Por Jorge Fernández Díaz |
"Scioli es de los gobernantes que están donde están los
problemas." Esa frase de interpretación dual y anfibia, que busca destacar
la vocación de servicio, también puede ser leída como la fatalidad de alguien a
quien sus propios problemas lo persiguen de cerca, o incluso que él mismo los
desata. De hecho, la cita fue pronunciada por Alberto Pérez mientras Scioli se
encontraba de viaje.
No bien su jefe pisó territorio italiano, un violento
temporal azotó Calabria, produjo inundaciones y evacuados, y levantó una
conmoción política. Las nubes tormentosas persiguen al motonauta. Si se inunda
Italia, ¿cómo no se van a inundar Areco y Luján?, habrían argumentado con
cinismo sus socios. Pero el kirchnerismo estaba más ocupado en apartarse de
Scioli como si portara la peste bubónica, y en abandonarlo a la intemperie
mientras llovía. Viendo las imágenes del naufragio, más de alguno habrá pensado
en la "maldición del gobernador"; ningún mandatario bonaerense
consiguió luego alcanzar la Presidencia. El arrastre que el marketing de toda
victoria electoral provoca pareció aguarse de pronto con la catástrofe y con el
bochorno de esa frívola ausencia. El daño político fue considerable, aunque
nadie sabe si será duradero. De todas maneras, quedaron al desnudo en esta
semana maldita todos los pecados del oficialismo: su perversa política de
fondos nacionales, la mediocridad gestionaria de la provincia y la grieta
profunda que ahora esconde el Frente para la Victoria. Una vez más, ¿puede
gobernar el país una coalición formada por enemigos intensos que se odian y que
guardan puñales bajo la mesa?
La reencarnación rediviva de los caudillos federales vino a
liquidar al federalismo: Cristina concentró recursos en Balcarce 50, puenteó a
los gobernadores para tener en un puño a los intendentes, destrozó así la
chance de una planificación coordinada y castigó a Buenos Aires para
estrangular a Scioli. El amo de Villa La Ñata, con tal de recibir la herencia,
bajó la cabeza y permitió el descontrol. Las hidráulicas no son obras visibles
ni muy rentables en las urnas, y en doce años de crecimiento a tasas chinas no
hubo dinero para ponerlas en marcha. El kirchnerismo y su fiel servidor fueron
más afectos al gigantismo marketinero y a la publicidad oficial. Y apostaron
más al consumo que a la infraestructura, porque para el populismo lo que cuenta
no es el futuro, sino el puro presente. Hasta que el futuro, como el diablo, se
presenta a cobrar su factura y entonces la correntada se lleva el cadáver de su
relato. Quienes venían a reivindicar el Estado demostraron que son
increíblemente ineptos para el desafío. El intelectual Alejandro Katz los
definió así: "Son una insólita combinación de incompetencia con arrogancia
montonera".
No fue un pensador ni un dirigente crítico, sin embargo,
quien mejor definió la situación, sino un humilde curita de Salto. El padre Domingo
Pisoni aseguró: "Así como no tenemos memoria de una inundación como ésta,
tampoco tenemos memoria de que se haya realizado alguna obra. Las promesas
están, la cuenca del Salado hace años que está presupuestada, pero bueno? la
corrupción no sólo mata, también inunda". A continuación dio una
explicación bastante simple, aunque políticamente incorrecta, sobre los
resultados comiciales del domingo: "Terminamos votando mentiras, pero no
por complicidad, sino porque el pobre no tiene otra alternativa al estar
agarrado a través de los subsidios". Y remató con un concepto que ni el
frente Cambiemos sería hoy capaz de articular: "Indigna que haya dinero
rápido para otras cosas; para solucionar los problemas de los clubes o el
propio Fútbol para Todos. Aporta más votos todo eso que hacer algunas
alcantarillas". Dijo más un párroco de pueblo que toda la oposición
organizada. A propósito, mientras se sucedían las desgracias en los cuarenta
municipios, un importante funcionario de Scioli se dedicaba a presionar ásperamente
a los presidentes de clubes para que Tinelli se entronizara en la AFA.
Prioridades de la alta política.
No crean tampoco que la reina estaba entregada en cuerpo y
alma al desastre. Más bien se concentraba en la interna. Compró la idea de que
su heredero naranja estuvo detrás de la denuncia de la efedrina que televisó El
Trece y, por lo tanto, el príncipe Máximo salió el lunes con sus dardos
vengativos: "Ningún candidato presidencial superó el 40%, y eso demuestra
que el pueblo no quiere a ningún dirigente protegido por los medios y grupos
económicos". El primogénito es muy desagradecido para con quien operó en
Tribunales y le amortiguó una causa caliente. La mismísima Casa Rosada filtró
después cierto malestar frente al hecho de que Scioli no hubiera garantizado un
triunfo tan holgado como Cristina en 2011. A las sospechas de conjuras, hay que
agregar aquí los celos que despertaron ese triunfo y el miedo que les da perder
centralidad y ponerse a tiro del nuevo macho alfa. También la necesidad de que
Scioli gane, pero quede débil, para poder manipularlo; una admisión tácita de
que pretenden sí o sí el doble comando. Por eso mandaron al intrépido Martín
Sabbatella a anunciar lo que necesitan que se entienda bien: "La líder del
proyecto va a seguir siendo Cristina". Dice el refrán popular: "Si
éste es el noviazgo, ¡cómo será el matrimonio!".
Esas recriminaciones por un resultado tibio esconden también
la nube de camelos en la que flotan. Ni se les pasa por la cabeza que esa
performance se debe a que absolutamente todos los indicadores económicos de
hoy, comparados con 2011, son calamitosos. Sin contar con los escándalos de
corrupción y las muestras de impunidad, y las sospechas de prohijar el ingreso
del narcotráfico en la Argentina. A Scioli deberían darle una medalla por el
último milagro dominguero. De hecho, la oposición se devana los sesos para
doblarle el brazo y terminar con la dispersión del voto. Algunos aseguran que
no existe un peligro profundo en el hecho de que vuelva a ganar el
kirchnerismo, y entonces se permiten el lujo de votar a candidatos que no
tienen chances. Esa idea testimonial colisiona con múltiples argumentos, pero
hay uno que resulta alarmante. Todo indica que por este camino el oficialismo
dominará el Senado de la Nación. Y que con partidos satélite, traiciones
previsibles y gracias a los "entusiasmos clásicos" de una nueva
gestión presidencial, el Frente para la Victoria conseguirá en marzo no sólo
nombrar nuevos jueces adictos, sino construir la Corte Suprema soñada, con
mayoría automática incluida. Hay quienes ya han hecho las cuentas. ¿Nada grave
se juega en octubre? Sería interesante que líderes probos para quienes esta
maniobra resultaría una aberración meditaran un poco. Después será fácil, pero
completamente vano, buscar micrófonos para denunciar el atropello
institucional.
La ingenuidad se paga muy cara en política. Enfrentar con
ideologías inflexibles un movimiento plástico y dominante es un suicidio.
Revela Silvia Mercado en su último libro que cuando le pidieron una definición
ideológica sobre el peronismo, el empresario Jorge Antonio dijo: "Hay que
seguir la ruta del dinero. Cuando hay plata en el Estado, se compran
ferrocarriles. Cuando no hay, se los vende". A esta clase de dominación
desprejuiciada, pragmática y hegemónica -a este régimen, como diría Octavio
Paz- se enfrenta la peligrosa dispersión de los rígidos y de las almas bellas.
Que siempre pierden.
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