Por Luis Alberto Romero |
En el Palacio Comunal de Siena se encuentra la Alegoría del
Buen y el Mal Gobierno, un fresco pintado por Ambrogio Lorenzetti hacia 1340.
Es una obra excepcional, entre otras cosas por su mensaje cívico, que
trasciende su tiempo y nos interpela hoy, en vísperas de elecciones cruciales.
El fresco contrapone dos formas del gobierno político y sus
consecuencias para los gobernados. En un fragmento, aparecen un campo devastado
por los saqueos y los incendios y una ciudad desolada por los robos, la
enfermedad y la violencia. En otro, un campo próspero y laboreado, y una ciudad
ordenada, con gente que trabaja, pasea o juega, en un ambiente de seguridad,
abundancia y concordia.
El Mal Gobierno está personificado por un tirano de aspecto
diabólico, rodeado por la Avaricia, el Orgullo, la Crueldad y el Fraude; a sus
pies yace la Justicia, maniatada e impotente. El Buen Gobierno se personifica
en dos figuras. Una es el gobierno comunal o Bien Común; rodeado por las
Virtudes, asegura la paz y la seguridad. La otra es la Justicia, y junto a
ella, la Concordia, que une con su lazo amistoso a los buenos ciudadanos.
En el siglo XIV, en tiempos de condottieri, guerras y
saqueos, la Alegoría expresaba la nostalgia por tiempos idos. En nuestra
Argentina es posible otra lectura: la encrucijada en que nos encontramos y los
dos caminos que se abren en las próximas elecciones.
El kirchnerista fue un mal gobierno. Incluso dejando de lado
las cuestiones institucionales, que muchos no valoran, o el despilfarro de la
oportunidad excepcional de la soja, aun así, nos queda de estos 12 años un
cuadro muy afín con el fresco de Lorenzetti. La Justicia está maniatada, a los
pies del gobernante, y se ha instalado la inseguridad, potenciada por el
narcotráfico. La pobreza, precariamente contenida, se ha consolidado como un
modo de vida difícil de modificar. Desde las frutas del Valle del Río Negro
hasta la industria automotriz, la mayoría de las actividades productivas está
al borde del colapso y la desocupación acecha. Finalmente, lidiamos con un
enorme desquicio macroeconómico, debido a una serie de disposiciones absurdas y
arbitrarias.
Sólo la fe y la ceguera pueden negar esto o atribuirlo a la
acción de los "poderes concentrados". Se trata fundamentalmente de
gruesos errores en la gestión, de imprevisión, de escaso conocimiento técnico
en un gobierno donde Galuccio es la excepción y Recalde, la norma. Errores
combinados con una monumental corrupción, una cleptocracia organizada
sistemáticamente desde el Gobierno. Basta mencionar los nombres de Ricardo
Jaime o Sergio Schoklender para percibir cómo la mala gestión y la corrupción
se potencian y afectan hasta a las iniciativas positivas y consensuadas.
Pero la continuidad del Mal Gobierno es una posibilidad
cierta. Son muchos los que no quieren ver lo evidente -un logro del discurso
oficial- y otros tantos quienes advierten que se acerca el momento del pago de
la factura y cada uno espera que un gobierno salido del interior del régimen
podrá atenuarle el impacto.
También son muchos los que creen que hay que acabar con el
Mal Gobierno, pero tienen ideas distintas sobre qué esperar de quien lo suceda.
Aquí, la alegoría de Lorenzetti no ayuda mucho, pues pinta los frutos de un
país con muchos años de Buen Gobierno y en nuestro caso se trata de iniciar una
reconstrucción, larga y trabajosa, a cuyo término podremos empezar a definir
con más precisión el cuadro deseado.
Por ahora los objetivos son urgentes y difíciles, y no hay
muchas opciones. Para restablecer el orden institucional y la autoridad de la
ley hay que deshacer muchas cosas legadas por el actual gobierno, desde el
sistema oficial u oficialista de medios hasta los frutos de la llamada
democratización de la Justicia. Para movilizar la economía hoy paralizada hay
que ordenar la macroeconomía y desarmar una compleja trama que va desde el cepo
cambiario hasta la emisión descontrolada. Aquí no hay discrepancias sobre los
objetivos generales, sino sobre la instrumentación, que es lo más difícil de
precisar antes de la elección.
La clave que articula estas y otras medidas debe ser la
reconstrucción del Estado, que es la herramienta de un gobierno normal. Hoy
tenemos escasez de Estado, de normas y de expertos, y exceso de gobierno, de
discrecionalidad, arbitrariedad e incapacidad. Esta tarea tiene un costado
institucional: recuperar la república. Volver a la Constitución ha llegado a
ser un programa de buen gobierno. No es sencillo, pues una parte del país cree
en el presidencialismo discrecional, plebiscitado por el sufragio, y se burla
de los "republiquitos". De modo que además de reconstruir, hay que
ganar una batalla cultural.
Por otro lado está la cuestión de la administración del
Estado: el funcionamiento ordenado y la correcta ejecución de las políticas del
gobierno, y el control de los objetivos, la ejecución y los resultados. El
Estado argentino tuvo agencias ejemplares, del Consejo Nacional de Educación al
Indec, con funcionarios expertos y capacitados. Hoy están desarmadas y pobladas
por funcionarios tan militantes como incapaces.
Sin este Estado administrador sólo se puede gobernar día a
día, a golpes de discrecionalidad, pero no hay forma de enfrentar problemas
complejos que requieren políticas de largo plazo, como en la educación, la
seguridad o la pobreza. El caso de la educación muestra que no alcanza con
volcar recursos presupuestarios para obtener resultados. A medida que se reconstruye
el Estado se puede comenzar a atender las urgencias, como por ejemplo colocar
en cada barriada pobre una escuela, una sala de primeros auxilios, una fiscalía
y una comisaría, con personal idóneo y honesto. Todo ello volvería a instalar
la imagen de un Estado presente y activo. Fácil y difícil a la vez.
En este aspecto, la Argentina se encuentra, por decirlo así,
en el tercer subsuelo de un edificio. Allí se junta la gente que va a distintos
lugares. Es imposible que cada una lo haga directamente; deben subir juntos
hasta la Planta Baja, para luego marchar cada uno a su destino. Dicho en otros
términos, quienes aspiran a un Buen Gobierno se dividen hoy entre distintos
candidatos, con propuestas más o menos diferentes. Es posible que ello
enriquezca un futuro gobierno de coalición, pero también es posible que nos
deje en el tercer subsuelo, gobernados por una versión más o menos maquillada
del mismo Mal Gobierno.
El país deberá discutir, en algún momento, infinidad de
cuestiones complejas y decisivas, como por ejemplo la relación entre Estado y
Mercado, que es uno de los temas habituales en los países normales. Pero en
realidad, hoy no tenemos ni uno ni otro. Los tendremos si llegamos a la Planta
Baja y ponemos en pie un Estado con capacidad y autonomía, que se libere de los
"empresarios amigos" y estimule a los empresarios emprendedores y
creativos. Entonces se podrá discutir cómo potenciar la capacidad del Mercado
para crear riqueza y, a la vez, cómo desarrollar la capacidad del Estado para
distribuirla más equitativamente.
Hoy no estamos en condiciones de hacerlo, entre otras
razones porque los gobiernos hace mucho tiempo que no se interesan por impulsar
las discusiones de la política y de la sociedad. El Estado, con sus gobernantes
y sus funcionarios, es el instrumento indispensable para plantear iniciativas,
hacerlas circular, escuchar a todas las voces, generar acuerdos y explicitar
los desacuerdos, sacar las conclusiones y traducirlas en políticas, que luego
llamaremos "de Estado".
Hoy la lógica electoral tiende a subrayar las diferencias
entre quienes aspiran a un Buen Gobierno. En realidad, no se notan mucho en sus
discursos; es difícil identificar a l "centroizquierda", al
"reformismo radical" o a la "derecha". En cambio, están
claras las coincidencias y diferencias entre quienes quieren un Buen Gobierno y
quienes, por diferentes razones, prefieren seguir con el Mal Gobierno. Ojalá
que nuestro complejo sistema electoral nos permita, en la última instancia,
optar por uno de estos modelos.
0 comments :
Publicar un comentario