquier libreto. En particular, se
despegaron del argumento trazado por Kicillof, cuyas últimas declaraciones
exasperan al candidato oficial, Daniel Scioli, preocupado por imponerse en la
primera vuelta electoral.
El dólar es un problema a dos puntas. Los sectores
exportadores están arrinconados por un tipo de cambio licuado por la inflación
y al mismo tiempo comienzan a preocuparse por la enorme brecha existente con el
dólar paralelo, que pasó del 40 al 60 % en 20 días. Esa diferencia, que hasta
ahora no pudo (y todo indica que no podrá) atenuarse con el aumento de las
tasas de interés en plazo fijo, comienza a incidir sobre decisiones de
inversión y ahorro por parte de los individuos y complica colateralmente a
rubros como el inmobiliario. La explicación del dólar imprevisible, pasa por la
enorme inestabilidad de la macroeconomía argentina.
De 1 a 10, la economía está en 5 puntos y existe falta de
libertad en la economía. El punto es que esta calificación alcanza al que
debería haber sido el mejor trimestre del año, cuando entran los dólares de la
soja y comenzarían a verse recursos de las paritarias salariales. Ahora, por
estacionalidad, viene el ciclo más duro de la economía que se desarrollará en
medio del proceso electoral.
Los costos operativos, por su lado, no dejan de subir, aun
cuando la inflación se desacelere. Las empresas traen las arcas exigidas por el
pago del medio aguinaldo, erogación obviamente prevista, pero nadie comprende
muy bien por qué aumentan precios de insumos, repuestos y materias primas
elementales. Es un goteo constante: 2, 3, 5 % de aumento, mes a mes.
Y Brasil, un país cuya tracción es clave para algunos
sectores industriales argentinos, como las automotrices y las alimentarias,
suma una doble inquietud. La demanda en ese mercado se contrajo más que lo
esperado a principios de año, aumentó el desempleo y se sumó una nueva devaluación
del real, lo cual prácticamente arrincona a los pocos productos argentinos con
ese destino.
Es decir, si alguien pensaba que el ciclo político se
impondría indefectiblemente sobre el escenario económico, deberá ensayar algún
otro argumento. El primero que debería tomar nota de esto es quien lleva las
riendas de la economía: un muchacho llamado Axel.
El calendario
electoral no debe condicionar la subsistencia digna de los argentinos
Al contrario de lo que podría esperarse, los excelentes
niveles de producción de las economías regionales en la última campaña parecen
desatar una tormenta económica perfecta sobre distintas regiones del país. Las
condiciones climáticas, las inversiones y los desarrollos en materia de
investigación permitieron que las producciones de frutas en el sur, vid en la
zona cuyana, cítricos en el nordeste y azúcar en el norte argentino alcanzaran
volúmenes importantes.
Sin embargo, esta situación no resultó un alivio para
pequeños y medianos productores. Por los altos costos y la falta de
rentabilidad para exportar, debieron destinar la cosecha al mercado interno.
Esto provocó una sobreoferta, con su consiguiente baja en el precio, que llevó
a la quiebra de miles de establecimientos familiares y a una mayor
concentración en la actividad.
No se trata sólo de un preocupante cuadro económico, sino
también de una delicada coyuntura social. Miles de trabajadores no tuvieron
empleos temporarios, en tanto millones de kilogramos de peras, uvas y limones,
entre otros productos, debieron desperdiciarse ante las pérdidas que originaba
su eventual cosecha. Todo esto sucedió, además, en un país donde al menos uno
de cuatro argentinos vive en la pobreza, según estudios privados.
Sobre el suelo patagónico, con centro en las provincias de
Neuquén y Río Negro, yacen 250 millones de kilos de peras y manzanas que los
productores dejaron pudrir. No pudieron sostener el costo de recoger esas
frutas y venderlas a pérdida en el mercado interno.
Una situación similar enfrentan los productores de azúcar,
que tendrían unas 300 mil toneladas sin colocar. Una alternativa sería
destinarlas a la elaboración de bioetanol, pero esto provocaría un daño
económico en la comercialización del maíz y en las fábricas que se levantaron
para elaborar combustible con base en el cereal.
La industria frigorífica perdió 138 empresas y 21 mil
trabajadores en los últimos años. Unos 1,5 millones de litros de leche
terminaron arrojados a los campos por los tamberos que reclamaron días atrás un
mayor precio por parte de las industrias. La caída en valor afecta a las
cuencas lecheras de Córdoba y Santa Fe.
Las producciones regionales repiten la misma coyuntura
basada en una caída de los precios internos y en el mundo, el fortalecimiento
del peso argentino ante el dólar–cuando las monedas de los países a los que se
exportan se devalúan–y una elevada presión fiscal.
Las alertas lanzadas por el campo y por las autoridades
regionales requieren una urgente respuesta del Gobierno nacional para evitar
que las condiciones económicas y sociales sigan deteriorándose. El calendario
electoral no debe condicionar la subsistencia digna de los argentinos y la
existencia de miles de empresas familiares.
(*) Economista
© Agensur.info
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