Por J. Valeriano Colque (*) |
La repentina adhesión de Mauricio Macri al déficit
desorganizado de uso partidario de Aerolíneas Argentinas llegó justo un día
antes de que la empresa exhibiera una de sus semanas de mayor incompetencia.
Toda una metáfora.
En efecto, la oposición política, en general, y el macrismo,
en particular, finalmente ingresaron hace unos meses a la Aldea Potemkin de la
economía armada por el Gobierno–y amarrada con hilos tan artificiales como los
de aquellos poblados de cartón piedra pensados para tranquilizar a los zares–,
justo antes de que las estanterías comenzaran a crujir.
La oposición terminó renunciando a ofrecer un relato
alternativo al del “modelo”, temerosa de encarnar el papel de desalmados
heraldos del ajuste–que igualmente el kirchnerismo logra encajarle–para empezar
a repetir los libretos K que, interpretan con certeza, quiere escuchar una
sociedad que no está dispuesta a recibir malas noticias. Una cobardía
inconducente.
Las explicaciones de por qué cruje la economía quedan
entonces en manos de las megabocinas del oficialismo, por un lado, y de un
grupito de economistas–no oficialistas y tampoco adscriptos a la oposición–,
por el otro. Los “malos” sin partido.
Como la explicación del oficialismo es superficial–sólo
refiere a unos pocos síntomas como el dólar blue–y conspirativa–“son los que
pretenden provocar pánico”, dijo el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández–, la
clase política en general acumula una deuda con la sociedad a la que pretende
dirigir.
Hoy nadie explica, en los partidos políticos, las razones de
fondo por las que, entre muchas otras cosas:
El exmodelo de
los superávits gemelos se ha vuelto adicto al endeudamiento. Axel Kicillof
volverá a pasar la gorra y tomará prestados como mínimo otros 3.000 millones de
pesos al 30 % anual. Es la octava colocación en el año. Viene a un ritmo de 10
mil millones de pesos al mes y creciendo, que se suman a lo que emite el Banco
Central para pasárselo al Tesoro.
Al despilfarro
nacional le han venido faltando este año, por cada día hábil, 822 millones
de pesos para cerrar sus cuentas. Nadie explica la montaña de dinero que
significa: el rojo de un día y medio de Kicillof.
Por qué se sigue
alentando el pensamiento mágico de que un candidato sonriente va a lograr este
milagro: que alguien va a invertir un dólar–del colchón o traído de
afuera–cambiándolo por 9,16 pesos y sin permiso para disponer de sus ganancias.
Por qué sigue cayendo
el superávit comercial–en un país que no tiene acceso a otras divisas que no
sean esas–, pese al cepo, el cierre parcial de importaciones, la caída de los
precios del petróleo (el Gobierno aduce la caída de los precios de los granos).
Nadie sabe qué va a pasar de acá a octubre o en los primeros
meses del año entrante. Pero podría darse el caso de que, llegado ese momento,
ni el oficialismo ni la oposición tengan ya nada creíble para decir.
Todos saben que hay
un elefante en el living…pero simulan no verlo
Todos saben que hay un elefante en el living. Pero simulan
no verlo.
Todos saben que Argentina está yendo a una devaluación, pero
los candidatos, incluso los opositores, cumplen el libreto del Gobierno:
silencio.
Bajo estas circunstancias, los discursos se ven forzados a
hacer piruetas que profundizan la anomia generalizada.
La frase de Axel Kicillof (“No crean todo lo que dice el
Gobierno”) es para un seminario de Paul Watzlawick, uno de los psicólogos que
vinculó las paradojas pragmáticas con la esquizofrenia. A Kicillof deberíamos
creerle que él tiene “todo estudiado” y que la tensión cambiaria es culpa del
“club de los devaluadores”, que hablan del tema para “joder a la gente”. Pero
resulta que, después, nos dice que no le creamos. ¿Dirá la verdad al sostener
que el Gobierno miente? ¿O eso es también mentira?
Cada día se estrella una paradoja del “modelo” que boquea.
Recientemente, se supo del corte de créditos subsidiados para compra de
tractores y cosechadoras. La razón: cada vez que se fabrica un tractor, en una
industria protegida según la biblia de este mismo Gobierno, hay que destinar
dólares a importar una porción mayoritaria de sus “tractopartes”. Pero, claro,
faltan dólares. Y entonces se corta el chorro para que no se importen piezas.
El drama es que, así, llegaría un punto en que no habría con qué sembrar los
granos que son casi la única fuente de... dólares. Es el límite del
proteccionismo a la bartola. Y no sólo eso.
Cristina Fernández hasta reformó el Banco Central con la
excusa de “promover el crédito a la producción”. Alguien debería avisarle que
una porción cada vez más predominante del crédito se usa para llenar el barril
sin fondo del fisco que comanda Kicillof.
La preocupación de los industriales: están hartos de
devaluaciones cíclicas que sólo resuelven los problemas por unos meses y a
costa de sacrificio social. Lo que les gustaría es que alguien les explique qué
políticas aplicarán después para no volvernos a comprar el espejismo de otra
“recuperación” de patas cortas, que sirve para entronizar a políticos
apropiadores del Estado, pero nunca para cortar la espiral del descenso.
Esta aparente calma
en el traslado a la economía real del problema evidente que existe con el blue
no significa que los precios estén congelados
Los precios, en particular aquellos vinculados con insumos
industriales, todavía no acusan el impacto de la enorme brecha que existe entre
la cotización del dólar oficial y del paralelo.
Sin embargo, de no encontrarle una salida al problema, el
traslado será inevitable, además del freno que tamaña diferencia implica para
cualquier intento exportador.
El escenario con el dólar paralelo podría describirse en una
imagen: no llueve, pero en el horizonte ya se ven las nubes.
El salto de las últimas semanas en el valor de la divisa en
el mercado informal aún no verificó un correlato en la gran mayoría de los
precios–en particular, aquellos vinculados con los insumos industriales–, pero
de mantenerse la actual brecha con el tipo de cambio oficial, la tormenta
podría desencadenarse.
Empresarios y comerciantes señalan que esta aparente calma
en el traslado a la economía real del problema evidente que existe con el blue
no significa que los precios estén congelados.
Todo lo contrario: sistemáticamente, durante los últimos
meses, se vienen produciendo retoques que van del 2 al 5 %, en particular en
productos de origen nacional.
Quizá la falta de reacción de la demanda sirva de contención
para evitar incrementos mayores. Tras las paritarias, el consumo de artículos
de la canasta básica no sólo no se recuperó, sino que volvió a caer otro 1,5 %
en junio. Es un dato complicado para los políticos en un año electoral.
Otro elemento inquietante es que la máquina de traer dólares
al país, el comercio exterior, está lejos de reaccionar. El superávit comercial
del semestre está en los niveles de 2001. Es de 1.231,4 millones de dólares, un
62 % por debajo de igual lapso de 2014.
¿Qué tiene que ver con la brecha entre el dólar oficial y el
paralelo? Todo. No hay a la vista ningún incentivo para que los exportadores,
que cobran sus ventas a 9,15 menos retenciones, busquen recuperar la dinámica
perdida. Por el contrario, cada día ven las nubes un poquito más cerca.
La presión
impositiva, el retraso cambiario y el empuje hacia arriba del dólar blue son
los temas que más preocupan a los industriales
Es bueno reconocer el avance de la industria hasta 2011–año
en el que la industria logró igualar la producción per cápita de 1974–pero
actualmente el sector está 4,5 % por debajo de ese año. Ni en 2011 estábamos en
la panacea, ni ahora estamos al borde del precipicio.
El actual modelo económico se enfoca en el mercado interno,
en detrimento de la inversión, lo que sumado al efecto de la inflación, termina
generando la pérdida de competitividad.
En el último año, la retracción de Brasil y la suba del
dólar en el mundo agravaron la situación. Hoy Argentina es la moneda de la
región, no solo frente al dólar sino frente al resto de las divisas y eso
asfixia a la industria.
La mayor preocupación actual es la presión fiscal. Las
“aduanas interiores” que se crearon con la superposición de impuestos de
Ingresos Brutos (Actividades Económicas) y tasas municipales para las empresas
que actúan en las diferentes provincias, lo que no hacen otra cosa que elevar
la presión impositiva.
(*) Economista
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