Por Jorge Fernández Díaz |
A Cristina Kirchner le cabe un chiste testamentario. El
médico atiende a un viejo potentado que ha comenzado a usar un audífono
invisible de última generación. ¿Le funciona el nuevo aparato?, pregunta su
médico. "Es muy bueno", responde el paciente. ¿Y a su familia le
gustó? "Todavía no se lo he dicho a nadie, doctor, pero ya cambié tres
veces mi testamento."
La Presidenta ha testado a favor de su heredero
principal, pero cada semana escucha rumores sobre lo que piensa hacer con su
patrimonio y entonces se le ponen los pelos de punta; llama al escribano,
modifica las cláusulas y cancela favores, e introduce trampas en la letra
chica. Es tarde para desheredarlo, pero a veces fantasea con ese drástico
castigo. Y además, Cristina cree en la reencarnación, así que en su testamento
tiende a dejarse todo a sí misma.
Diana Conti, que la presiente, actúa en consecuencia.
"Que Cristina deje de ser presidenta no nos cambia nada", dijo estos
días. Y Axel Kicillof aclaró sutilmente que Daniel Scioli no existe:
"Nuestro candidato es el proyecto". El fuego amigo está haciéndole
estragos al ex motonauta. Necesita disipar la idea de que habrá un doble
comando, y el cristinismo no hace más que confirmarlo de todas las maneras
posibles. Necesita despegarse de Cristina para captar el voto independiente,
pero la patrona de Balcarce 50 quiere involucrarse en la campaña y quitarle
protagonismo. Necesita encarnar la filosofía del papa Francisco, pero no puede
evitar que gane la provincia de Buenos Aires el candidato que más aborrece
Bergoglio: Aníbal, El Sospechoso. Necesita instalar la ocurrencia de que él
representa la doctrina social de la Iglesia, pero la Universidad Católica
Argentina sale a explicar que desde 2011, cuando Cristina agarró el timón de la
economía, aumentó considerablemente la pobreza: hay 11 millones de pobres, casi
cinco millones son menores de edad y más de un millón de niños están bajo la
línea de la indigencia gracias al gran modelo de inclusión con crecimiento a
tasas chinas. Scioli necesita también que la sensación económica sea
primaveral, como le prometió Axel, pero resulta que es un invierno bochornoso a
tiro de rayos y centellas. Necesita apoyarse en la liga de gobernadores para
acorralar a La Cámpora, pero esos señores feudales espantan a la sociedad y producen
escándalos de fraude y represión. Necesita que la oposición siga partida e
inarticulada, pero los esperpentos de Alperovich y Manzur logran unir a todo el
arco institucionalista para elaborar proyectos comunes de fondo. Necesita ser
políticamente correcto para conquistar a la clase media, pero su aliada Beatriz
Rojkés, en la estela de la campaña "Ni una menos", sugiere que a la
mujer golpeada "le encanta" el maltrato, puesto que en un matrimonio
en el que hay agresión física "la violencia se da de a dos". Necesita
Scioli alinear a sus pares, las celebridades del espectáculo y del deporte,
pero a su amiga Mirtha se le ocurre que Cristina es una "dictadora" y
a su amigo Tevez, que Gildo Insfrán reina sobre vergonzosas desigualdades.
La herencia parecía un regalo, a lo sumo el premio para un
sobrino que aguantó todas las humillaciones, y después de ganar las primarias,
esta campaña iba a resultar un verdadero "desfile", tal como el mismo
Scioli lo calificaba en privado. Pero el regalo es más pesado que echarpe de
garrafas, y el desfile se transformó en un duro combate a cielo abierto que por
momentos parece Chacabuco y por momentos Cancha Rayada.
Nadie tiene encuestas actualizadas sobre las secuelas
electorales de esta interminable política catrasca que se inició con las
inundaciones y con aquel frívolo viaje de ultramar: Scioli está convencido de
que su crecimiento se frenó un poco, pero apuesta a que este clima negro se va
a disipar en las próximas ocho semanas. Hoy por hoy, los estadísticos aportan una
de cal y otra de arena: están seguros de que la cosa no termina en octubre,
pero también de que el gobernador podría ganar el ballottage. Así por lo menos
lo indican las aritméticas y el estudio detallado de los votos opositores. El
ballottage, sin embargo, es una bolsa de sorpresas y pirañas, una riesgosa
definición por penales, y a veces es también la tumba de los matemáticos.
La intervención más feliz de Scioli, durante estos días de
fuego y ruina, resultó también la más inquietante. El ajedrecista de Villa La
Ñata se encargó de explicarles a los empresarios que sólo él garantizaba la
gobernabilidad en la Argentina, dado que lo respaldaban los gobernadores del
justicialismo. Este mensaje dio en el blanco: es justamente en ese micromundo
extremadamente conservador donde más carne ha hecho el apotegma según el cual
sólo el peronismo puede gobernar. En el Consejo de las Américas, muchos hombres
de negocios decían en voz baja que Mauricio Macri les resulta inmanejable y que
sus aliados son demasiado escrupulosos. Los proyectos contra la corrupción,
especialmente la ley del arrepentido, les generan dudas y algo más. Esa
legislación se llama en Brasil "la delación premiada". "Si acá
llega a sancionarse, puede ser un escándalo", se asustan.
Se da entonces la curiosidad de que, más allá de
aplausómetros, a grandes rasgos y con las honorables excepciones del caso,
Scioli se va imponiendo como el candidato natural del establishment. Esto tiene
cierta lógica, dado que el peronismo oficial ha ido ocupando progresivamente el
lugar de la nueva derecha en el sistema de partidos políticos: es una fuerza
hegemónica y feudal que se adueñó del poder; una oligarquía estatal que maneja
la más grande de todas las corporaciones: la que tiene la sartén por el mango.
Y esas condiciones gustan mucho a los capitalistas argentinos (sobre todo a los
menos competitivos), siempre y cuando el nuevo macho alfa de la corporación los
consulte y beneficie.
Hay un fuerte desacople entre ese sentimiento descarnado y
oportunista, y la necesidad de invertir y desarrollarse en un país con
seguridad jurídica y con normas macroeconómicas ordenadas y estables. Es
interesante, a propósito, comprobar cómo las declaraciones más importantes de
Tevez pasaron sintomáticamente inadvertidas para la opinión pública, sólo
concentrada en la polémica de Formosa. El diez de Boca golpea el centro del
drama nacional cuando cuenta que fue arrestado en Europa tras haber conducido
por tercera vez sin registro. Lo pusieron en una celda, lo condenaron y tuvo
que hacer tareas comunitarias. Y está orgulloso de haberse sometido a ese
proceso y haber aprendido a respetar las reglas. Nos dice a la cara que
respetar las reglas mejora la vida. Este mensaje fundamental es pronunciado por
alguien que nació en Fuerte Apache, pero que se ufana de haber evolucionado sin
olvidar el barrio ni a sus amigos ni a los que sufren la pobreza. Evolucionó
como no lo hace la sociedad argentina, que se quedó tristemente atrás, en el
andén de la transgresión barata, repitiendo de manera suicida sus errores más
garrafales y a veces jactándose de ellos. Sin pretenderlo, Tevez resulta así la
contracara del kirchnerismo, que es esencialmente maradoniano: vanidoso,
grandilocuente, agresivo y alegre violador serial de las normas. ¿Está de
acuerdo Scioli con la gran lección de su amigo? Nos impide saberlo con certeza
el temor religioso que siente por Cristina y por su movedizo y amenazante
testamento. Es finita la pasividad de los argentinos, pero infinita la
paciencia del heredero.
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