Por Jorge Fernández Díaz |
Se quedó frío y mudo al otro lado de la línea. El gobernador
venía haciendo una ronda de llamadas para tratar de entender el impacto
político y social del affaire de la
efedrina, y no esperaba semejante respuesta. Un amigo personal, que tuvo un
cargo relevante en el gobierno de Néstor Kirchner, le dijo con sinceridad que
el informe periodístico de Lanata le parecía por lo menos verosímil.
Y a
continuación, le explicó que en 2007 Aníbal Fernández había reclamado
ardorosamente para su ministerio el Renar y el Registro de Precursores
Químicos. "No se entendía para qué necesitaba esos dos organismos tan
alejados y disímiles, y todos interpretamos entonces que se debía simplemente a
su vocación de pacman: Aníbal
acumulaba poder de manera voraz -le explicó-. Pero sus argumentaciones eran
vagas. Decía que necesitaba el Renar porque estaba propiciando el desarme, y el
registro, porque estaba luchando contra la droga. Le dijimos que no, porque
parecía un capricho, y él estaba más caliente que una pipa. Terció unos días
más tarde el propio Néstor, que encontró una solución salomónica: le cerró el
camino con los precursores, pero le entregó el registro de las armas." El
ex funcionario kirchnerista notó que Scioli estaba demudado, y siguió:
"Todavía no sabíamos nada de la efedrina ni había ocurrido el triple
crimen, Daniel. Por eso se nos heló la sangre el domingo mirando la
televisión".
El amigo del gobernador naranja le agregó más datos
inquietantes acerca de los aportes que Sebastián Forza hizo ese mismo año a la
campaña de Cristina Kirchner, y luego le recordó las dificultades que
presentaba para las aspiraciones del ajedrecista de Villa La Ñata un eventual
triunfo de Aníbal en la provincia de Buenos Aires: lejos de limpiar con votos
al acusado, éste seguirá bajo sospecha (la campaña electoral no termina este
domingo, sino que recién comienza) y hay un serio riesgo de que el aspirante a
gobernador por el Frente para la Victoria se transforme en un collar de sandías
para un candidato presidencial que necesita la adhesión de los segmentos
independientes. Hoy salir por los barrios con Aníbal, figurar con él en un
cartel o en un spot, tiene un efecto similar a pasear en moto con Boudou. Pero
es cierto también que estamos en la Argentina: hay sectores sociales
completamente indiferentes a la ética política y a la reflexión
institucionalista, que son afectos a la desmemoria selectiva y a la
relativización moral. Y al fin de cuentas, este gobierno se ha especializado en
limar grandes bolas de nieve, hasta convertirlas en inofensivos granitos de
pimienta. Para ello cuenta con un ejército de periodistas adictos, jueces
manipulables, agentes de los servicios y otras delicias de la "democracia
popular". Éste será recordado como el año de la vergüenza: empezó con el
balazo en la cabeza de Nisman y promedia con las sombras temibles de la
narcopolítica; en el medio decapitaron a un camarista que iba a fallar en
contra de la Presidenta y a un juez que estaba investigando su patrimonio
familiar. En todos estos graves episodios, Aníbal puso la cara y tuvo una
acción decidida. Y Cristina Kirchner, sin dudar un segundo y sin reunir
pruebas, sin la necesidad de darle una explicación razonable a la sociedad y
sin temor a quedar pegada a futuro en un hecho eventualmente mafioso, salió a
respaldar a su escudero y a pagar así sus excelsos servicios. Aníbal se lo ganó
a pulso: pocos dirigentes son capaces de defender con tanta eficiencia lo
indefendible.
Su propia defensa, sin embargo, mostró esta vez
fragilidades, tal vez fruto del nerviosismo. Si uno se atiene a las sugerencias
de Aníbal, en esta "fabulosa operación mediática" Domínguez y
Espinoza aportaron la financiación; Carrió, la casa, y Magnetto, los
micrófonos. Esto sin contar con la inspiración divina de Bergoglio; la
logística secreta de la CIA y la pasiva tolerancia de la administración Scioli,
que habría permitido el ingreso del enemigo público número uno a la cárcel de
máxima seguridad con sus cámaras. Parece que estamos en presencia de una banda
celular de alcance cósmico.
Los socios políticos de Aníbal se pasaron toda la semana
diciendo que no era serio creerle a un delincuente. Es una vieja táctica, muy
utilizada por los sacapresos, para embarrar la cancha y engañar a los jurados.
Pero se trata de un argumento en principio falaz: los anales judiciales de
todos los tiempos y, muy especialmente, los archivos del FBI están llenos de
casos en los que asesinos de la peor calaña aportaron información veraz sobre
causas de envergadura. La figura del arrepentido intenta legalizar y promover
precisamente esa práctica. Ahora bien, la aparición de estos personajes le puso
la piel de gallina al oficialismo: ¿cuántos "arrepentidos" quedan
sembrados y con ganas de hablar luego de doce años de látigo y resentimientos?
No hay certezas si Aníbal es culpable o inocente, pero es
escalofriante que lo denunciado les resulte creíble a muchos de sus compañeros
de ruta y, sobre todo, a los expertos en la materia: los narcos entraron en la
Argentina, y eso no se consigue sino con la protección de los peces gordos del
Estado. El viejo método de la policía corrupta consiste, además, en detectar
negocios ilegales, cercar a sus responsables, pedirles una
"indemnización" y luego directamente estatizar sus oficios: es decir,
obligarlos a seguir "recaudando", pero con fuertes utilidades para
quien les brinda cobertura. Así y todo, resulta poco convincente que un ministro
coordinador haya enviado matar a tres personas. Sólo una justicia imparcial,
que no se dejara intimidar por el cargo, podría sacarnos de esta cruel duda.
Pero ¿existe esa justicia? Es difícil que se anime frente al alegato cerrado y
corporativo del gran partido de poder.
En una república seria y frente a una pesquisa de esta
resonancia, los líderes políticos se mostrarían consternados y manifestarían la
firme voluntad de aportar documentación y ayudar a los fiscales; también
repudiarían sin matices el tráfico de drogas. En algunos países, el ministro
sospechado daría incluso un paso al costado para no condicionar a los jueces.
¿Qué sucedió aquí? La Presidenta comparó al equipo de Lanata con un Grupo de
Tareas y usó la tristemente célebre frase de Grondona: "Todo pasa".
Los ultrakirchneristas salieron a proclamar la inocencia del sospechoso y los
periodistas pagos se ofrecieron como defensores oficiales del ministro, que ni
amagó con renunciar y que hasta se permitió hacer bromas. A nadie le pareció
que la narcopolítica era un límite y que merecía otro tratamiento. El punto
máximo de esta actitud lo tuvo el Consejo Nacional Federal del Partido
Justicialista, oligarcas estatales que para cuidar los cargos y las fortunas no
dudaron en tachar el trabajo de Lanata como una denuncia falsa, producto de que
"el Grupo Clarín no acepta la inminente derrota de sus candidatos".
La casta de señores feudales se había tragado una lluvia de sapos y varios tyrannosaurus rex; habían justificado
corrupciones y atropellos institucionales. Esta vez fueron más allá,
demostrando que tienen un estómago a prueba de cualquier bocado. Es penoso que
los peronistas se hayan convertido en esta tropilla sin sentimientos ni pudor,
y que traicionen su propia evolución histórica: la droga mata al pueblo y
corrompe todo. Nada les importa, salvo retener su parcela. Y todo pasa,
compañeros. Todo pasa.
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