Una coyuntura política crucial, pero vacía de
contenido. La Argentina se reitera
a sí misma. Y el poder también.
Por Carlos Gabetta |
Acudamos a una remanida
alegoría: un marciano curioso instalado en Argentina desde los 90. El país
nadaba entonces en la abundancia, al punto que su moneda equivalía a la de la
primera potencia de la Tierra.
El nuevo gobierno peronista –así, sabría, se denomina el populismo argentino– privatizaba empresas, los prestamistas internacionales le otorgaban dólares y sus ciudadanos se desparramaban por el mundo “de compras” y en vacaciones.
El nuevo gobierno peronista –así, sabría, se denomina el populismo argentino– privatizaba empresas, los prestamistas internacionales le otorgaban dólares y sus ciudadanos se desparramaban por el mundo “de compras” y en vacaciones.
Luego asistiría a un
recambio gubernamental democrático. Un gobierno de “centroizquierda”, también
integrado por peronistas, se hacía cargo. Le sorprendería que el presidente
nombrase al mismo ministro de Economía de la dictadura militar y del menemismo
(así se llamaba entonces el peronismo), pero acabaría por comprender: el peronista
y el radical-peronista aplicaban en democracia la política económica liberal
que la dictadura había tratado de imponer por el terror.
Enseguida hubiese asistido a un derrumbe económico y financiero colosal, a una
revuelta social en regla, a la huida de un presidente, a otros cuatro ungidos
en un mes –todos peronistas– hasta que el cuarto se asentó, tomó algunas
medidas sensatas y llamó a elecciones, en las que triunfó un peronista
apellidado Kirchner, con lo que el peronismo pasó a llamarse kirchnerismo.
Luego, el presidente
cumplió su mandato y lo reemplazó democráticamente su esposa Cristina. Un Papa
argentino y peronista fue ungido en Roma y el país pasó de superar la crisis
gracias a algunas medidas enérgicas y altos precios internacionales de sus
productos, a la inminencia de un nuevo caos.
El retorno kirchnerista
al “relato” nacional y popular del peronismo desconcertaría a nuestro
visitante: la nacionalización de lo que el peronismo anterior había privatizado
supuso el pasaje de esas empresas al déficit millonario crónico. El país perdió
su autonomía energética, la deuda tornó a ser astronómica, la inflación está
entre las cinco primeras del mundo, la economía lleva tres años en recesión,
hay “cepos” cambiarios y comerciales, las reservas se agotan y el déficit del
Estado es endémico. En este contexto, verificaría que la pregonada gestión
social progresista es en realidad descarado clientelismo.
También que la
corrupción abarca al Estado y las instituciones –sindicatos, corporaciones y
buena parte de la sociedad– y ahora suma el narcotráfico, las “barras bravas”
del fútbol y los talleres de explotación laboral clandestinos. Sólo en Buenos
Aires habría más de tres mil. (https://es-la.facebook.com/alamedafundacion);
algo de lo que el Gobierno y los sindicatos parecen no enterarse. El
vicepresidente en funciones está multiprocesado ante la Justicia y el actual
jefe de Gabinete seriamente sospechado de narcotráfico. Verificaría así que la
democracia argentina ha tornado a ser puramente formal: las estadísticas están
falseadas, la Justicia cooptada o amenazada, el Congreso es reverencial y el
uso que hace el Gobierno de los medios de comunicación oficiales representa una
forma grave de censura.
Y por último, las
inundaciones: entre veinte y treinta mil afectados y unos 4.400 desplazados en
Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba. Dos informes de la Auditoría General de la
Nación, de 2011/13, ignorados por el Congreso, dan cuenta de “irregularidades,
demoras, debilidades operativas y de rendición de cuentas” en las obras
encaradas por el Fondo Hídrico de Infraestructura, dotado de 16.288 millones
para la tarea (Clarín, 14-8-15). En medio del desastre, el gobernador de Buenos
Aires y candidato peronista a la Presidencia, Daniel Scioli, partió a Italia de
vacaciones.
Nuestro extraterrestre
concluiría que los argentinos son marcianos y se refugiaría en Uruguay.
Vacío político.
Aceptemos que esta alegoría es banal –aunque los datos son ciertos y
verificables– pero se justifica por la necesidad de resumir un cuadro de
situación muy grave y de subrayar la hueca campaña electoral que precedió a las
PASO. Este dato, la hueca campaña electoral, es más importante que las
perspectivas para octubre que se desprenden del resultado de las primarias.
Cifras y especulaciones sobre el ganador que todos los medios de comunicación
ya han sopesado, pero un vacío total de propuestas concretas.
La ausencia de debate y
contenido de la campaña ha puesto en evidencia que la política argentina ha
devenido un confuso entramado que se justifica a sí mismo, indiferente a la
moral social y cuya relación con la estructura económica es meramente
utilitaria; en el mejor de los casos, de emergencia. Una colega lo resumió así:
“Si la confrontación peronismo-antiperonismo fue válida en el siglo pasado, en
éste ha dejado de serlo. Primero porque el antiperonismo no es garantía de nada
especial ni tiene patente de superioridad moral y luego porque el peronismo ha
traspasado el tejido social de manera transversal y hoy sobrevive en todos los
partidos políticos sin excepción” (María Zaldívar, El País, 13-8-15). El
árbitro de una eventual segunda vuelta será el casi 21% obtenido por Sergio
Massa, un peronista de origen liberal, cuyos votantes son esencialmente
peronistas.
O sea, que hay una nueva
crisis en gestación, agravada por la situación internacional. Rusia y China,
los dos socios alternativos de Argentina, están en problemas. El primero entró
en recesión y el segundo ha devaluado su moneda y reducido sus importaciones (http://www.perfil.com/columnistas/Socorro-Help-Aiuto-20150705-0027.html).
Ante este panorama, por
no haber, no hay siquiera una alternativa socialdemócrata. Después de
prácticamente disolver el Frente Progresista, al renunciar Hermes Binner a la
candidatura, los socialistas apenas acompañaron a Margarita Stolbizer, una
eficaz militante que se sorprendió candidata a poco de las elecciones. Así, el
programa del Frente Progresista tampoco existe. La “salida” será pues liberal,
peronista… o liberal-peronista.
Como diría Francesco I:
Dios nos coja confesaos.
© Perfil
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