Por Ana Gerschenson |
Brasil se ha convertido en un espejo retrovisor peligroso y
clave para la Argentina. Hace menos de un año, Dilma Rousseff hacía campaña
prometiendo que no haría ningún tipo de ajuste económico si era reelecta en la
Presidencia. No importaban el aumento de la inflación, ni el déficit fiscal ni
la recesión incipiente. Mucho menos, los casos de corrupción que complicaron y
complican hoy sus últimos años de gestión.
Bajo el lema de no cambiar lo logrado, de no retroceder en
las conquistas, repitiendo que el ajuste es un atentado contra el bienestar
social que no pensaba permitir, Dilma le ganó por escasos tres puntos al
candidato del PSDB, Aecio Neves, con el 51,54 % de los votos. En las elecciones
generales de octubre pasado, los 142 millones de votantes, se partieron en dos,
aunque primó la continuidad del PT, el no a las correcciones económicas que
Neves admitía que debía instrumentar, si ganaba.
Pero lo primero que hizo Dilma, después de jurar por cuatro
años más como presidenta de Brasil fue poner en
marcha un ajuste feroz. Ordenó un recorte de gastos por u$s 23.300 millones, el
más drástico plan de ahorro presupuestario desde el 2003, cuando se inició la
era del PT con Luiz Inacio Lula da Silva.
La Argentina enfrenta un dilema similar, salvando las individualidades
de ambos países. Cambio o continuidad, el mismo planteo.
Reacomodar el tipo de cambio, levantar el cepo a las monedas
extranjeras, atacar la inflación, bajar el gasto, reducir los subsidios y
reconstruir la confiabilidad de los índices oficiales, además de sentarse con
los fondos buitre, son puntos en los que los economistas que asesoran a los
principales candidatos presidenciales, incluso al oficialista Daniel Scioli,
coinciden en poner en marcha a partir del 10 de diciembre. El tema es que, como
Dilma en campaña, nadie lo dice en voz alta y con todas las letras.
Si hasta el ministro de Economía, Axel Kicillof, acérrimo
defensor del proyecto "nacional y popular" del kirchnerismo, planteó,
esta semana, la necesidad de negociar con los holdouts para que el país pueda
volver a acceder a los mercados internacionales.
Como Dilma, los presidenciables argentinos evitan las
precisiones económicas en esta etapa, aunque saben que deberán intervenir
fuerte en la economía ni bien se acomoden en la Casa Rosada.
El problema es que a la mandataria brasileña tampoco le fue
bien haciendo las correcciones que pedía el mercado, ni siquiera habiendo
elegido nada menos que a Joaquim Levy, conocido como "manos de
tijera", un técnico de centro derecha como ministro de Economía. Hoy la
aprobación de su gestión apenas supera el 10 por ciento y la crisis política se
sumó a la económica.
Los números difundidos por el Ministerio de Trabajo reflejan
que Brasil perdió en abril 97.828 puestos formales de empleo, el peor resultado
desde 1992. La tasa de desocupación fue de 7,9% en el primer trimestre de este
año, un aumento del 1,4% comparado con el último trimestre del 2014, y los
pronósticos prevén una contracción del 1,2% de la economía. Si se confirma
sería el peor resultado desde 1990.
Si lo que viene en la Argentina es un programa de ajuste de
las variables económicas, sea quien sea el presidente, la experiencia de Dilma
debe ser tenida en cuenta.
El director de la consultora Abeceb, Dante Sica, así lo explicó a 3Días: "Brasil es un
espejo en el que nos tenemos que mirar para no cometer los mismos errores.
Porque Dilma ganó muy fuerte diciendo que no iba a hacer nada y cuando hizo los
cambios, que los hizo todos bien, los que quería el mercado, con un técnico del
mercado, fue tomado como una estafa, y se desató una crisis política brutal. Lo
que tenemos que mirar como enseñanza es que no sólo hay que tener en claro lo
que hay que hacer sino que hay que generar el suficiente consenso político para
lograrlo".
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