“Yo no te necesito”, habría disparado el candidato
a gobernador para despegarse.
Los K sacan cuentas.
Por Roberto García |
“Yo no te necesito”. Esa frase,
despreciativa y despiadada, describe la explosiva crisis interna del
oficialismo. Se la atribuye al jefe de Gabinete, Aníbal
Fernández, en un áspero diálogo con un demudado Daniel Scioli, quien
empezó a mirar al cielo preguntando la razón por la cual le llueven, como
nunca, rayos y centellas. Justo a él que no lo mojaba ningún aguacero.
Fue hace
menos de diez días el episodio, casi un altercado y, si uno se atiene a la
fundada versión, hubo además un reproche adicional y característico: “Te
equivocaste, papá”.
Si no alcanzaban estas
dos revelaciones del tenso encuentro, se puede añadir otra cuya
totalidad quizás no sea veraz: “Te vamos a cagar. Nos vamos a refugiar en la
provincia de Buenos Aires, si es necesario, nuestra meta principal”. Hablaba
Fernández, claro, como portavoz también de su encomiada líder espiritual,
Cristina, tan irascible con Scioli como él, repitiendo un apotegma que se
reitera en la Casa Rosada frente a los futuros comicios: Aníbal seguro,
Daniel probable. Casi como si lo desearan. Y confiando tal vez en
modificar, luego del 25 de octubre, la ecuación económica que mantuvo a Scioli
con el agua hasta la nariz por otra más generosa que lo habilite a Fernández,
si triunfa, emprender su mandato con más fondos y otra holgura. Sueños en la
tropical Argentina.
Conviene apelar al
cirujano para diseccionar el sentido de las palabras. Fernández considera, si
la aritmética gobernara a la política, que él –con el agregado del manto de
Cristina y el aparato de los intendentes– será gobernador bonaerense el
25 de octubre. Con o sin Scioli en la boleta. Y que esa tierra determinante
será patrimonio otra vez del Frente para la Victoria, su refugio o aguantadero,
según el gusto de quién opine. Sólo requiere conseguir un voto más que sus
eventuales rivales (María Eugenia
Vidal, Felipe Solá)
galvanizando a quienes votaron en las PASO en esa dirección y, al revés del
candidato presidencial, no aparece limitado por exigencias constitucionales
como el mínimo del 45% de los sufragios o una diferencia de 10 puntos con el
segundo. En cuanto a la “equivocación” que le endilga a Scioli, se
alimenta en la complicidad, omisión o distracción del actual
gobernador frente a la denuncia de un condenado a reclusión perpetua (Martín
Lanatta) que aún lo vincula al jefe de Gabinete con una
voluminosa importación de efedrina y un triple crimen del narcotráfico. Por no
hablar de un daño colateral en el negocio de las armas, debido a su influencia
en el Renar.
Curiosamente, ni
Fernández ni la Presidenta le transfieren esa presunta responsabilidad
operativa de Inteligencia, de campaña sucia, a opositores como Sergio
Massa, Mauricio Macri, los radicales, la izquierda, la derecha o el círculo
rojo. Cuando, como se sabe, suele ser mecánico el traslado de culpas a ese
sector. Sin decirlo, en cambio, todos saben que implícitamente el tándem oficial
se refiere a otros autores, intelectuales o no, léase Ricardo Casal, Fernando
Espinoza y Alejandro Granados entre otros, todos funcionarios preferidos de
Scioli. Y, por supuesto, al grupo mediático que divulgó el caso: Clarín (para el
cual, si pueden, prometen un somatén antes de irse).
Pedido naranja. Scioli en la semana pidió paz, conmiseración, se
despegó en privado de las imputaciones y, el dúo Fernández-Cristina alteró sus
modos mostrándose cristiano, optó por la amnesia temporal o la vista gorda.
Ahora dicen que están todos juntos, reproduciéndose: la mandataria volvió a
saludar a Scioli en la Bolsa de Comercio luego de sucesivos desplantes y el
jefe de Gabinete lo ha admitido de nuevo como su candidato en sus declaraciones,
evita las burlas. Pasó el berrinche, diría la dama, nunca hubo enojo según su
catálogo del corazón. En rigor, otras ocurrencias explican la variación
sentimental:
1) Cristina debe cesar
la interna de su fracción: no ignora que si gana Fernández en la Provincia
y pierde Scioli en el ámbito nacional, el peronismo jamás le perdonará esa
cesión de poder general, no habrá indulgencia para quien entregó plata,
territorio y cargos de otros. Finalmente, había elegido a Scioli por una razón
de permanencia o preservación, no por afinidad o amor.
2) La certeza sobre el
seguro advenimiento de Fernández también reconoce fisuras si
continúa el conflicto intestino: los votos de La Matanza de Espinoza,
o los de Ezeiza de Granados, ¿irán para un jefe de Gabinete que sólo piensa en
vengarse cuando llegue a La Plata? ¿De qué modo van a transcurrir sus azarosas vidas
con gente rencorosa en la administración? Misma pregunta para aquéllos del
derrotado Julián Domínguez en las PASO que, guareciéndose en el Papa, no
consideran acompañarlo con el voto por la degradante fama de Fernández en la
clase media.
Por lo tanto, para la
foto hubo que postergar desavenencias. Los vientos no han sido
pródigos en los últimos veinte días, hasta pierden cuando ganan (Tucumán) por
impericia o prepotencia. Y cierta destreza de la oposición que hizo bandera del
voto electrónico cuando había cuestionado su uso al instalarlo Juan Manuel
Urtubey en Salta. Delicias de la política. Tal vez Scioli no pierda los votos
ya señados, pero de los tres candidatos es el que más necesita sumar nuevas
adhesiones si pretende zafar del amenazante ballottage: su vida se juega el 25
de octubre.
También parte de la
hegemonía de Cristina, que va por la hazaña de convertir a su antojo un régimen
hiperpresidencialista como el suyo por otro más parlamentario para el
que la suceda: de ahí que le reserva más facultades al Congreso que domina,
determina nuevos nombramientos por otros cuatro años (de la ex SIDE a los
cargos en las empresas en las que el Estado dispone de acciones), impondrá
quizás un nuevo ministro en la Corte, látigos para sus enemigos, despliega en suma
protecciones para reincidir luego en lo que hoy le cuesta abandonar.
Siempre y cuando, claro,
sea Scioli su heredero amputado, de circulación restringida y capacidad
limitada. Con otros sucesores, en cambio, seguramente habrá batallas
desde el primer día, sin treguas, para impedir que desmantelen el escenario
teatral.
© Perfil
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