La Presidenta lo apoya más que a Scioli porque se
juega todo en la Provincia.
El voto del PJ desclasado.
Por Roberto García |
Aníbal
Fernández procede como si ya hubiera obtenido la gobernación de
la provincia de Buenos Aires. No
le falta razón ante el 25 de octubre próximo: encabeza la fracción hasta ahora
mayoritaria, allí se gana por un solo voto de diferencia y no se requiere
segunda vuelta. Al revés de los aspirantes presidenciales. Tan convencido
parece de su triunfo que ni siquiera se interesa por la suerte de su candidato Daniel Scioli, al que
no se sabe si quiere favorecer o, en cambio, si en su lugar prefiere a Mauricio Macri y
sobre todo a Sergio Massa.
Más bien se burla y condena a su presunto referente,
amplificó como nadie el inexplicable viaje de placer que Scioli
emprendió con una dotación a Italia, justo en el medio de las
inundaciones, del cual regresó avergonzado y sin siquiera poder decir bon
giorno. Tendrá sus razones Fernández para descolocar a su referente,
vinculadas a inquinas o venganzas personales, también a una sintonía
evidente con Cristina, quien después de un espasmo volvió a obsesionarse contra
Scioli por la conspiración de partícipe necesario que le atribuyen en
combinación con Clarín y la falta de trato principesco que la corte de La Ñata
le niega a su personero Carlos Zannini.
El desencanto entre los
protagonistas se desata con la denuncia
sobre tráfico de efedrina y responsabilidad criminal en un triple asesinato que
antes de los comicios recayó sobre el jefe de Gabinete, vertido en el programa
de Jorge Lanata, y que más de un cristinista sospecha teledirigido por la línea
Fernando Espinoza, su socio bonaerense Alejandro Granados, Ricardo Casal y,
obviamente, el distraído Scioli. A nadie le gustó en la Casa Rosada que se
refrescara un episodio de hace siete años, en el cual aparece también vinculada
la chequera presidencial con aportes de empresarios narcos luego fusilados, y
del cual tal vez ni se vuelva a hablar en el futuro. El caso paralizó a
Fernández, quien se sobrepuso apenas por el aliento y solidaridad de
Cristina, la que obligó a su apéndice La Cámpora y a todo su gabinete a
respaldar al afectado en un acto en el teatro Gran Rex. No faltó nadie,
era obligatoria la asistencia.
Mientras se aguardaban
los números de la elección en el Luna Park mostró la herida del oficialismo al
desnudo. En principio, un enardecido Fernández celebró en otro lado su victoria
interna contra la dupla Domínguez-Espinoza, evitó contaminarse de sciolismo. Ni
olvido ni perdón. Y Cristina lo felicitó por teléfono, se difundió oficialmente
la lisonja. En la antaño cuna del boxeo, entretanto, Scioli no sólo esperaba la
llamada de la doctora, también habían reservado un recinto con las preferencias
de la diva por si decidía compartir el festejo común: desde espejos hasta el
agua Evian. No llamó, ni fue.
A pesar de que, en un
momento, hubo regocijo: aparecieron miembros de la custodia presidencial. Pero
esos hombres de negro sólo anticipaban la llegada de una van con el ministro
Axel Kicillof y otros asociados camporistas de nota que se refugiaron en un vip
diferente al vip de Scioli y su congregación: en un lado se servían módicos
brownies, en el otro abundaban los sándwiches, las pizzas, un servicio más
completo. Para aprender a vivir de otro modo si Scioli llega a la
Presidencia.
Como forma de impedir
que el odio cerril –tan común en el peronismo– desgarre el poder, Ella obligó a
que Fernández convocase a sus competidores bonaerenses, se fotografiaran en
público sin taparse la nariz ni mencionar adicciones, crímenes o sustancias. Un
ejercicio de hipócrita diplomacia. Es que Cristina requiere, al menos para el
25 de octubre próximo, que en la provincia no se manifieste el disenso
intestino, la resaca luego de la inundación: que los perdedores enojados no
trasladen voluntades a Massa o a Macri, ya que sin Provincia no hay
continuidad personal, familiar o societaria de los Kirchner. De ahí
que para la Presidenta, su jefe de Gabinete sea más importante que Scioli en
estos setenta días: además de disponer de condiciones objetivas para ganar, no
debe perder, sería una catástrofe en la dinastía. Esta necesidad explica una
decisión que, en su momento, a muchos les pareció temeraria: cuando Aníbal
Fernández regaló varios años como senador para mutarlos por un alto cargo con
plazo fijo y difícil honra, al reemplazar
al hoy felizmente olvidado Jorge Capitanich. Entonces apostó a
integrar la misma aventura con la mandataria. Nadie puede negar que por ahora
le resultan propicios los astros, más allá de penurias que ciertos seres
humanos rechazan asimilar aun cuando les garanticen el Paraíso.
Terremoto. Además de las tétricas disputas, quienes observen
los resultados de la provincia distinguirán otro detalle: hubo un terremoto en
el aparato justicialista, provocado por Cristina, jaqueando y condicionando a
intendentes tradicionales, desplazando autoridades en el papel y en las urnas.
Inclusive, el fenómeno se extendió hacia el interior de la provincia, basta ver
las circunscripciones capturadas por la oposición. El aniquilamiento ordenado
por la mandataria contra bastiones peronistas, vía La Cámpora y en especial la
jefatura de Wado de Pedro –quien
no en vano se pega al jefe de Gabinete durante el día y, se supone, se despegan
a la noche–, logró imponer concejales y legisladores en todas las listas aparte
de conquistar varios distritos, empoderarse de la gestión de otros (a pesar,
claro, de un fracaso personal: De Pedro traslada desde hace cinco años fondos,
licencias y subsidios a Mercedes, su territorio, pero la población no termina
de aceptarlo).
Nadie sabe si los
desechos de esta explosión se contendrán en Fernández, como él promete a las
víctimas o, si en represalia, se derivarán hacia Felipe Solá, un peronista de
inesperado ascenso. O a la promovida por los medios, la macrista María Eugenia
Vidal. Es la única duda que altera la templanza de Fernández, su seguridad de
ganador: si esos apartados del PJ tradicional se embanderan con quienes
detestan al jefe de Gabinete –las encuestas lo reconocen como uno de los
candidatos más controversiales–, su posibilidad triunfadora no aparece
tan nítida. Ni aun sacudiendo a Scioli, por retaliaciones propias o por un
instructivo resentido de quien, frente al espejo, ya debe reconocer que siempre
se equivoca a la hora de elegir un billete de lotería. Por suerte, la fortuna
le vino de otro lado.
© Perfil
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