El Foro Internacional por el Fomento del
Libro y la Lectura tuvo su vigésima edición en Resistencia, Chaco.
Por Valeria Tentoni
La Fundación Mempo Giardinelli organiza, en un esfuerzo
sostenido por un grupo de unos 200 voluntarios desde hace veinte años, este
encuentro alrededor de los libros y la lectura.
Ante un centro de
convenciones repleto de docentes, bibliotecarios y lectores en general (cuya
capacidad es de unas 2000 butacas: y hay que decir es muy impresionante verlas
colmadas, con cuatro pantallas gigantes distribuidas para que nadie se pierda
de nada y un drone en las alturas), se inauguró el miércoles 12 de agosto
pasado y se cerró al sábado el 20º Foro Internacional por el Fomento del
Libro y de la Lectura, bajo el lema “Leer abre los ojos”.
Además de ponencias, mesas de debate y lecturas de poesía y narrativa
—valioso ese lugar que se le da a la poesía, que en los festivales y ferias
casi siempre aparece como un género de segunda o tercera mano—, el Foro
mantuvo, como es su costumbre, una oferta generosa de talleres para los
asistentes que se repartieron en las diversas aulas de las instituciones
educativas de la ciudad. Unos veinte cursos dictaron durante las mañanas los
invitados, en sus especialidades respectivas, con cupos que tuvieron que
extenderse por las numerosas inscripciones. Además de los talleres de fomento
lector, a los escritores se les concertaron visitas a distintas escuelas donde
los alumnos de primaria y secundaria los recibían habiendo leído, junto a los
docentes, la obra de cada quien.
También hubo encuentro del Programa de Abuelas Cuentacuentos, impulsado
por la Fundación y que nuclea a unas 3000 voluntarias en Argentina: algunas de
ellas viajaron desde distintas localidades para conocerse e
intercambiar experiencias. Resistencia recibió el alud de visitantes
con sus magníficos árboles florecidos: los lapachos, en sus lilas, magentas,
rosados y amarillos, como volcanes de color que anuncian la temporada de
pesca de dorados. Erguidos en su caprichosa perfección, compusieron un
espectáculo aparte en compañía de las flores blancas del pezuña de vaca,
los gomeros, chivatos, mangos y palmeras. El Foro circuló, bajo esos árboles,
por toda la ciudad —desde la plaza central, donde dos grandes carteles lo
anunciaban desde hacía semanas, hasta en las escuelas,
bibliotecas y jardines. La capital chaqueña quedó “en
estado de lectura” durante esos días, tal y como se decretó en el
acto de apertura. Giardinelli propuso en esa oportunidad un diagnóstico,
sugiriendo que la generación actual de padres y docentes argentinos lee menos
que los chicos ya que está compuesta por el bloque de “víctimas
intelectualmente más sufridas de las dictaduras y el autoritarismo”: “Los
chicos de hoy son ya, ahora mismo, más asiduos, más frecuentes y sobre todo
mejores lectores que sus padres”.
“Cuando un libro alcanza su sentido, ha alcanzado de algún modo su
perfección” dijo el escritor colombiano William Ospina, Premio
Rómulo Gallegos y autor, entre otros, de El país de la canela, quien estuvo
a cargo de la conferencia inaugural. Allí jugó con la idea de que la literatura
se perdiera para la humanidad, como una isla hundida de repente: “Perder los
libros sería perder demasiado (…) sin los libros y el lenguaje nuestra aventura
humana podría extraviarse para siempre”.
“Nos desconocemos mucho de un país a otro, y en el seno de cada país
hemos tenido lecturas muy parciales de nuestras tradiciones. Todavía hay
muchas cosas que valorar, releer”, agregó luego, sobre la literatura
latinoamericana. “Uno de los mayores milagros culturales del continente ha sido
la maduración de nuestra literatura. Hace poco más de un siglo, cualquier autor
latinoamericano se habría conmovido mucho ante la posibilidad de ser leído más
allá de las fronteras nacionales. Hoy la literatura latinoamericana es una de
las más presentes e influyentes. No hay autor de la literatura contemporánea
que no tenga a algún autor latinoamericano como referente (…) Yo diría que
la literatura latinoamericana ha sido una de esas revoluciones, no una de esas
que estallan, pero sí una de esas que ocurren”.
La conferencia de clausura, también recibida con largos minutos de
aplausos, fue realizada por el poeta, ensayista, crítico y editor mexicano Juan
Domingo Argüelles. En medio de ellos dos, unos 40 disertantes
participaron de esta edición (en total han sido en estas dos décadas 750
escritores), paseándose por temas como la literatura infantil, los nuevos
dispositivos de lectura, la novela histórica, la diversidad y la
escritura o la novísima narrativa latinoamericana. Notables y
nutritivos fueron, allí, los cruces de reflexiones y opiniones: se
intercambiaron miradas sin disimular las diferencias de criterio, en un
ambiente de respeto, y en todas las mesas se destinó un buen rato a
preguntas del público.
En la foto se ve la última tertulia de lectura del encuentro: al
micrófono, el español José Manuel Fajardo, también periodista y traductor, y a
la espera, primero, Carlos Skliar, luego los maravillosos Eric Nepomuceno, de
Brasil, y nuestra querida Hebe Uhart, maestros ambos de esa simpleza
cálida, cautivante y adorable a la que se rindieron todos los asistentes.
Intercambiaron sus textos al terminar esa mesa, y fumaron a la salida de las
comidas hablando sobre, por ejemplo, las obras de Rubem Fonseca. A ese par le
sigue Ospina, quien recitó piezas de su delicada obra poética, y el anfitrión,
quien después de muchos años como organizador por primera vez decidió leer
también algo suyo, y cerró la noche con un relato, “Comelo”, en ese género que
domina. María Rosa Lojo, autora de Todos éramos hijos, leyó
un capítulo de esa novela, y Liliana Bodoc algunos de Los días del
venado.
Un día antes, en su muy esperada ponencia, Bodoc había reivindicado
el lugar de la emoción como modo del entendimiento y había dejado dicho:
“Habiendo recibido la palabra y el huevo del que nace el lenguaje, tenemos la
obligación de ser poetas”.
© Eterna Cadencia
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