domingo, 9 de agosto de 2015

La inquietante verosimilitud del espanto

Por Jorge Fernández Díaz
Se quedó frío y mudo al otro lado de la línea. El gobernador venía haciendo una ronda de llamadas para tratar de entender el impacto político y social del affaire de la efedrina, y no esperaba semejante respuesta. Un amigo personal, que tuvo un cargo relevante en el gobierno de Néstor Kirchner, le dijo con sinceridad que el informe periodístico de Lanata le parecía por lo menos verosímil. 

Y a continuación, le explicó que en 2007 Aníbal Fernández había reclamado ardorosamente para su ministerio el Renar y el Registro de Precursores Químicos. "No se entendía para qué necesitaba esos dos organismos tan alejados y disímiles, y todos interpretamos entonces que se debía simplemente a su vocación de pacman: Aníbal acumulaba poder de manera voraz -le explicó-. Pero sus argumentaciones eran vagas. Decía que necesitaba el Renar porque estaba propiciando el desarme, y el registro, porque estaba luchando contra la droga. Le dijimos que no, porque parecía un capricho, y él estaba más caliente que una pipa. Terció unos días más tarde el propio Néstor, que encontró una solución salomónica: le cerró el camino con los precursores, pero le entregó el registro de las armas." El ex funcionario kirchnerista notó que Scioli estaba demudado, y siguió: "Todavía no sabíamos nada de la efedrina ni había ocurrido el triple crimen, Daniel. Por eso se nos heló la sangre el domingo mirando la televisión".

El amigo del gobernador naranja le agregó más datos inquietantes acerca de los aportes que Sebastián Forza hizo ese mismo año a la campaña de Cristina Kirchner, y luego le recordó las dificultades que presentaba para las aspiraciones del ajedrecista de Villa La Ñata un eventual triunfo de Aníbal en la provincia de Buenos Aires: lejos de limpiar con votos al acusado, éste seguirá bajo sospecha (la campaña electoral no termina este domingo, sino que recién comienza) y hay un serio riesgo de que el aspirante a gobernador por el Frente para la Victoria se transforme en un collar de sandías para un candidato presidencial que necesita la adhesión de los segmentos independientes. Hoy salir por los barrios con Aníbal, figurar con él en un cartel o en un spot, tiene un efecto similar a pasear en moto con Boudou. Pero es cierto también que estamos en la Argentina: hay sectores sociales completamente indiferentes a la ética política y a la reflexión institucionalista, que son afectos a la desmemoria selectiva y a la relativización moral. Y al fin de cuentas, este gobierno se ha especializado en limar grandes bolas de nieve, hasta convertirlas en inofensivos granitos de pimienta. Para ello cuenta con un ejército de periodistas adictos, jueces manipulables, agentes de los servicios y otras delicias de la "democracia popular". Éste será recordado como el año de la vergüenza: empezó con el balazo en la cabeza de Nisman y promedia con las sombras temibles de la narcopolítica; en el medio decapitaron a un camarista que iba a fallar en contra de la Presidenta y a un juez que estaba investigando su patrimonio familiar. En todos estos graves episodios, Aníbal puso la cara y tuvo una acción decidida. Y Cristina Kirchner, sin dudar un segundo y sin reunir pruebas, sin la necesidad de darle una explicación razonable a la sociedad y sin temor a quedar pegada a futuro en un hecho eventualmente mafioso, salió a respaldar a su escudero y a pagar así sus excelsos servicios. Aníbal se lo ganó a pulso: pocos dirigentes son capaces de defender con tanta eficiencia lo indefendible.

Su propia defensa, sin embargo, mostró esta vez fragilidades, tal vez fruto del nerviosismo. Si uno se atiene a las sugerencias de Aníbal, en esta "fabulosa operación mediática" Domínguez y Espinoza aportaron la financiación; Carrió, la casa, y Magnetto, los micrófonos. Esto sin contar con la inspiración divina de Bergoglio; la logística secreta de la CIA y la pasiva tolerancia de la administración Scioli, que habría permitido el ingreso del enemigo público número uno a la cárcel de máxima seguridad con sus cámaras. Parece que estamos en presencia de una banda celular de alcance cósmico.

Los socios políticos de Aníbal se pasaron toda la semana diciendo que no era serio creerle a un delincuente. Es una vieja táctica, muy utilizada por los sacapresos, para embarrar la cancha y engañar a los jurados. Pero se trata de un argumento en principio falaz: los anales judiciales de todos los tiempos y, muy especialmente, los archivos del FBI están llenos de casos en los que asesinos de la peor calaña aportaron información veraz sobre causas de envergadura. La figura del arrepentido intenta legalizar y promover precisamente esa práctica. Ahora bien, la aparición de estos personajes le puso la piel de gallina al oficialismo: ¿cuántos "arrepentidos" quedan sembrados y con ganas de hablar luego de doce años de látigo y resentimientos?

No hay certezas si Aníbal es culpable o inocente, pero es escalofriante que lo denunciado les resulte creíble a muchos de sus compañeros de ruta y, sobre todo, a los expertos en la materia: los narcos entraron en la Argentina, y eso no se consigue sino con la protección de los peces gordos del Estado. El viejo método de la policía corrupta consiste, además, en detectar negocios ilegales, cercar a sus responsables, pedirles una "indemnización" y luego directamente estatizar sus oficios: es decir, obligarlos a seguir "recaudando", pero con fuertes utilidades para quien les brinda cobertura. Así y todo, resulta poco convincente que un ministro coordinador haya enviado matar a tres personas. Sólo una justicia imparcial, que no se dejara intimidar por el cargo, podría sacarnos de esta cruel duda. Pero ¿existe esa justicia? Es difícil que se anime frente al alegato cerrado y corporativo del gran partido de poder.

En una república seria y frente a una pesquisa de esta resonancia, los líderes políticos se mostrarían consternados y manifestarían la firme voluntad de aportar documentación y ayudar a los fiscales; también repudiarían sin matices el tráfico de drogas. En algunos países, el ministro sospechado daría incluso un paso al costado para no condicionar a los jueces. ¿Qué sucedió aquí? La Presidenta comparó al equipo de Lanata con un Grupo de Tareas y usó la tristemente célebre frase de Grondona: "Todo pasa". Los ultrakirchneristas salieron a proclamar la inocencia del sospechoso y los periodistas pagos se ofrecieron como defensores oficiales del ministro, que ni amagó con renunciar y que hasta se permitió hacer bromas. A nadie le pareció que la narcopolítica era un límite y que merecía otro tratamiento. El punto máximo de esta actitud lo tuvo el Consejo Nacional Federal del Partido Justicialista, oligarcas estatales que para cuidar los cargos y las fortunas no dudaron en tachar el trabajo de Lanata como una denuncia falsa, producto de que "el Grupo Clarín no acepta la inminente derrota de sus candidatos". La casta de señores feudales se había tragado una lluvia de sapos y varios tyrannosaurus rex; habían justificado corrupciones y atropellos institucionales. Esta vez fueron más allá, demostrando que tienen un estómago a prueba de cualquier bocado. Es penoso que los peronistas se hayan convertido en esta tropilla sin sentimientos ni pudor, y que traicionen su propia evolución histórica: la droga mata al pueblo y corrompe todo. Nada les importa, salvo retener su parcela. Y todo pasa, compañeros. Todo pasa.

© La Nación

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