La última novela de
Andrés Sorel, «...y todo lo que es
misterio», hace renacer el tiempo del corazón que vivieron
misterio», hace renacer el tiempo del corazón que vivieron
los poetas Paul Celan e Ingeborg Bachmann.
Ingeborg Bachmann y Paul Celan: el amor perfecto que no pudo ser... |
Por PGR
Fue Adorno el que se preguntaba si era posible escribir
poesía después de Auschwitz. Esa pregunta se la hicieron muchas veces los
poetas Ingeborg Bachman y Paul Celan. Y respondieron sí con hermosos versos. Se
preguntaron si era posible amar después de aquello, “lo ocurrido” lo llamaba
él, rumano de origen judío; él, capaz de encontrar la palabra precisa, pero que
se quedaba mudo ante lo innombrable, “lo ocurrido”.
Y respondieron sí con sus
vidas, su historia de amor y muerte. La recrea la última novela de Andrés
Sorel, titulada con palabras de los protagonistas: ...…Y todo lo que es
misterio. Porque formalmente lo son, pero en realidad protagonistas son sus
palabras, sus versos, sus cartas... Más que personajes son personas, aunque no
es una biografía, ni de una reconstrucción histórica, sino de una vivificación.
La relación de Bachmann y Celan cobra vida en la narración de otros amantes:
Alma y Tristán. Surgen en la España del 38, tras el bombardeo de Alcañiz, donde
ella pierde a su madre y él, la patria. En el exilio conocerá a Celan, pudiendo
dar cuenta a Alma de sus silencios, de su mirada, de su tristeza. A partir de
ellos, Alma recrea la historia de los poetas hasta descubrir el misterio de un
amor perfecto que no pudo ser.
Celan nació en Bucovina (Rumanía, hoy Ucrania) en una
familia judía que sufrió la ocupación nazi en 1941: sus padres murieron en un
campo de exterminio y él pasó por uno de trabajo. Los traumas se grabarían en
su mente y en su verbo. Les daría salida en poemas tan bellos como crueles:
(...) El cabello de mi madre nunca llegó a ser blanco. Diente de león,
tan verde es la Ucrania. Mi rubia madre no volvió a casa.
Pero sería feliz cuando conoció a Ingeborg Bachmann en
Viena, en mayo del 48. Había nacido hacía 22 años en Klagenfurt, Austria, donde
de niña había vito desfilar a los nazis por su ciudad, lo que la marcaría de
por vida. Estudiaba filosofía en Viena, levantando la voz contra gurús como
Heidegger y escribiendo poesía. En una reunión con amigos comunes cruzaron la
mirada y el corazón. Esa primavera supuso para ambos una cumbre de felicidad,
creación, poesía y amor que no se repetiría en el resto de sus cortas vidas,
apenas un reflejo años más tarde, pero de momento, estaban en la nube:
Mi ojo desciende al sexo de la amada: nos miramos, nos decimos lo
oscuro, nos amamos uno al otro como amapola y
memoria (...)
Juntos se proponen redimir el lenguaje, levantar de las
cenizas la lengua de los asesinos, su amado y odiado alemán, pero siguen
distintos caminos. En la senda de Celan pesa la memoria, el éxito renuente, una
acusación de plagio que le mata prematuramente y el decadente refugio en la
religión. En la de ella, los hombres –amantes o no– que siempre la rodean, un
país que la agobia y una celebridad que la convierte en lo que no es y en lo
que no quiere ser. Ya solo se amarán a destiempo, con intermitencias, en medio
de malentendidos y desencuentros. Y se volverán a juntar en la enfermedad –los
pasos por sanatorios mentales, los tratamientos con electrochoques y las drogas
incapacitantes se suceden en las vidas de ambos, en ocasiones, y sin saberlo,
de modo paralelo– y en la muerte. Celan se arrojó al Sena desde el puente
Mirabeau, en París, el 20 de abril de 1970. Bachman escribe:
(...) Solos están todos los puentes, pues él alcanza las tijeras del
sol en la niebla y al deslumbrarlo lo abraza la niebla en su caída.
Atrás quedaba el relato inocente de la primavera, cuando
ella escribía inocente, entonces, cruel, al paso de los años: “Llévame al Sena,
vamos a mirar bien adentro hasta que nos hayamos vuelto pececitos y nos
reconozcamos”.
Fue en la muerte en lo que se reconocieron poco después, en
1973, al incendiarse su cama en Roma, donde Bachmann había decidido vivir. La
memoria les acogió como los poetas extraordinarios que fueron. La amapola aún
vive.
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