sábado, 1 de agosto de 2015

Explicación superficial

Por J. Valeriano Colque (*)
La repentina adhesión de Mauricio Macri al déficit desorganizado de uso partidario de Aerolíneas Argentinas llegó justo un día antes de que la empresa exhibiera una de sus semanas de mayor incompetencia. Toda una metáfora.

En efecto, la oposición política, en general, y el macrismo, en particular, finalmente ingresaron hace unos meses a la Aldea Potemkin de la economía armada por el Gobierno–y amarrada con hilos tan artificiales como los de aquellos poblados de cartón piedra pensados para tranquilizar a los zares–, justo antes de que las estanterías comenzaran a crujir.

La oposición terminó renunciando a ofrecer un relato alternativo al del “modelo”, temerosa de encarnar el papel de desalmados heraldos del ajuste–que igualmente el kirchnerismo logra encajarle–para empezar a repetir los libretos K que, interpretan con certeza, quiere escuchar una sociedad que no está dispuesta a recibir malas noticias. Una cobardía inconducente.

Las explicaciones de por qué cruje la economía quedan entonces en manos de las megabocinas del oficialismo, por un lado, y de un grupito de economistas–no oficialistas y tampoco adscriptos a la oposición–, por el otro. Los “malos” sin partido.

Como la explicación del oficialismo es superficial–sólo refiere a unos pocos síntomas como el dólar blue–y conspirativa–“son los que pretenden provocar pánico”, dijo el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández–, la clase política en general acumula una deuda con la sociedad a la que pretende dirigir.

Hoy nadie explica, en los partidos políticos, las razones de fondo por las que, entre muchas otras cosas:

El exmodelo de los superávits gemelos se ha vuelto adicto al endeudamiento. Axel Kicillof volverá a pasar la gorra y tomará prestados como mínimo otros 3.000 millones de pesos al 30 % anual. Es la octava colocación en el año. Viene a un ritmo de 10 mil millones de pesos al mes y creciendo, que se suman a lo que emite el Banco Central para pasárselo al Tesoro.

Al despilfarro nacional le han venido faltando este año, por cada día hábil, 822 millones de pesos para cerrar sus cuentas. Nadie explica la montaña de dinero que significa: el rojo de un día y medio de Kicillof.

Por qué se sigue alentando el pensamiento mágico de que un candidato sonriente va a lograr este milagro: que alguien va a invertir un dólar–del colchón o traído de afuera–cambiándolo por 9,16 pesos y sin permiso para disponer de sus ganancias.

Por qué sigue cayendo el superávit comercial–en un país que no tiene acceso a otras divisas que no sean esas–, pese al cepo, el cierre parcial de importaciones, la caída de los precios del petróleo (el Gobierno aduce la caída de los precios de los granos).

Nadie sabe qué va a pasar de acá a octubre o en los primeros meses del año entrante. Pero podría darse el caso de que, llegado ese momento, ni el oficialismo ni la oposición tengan ya nada creíble para decir.

Todos saben que hay un elefante en el living…pero simulan no verlo

Todos saben que hay un elefante en el living. Pero simulan no verlo.

Todos saben que Argentina está yendo a una devaluación, pero los candidatos, incluso los opositores, cumplen el libreto del Gobierno: silencio.

Bajo estas circunstancias, los discursos se ven forzados a hacer piruetas que profundizan la anomia generalizada.

La frase de Axel Kicillof (“No crean todo lo que dice el Gobierno”) es para un seminario de Paul Watzlawick, uno de los psicólogos que vinculó las paradojas pragmáticas con la esquizofrenia. A Kicillof deberíamos creerle que él tiene “todo estudiado” y que la tensión cambiaria es culpa del “club de los devaluadores”, que hablan del tema para “joder a la gente”. Pero resulta que, después, nos dice que no le creamos. ¿Dirá la verdad al sostener que el Gobierno miente? ¿O eso es también mentira?

Cada día se estrella una paradoja del “modelo” que boquea. Recientemente, se supo del corte de créditos subsidiados para compra de tractores y cosechadoras. La razón: cada vez que se fabrica un tractor, en una industria protegida según la biblia de este mismo Gobierno, hay que destinar dólares a importar una porción mayoritaria de sus “tractopartes”. Pero, claro, faltan dólares. Y entonces se corta el chorro para que no se importen piezas. El drama es que, así, llegaría un punto en que no habría con qué sembrar los granos que son casi la única fuente de... dólares. Es el límite del proteccionismo a la bartola. Y no sólo eso.

Cristina Fernández hasta reformó el Banco Central con la excusa de “promover el crédito a la producción”. Alguien debería avisarle que una porción cada vez más predominante del crédito se usa para llenar el barril sin fondo del fisco que comanda Kicillof.

La preocupación de los industriales: están hartos de devaluaciones cíclicas que sólo resuelven los problemas por unos meses y a costa de sacrificio social. Lo que les gustaría es que alguien les explique qué políticas aplicarán después para no volvernos a comprar el espejismo de otra “recuperación” de patas cortas, que sirve para entronizar a políticos apropiadores del Estado, pero nunca para cortar la espiral del descenso.

Esta aparente calma en el traslado a la economía real del problema evidente que existe con el blue no significa que los precios estén congelados

Los precios, en particular aquellos vinculados con insumos industriales, todavía no acusan el impacto de la enorme brecha que existe entre la cotización del dólar oficial y del paralelo.

Sin embargo, de no encontrarle una salida al problema, el traslado será inevitable, además del freno que tamaña diferencia implica para cualquier intento exportador.

El escenario con el dólar paralelo podría describirse en una imagen: no llueve, pero en el horizonte ya se ven las nubes.

El salto de las últimas semanas en el valor de la divisa en el mercado informal aún no verificó un correlato en la gran mayoría de los precios–en particular, aquellos vinculados con los insumos industriales–, pero de mantenerse la actual brecha con el tipo de cambio oficial, la tormenta podría desencadenarse.

Empresarios y comerciantes señalan que esta aparente calma en el traslado a la economía real del problema evidente que existe con el blue no significa que los precios estén congelados.

Todo lo contrario: sistemáticamente, durante los últimos meses, se vienen produciendo retoques que van del 2 al 5 %, en particular en productos de origen nacional.

Quizá la falta de reacción de la demanda sirva de contención para evitar incrementos mayores. Tras las paritarias, el consumo de artículos de la canasta básica no sólo no se recuperó, sino que volvió a caer otro 1,5 % en junio. Es un dato complicado para los políticos en un año electoral.

Otro elemento inquietante es que la máquina de traer dólares al país, el comercio exterior, está lejos de reaccionar. El superávit comercial del semestre está en los niveles de 2001. Es de 1.231,4 millones de dólares, un 62 % por debajo de igual lapso de 2014.

¿Qué tiene que ver con la brecha entre el dólar oficial y el paralelo? Todo. No hay a la vista ningún incentivo para que los exportadores, que cobran sus ventas a 9,15 menos retenciones, busquen recuperar la dinámica perdida. Por el contrario, cada día ven las nubes un poquito más cerca.

La presión impositiva, el retraso cambiario y el empuje hacia arriba del dólar blue son los temas que más preocupan a los industriales

Es bueno reconocer el avance de la industria hasta 2011–año en el que la industria logró igualar la producción per cápita de 1974–pero actualmente el sector está 4,5 % por debajo de ese año. Ni en 2011 estábamos en la panacea, ni ahora estamos al borde del precipicio.

El actual modelo económico se enfoca en el mercado interno, en detrimento de la inversión, lo que sumado al efecto de la inflación, termina generando la pérdida de competitividad.

En el último año, la retracción de Brasil y la suba del dólar en el mundo agravaron la situación. Hoy Argentina es la moneda de la región, no solo frente al dólar sino frente al resto de las divisas y eso asfixia a la industria.

La mayor preocupación actual es la presión fiscal. Las “aduanas interiores” que se crearon con la superposición de impuestos de Ingresos Brutos (Actividades Económicas) y tasas municipales para las empresas que actúan en las diferentes provincias, lo que no hacen otra cosa que elevar la presión impositiva.

(*) Economista

© Agensur.info

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