El candidato del FpV busca que su declaración de
bienes y el voto tucumano
lo alejen de la inundación.
Por Roberto García |
Popeye espera ansioso la
lata de espinaca para respirar y exhibir músculo: dispondrá de una fuerza
adicional si mañana, en las elecciones de
Tucumán, su fracción política obtiene una diferencia
superior al 7 u 8% sobre un ensamble rival. Caso contrario, si el
margen fuese más reducido, Daniel Scioli no
sería Popeye y quizás deba consultar a un terapeuta para redimirse de la
depresión.
Cuenta, para evitar esa
convocatoria al diván, con el antecedente de los últimos comicios en la
provincia en el que la oposición fue vapuleada escandalosamente y su jefe José
Cano, quien no participó entonces como candidato –lo que sí hará este domingo–,
justificó la debacle bajo la excusa de que no pudo fiscalizar la votación,
una puerilidad sobre el fraude en boca de un profesional de la política con
pasado radical. “Si no cuidan sus votos, no pretendan que lo hagamos nosotros”,
ha sido una frase eterna del peronismo que no recordaba un acomodaticio Cano,
quien ha ido de la UCR a Sergio Massa y, de allí, a Mauricio Macri. Para el
caso de que sea cierta su candorosa explicación y no pueda mañana resolver esa
falla en los controles electorales (en su porfía local contra el ex ministro de
Salud Juan Manzur), les quitará holgura a las expectativas de Macri y Massa
para la primera vuelta presidencial del 25 de octubre. Es que un distrito
significativo como Tucumán (el quinto del país), como el resto del NOA y del
NEA, no parece sonreír a las coaliciones contrarias al Gobierno, más bien las
limita y condiciona. Aunque, claro, esa parte del mapa no es todo el mapa.
Scioli, en cambio, confía
en el favoritismo tucumano para revertir una suerte amarga que lo persigue
desde hace 15 días, cuando dejó de ser incombustible y empezaron las reyertas
con su propio gobierno y con la sociedad misma por un inaudito
viaje a Roma en medio de las inundaciones, la piedra del escándalo
de otras intoxicaciones. Si hasta parece que las mieles de una victoria con su
candidato podrían sumarle, esta semana, a la publicación de su declaracion
jurada de bienes, una exigencia ética largamente demorada y que
ahora lo obligó la ley si quiere postularse.Tanta dilación, claro, motivó
suspicacias de índole diversa en las redes sociales que pretende
disipar con la presentación armada por su contador de confianza, Rafael
Perelmiter, a quien más de uno le asigna responsabilidades clave en un futuro
gobierno si es que le toca ser gobierno. Hace años que lo acompaña en esos
menesteres tributarios y, se supone, luego de ese acto administrativo, Scioli
replicará a Macri, quien luego de entrevistar al jefe de la AFIP, Ricardo
Echegaray, lo consideró un funcionario a conservar en un cambio de mando. De
paso, Scioli podrá develar incógnitas propagadas sobre su historia impositiva,
operaciones inmobiliarias y vínculos sucesorios que hasta lo relacionaron con
magnates italianos que invirtieron en campos de la empresa Comega, de Mario
Hirsch, socio, custodio y multiplicador de la fortuna de Bunge & Born (cuya
viuda, Elena Olazábal, suele tomar el té con Elisa Carrió).
Sorprenden ciertas
coincidencias con Macri, inclusive en temas personales, cuando ambos compiten
por el mismo título. Para malestar de Cristina de Kirchner, quien observa como
una operacion de pinzas en su contra la amistad entre los dos aspirantes, de
ahí que en su reciente stand up de larga duración forzó a que su
candidato, Scioli, se distancie
hasta la pelea con Macri.
Inclusive, estima que el
dúo ejercita una adversa y silenciosa complicidad con el Grupo Clarín, al que
responsabiliza hasta de sus resfríos. Nadie
apuesta, en consecuencia, por la realización de un debate organizado por TN y
que parecía apalabrado con los tres contendientes principales. Scioli planta
bandera contra Clarín y se indigna con Macri, empieza a imaginar que es “mala
gente” como lo calificó Cristina. Viene a ser una devolución a lo que el
ingeniero boquense piensa de Ella: no debe considerarla mala gente,
sino que no es gente.
Futuro. De aquí a las elecciones, entonces, se
vuelve más que dudosa la promesa de que Macri y Scioli no se iban a atacar en
lo personal, como ellos lo confesaban en público: fiesta venidera para el
periodismo y advertencia para Massa, quien cabalgaba a expensas del
aburrimiento de sus otros dos rivales. En rigor, la discordia se precipitó al
estallar la batahola por el viaje de Scioli a Roma, ida y vuelta en el mismo
día, mientras subían las aguas en territorio bonaerense. Se saturaron las redes
sociales con críticas y, al mismo tiempo, se subieron como nuevas viejas
fotografías de Scioli con figuras del empresariado italiano, especialmente con
Giorgio Nocella, ya muerto, un emprendedor que en Cerdeña desarrolló Porto
Rotondo, participó en todo tipo de sociedades y fue productor de cine, amigo de
artistas, modelos, un reincidente en ese jubiloso mundo de la noche. Estas
cercanías de antaño molestaron en particular a Scioli, quien atribuyó este
ejercicio de recuerdos a especialistas de internet cobijados por Macri. Quizás
olvidándose, casi una curiosidad, que Nocella había sido el mejor amigo del
padre de Macri, Franco, y del propio Mauricio, todos embarcados en el mismo
barco de la felicidad de otra década. Ese raro frente abierto por Scioli, en
verdad, mitigó en compensación el berrinche de Cristina por las imputaciones
lanzadas contra su jefe de Gabinete, Aníbal
Fernández, sobre efedrina y un triple crimen, que en la Rosada se
vivió como una conspiración a la que no fueron ajenos la dupla
Domínguez-Espinoza y colaboradores cercanos al gobernador, como Ricardo Casal y
Alejandro Granados. Como se observará, había otra substancia más invisible bajo
la superficie en la que se habla del aprovechamiento indebido de los inundados.
La ficción continúa.
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