La gran burla a los
candidatos porteños. Macri, complicado ante Lousteau.
La Presidenta y sus
cambios sin explicaciones.
Por Roberto García |
Una gran burla se vivió el último domingo, durante las elecciones
porteñas, cuando los encuestadores personales les informaban a sus candidatos
que Horacio
Rodríguez Larreta superaba el 50% de los votos para no volver a
competir por el cargo, el Frente para la Victoria desplazaba a Martín
Lousteau del segundo lugar y éste, resignado, advertía cierto aire
mortuorio que se respiraba a su alrededor. Hasta el periodismo contribuía en
confirmar esas tendencias, a pesar de la veda.
Pero los números fueron otros,
se frustraron los dos presuntos victoriosos y emergió el de la triste
sonrisa. Igual, todos festejaron: a campeón moral nadie le va a ganar a un
argentino, cualquiera sea su filiación.
Más que acertar o equivocarse en los pronósticos, los encuestadores
personales de los políticos han logrado dominar la cabeza de sus candidatos,
dirigir su pensamiento, cambiarles el lenguaje, hasta les modifican la
personalidad. Es culpa de los que pagan, claro. Son como los posesivos arranca corazones
de Boris Vian. Parece que la infusa demoscopía les otorga el privilegio de
convertirse en algo más que consejeros espirituales o psicológicos, son
rasputines de diván.
Tanto influyen que, por ejemplo, Mauricio Macri –decepcionado
por guarismos no deseados y que el cristinismo no fuera obligado rival de sus
“minions” en la Capital–, en lugar de lisonjear y cobijar a Lousteau por
compartir su mismo y triunfante propósito opositor, lo descalificó diciendo que
el ex ministro de la 125 buscaba otros quince días de fama si pretendía
disputar el ballottage que dispusieron la Constitución y
los votos. Hay formas para convencer, él eligió la persuasión del magnate:
insistir en el relato de su amarillismo étnico, sectario, como el que impuso
para no negociar con Massa, con De Narváez, con sus
socios radicales (no quiso llevar a Facundo Suárez Lastra en las listas), con
la propia Gabriela Michetti (luego de proscribirla de la Ciudad tuvo que
indemnizarla con la candidatura vicepresidencial), con peronistas de pelaje
diverso que no superaban los discriminadores patovicas de la admisión PRO.
Por si no alcanzaba esa declaración del boquense, se inició una campaña
belicosa con figuras que desfiguraban a Lousteau recomendándole la deserción,
como si su persistencia electoral favoreciera a Scioli y a sus
boys de La Cámpora. Como si nadie hubiera escuchado hasta el hartazgo en la voz
de Macri que la derrota del PRO en Santa Fe era una cuestión local, tanto como
la competencia porteña, y no afectaba la contienda nacional. Y que si bien han
ganado cuatro aspirantes de linaje político diferente en las principales
provincias, por último sólo él disputará la final con Scioli. Si es así, ¿para
qué el alboroto artificial contra un recién llegado a los comicios que
matemáticamente debiera perder el domingo próximo?
Profesionales. Lousteau, a pesar de ser más crítico de CFK que el PRO (hasta por
despecho personal de su paso por el Gobierno), hace 48 horas se permitió una
evasiva opinión sobre Axel Kicillof, al considerarlo un “profesional”, fundado,
autor de un texto sobre Lord Keynes, economista al cual él también reverencia.
No se pasa por la London School sin recibir huellas, los Kalecki boys no sólo
provienen de Cambridge.
Obvio, Lousteau pide los votos náufragos del FpV, asume que “ganar
perdiendo” –frase de cabecera que hasta hace un mes se inscribía en la frente
de Macri– no será un mal negocio para un proyecto semipersonal que inició hace
dos años casi de la nada. Curiosa y asombrosamente, el ingeniero se pasó a las líneas
menos contemplativas que antes manifestaba Lousteau, dejó su bonhomía con
la Casa Rosada, que algunos malvadamente atribuían a presiones insostenibles, a
oportunidades de su primer amigo (Nicolás Caputo) en materia de licitaciones y
vínculos con Julio De Vido, a finales felices para asignaturas pendientes en
materia judicial y también impositivas.
Cualquiera fuese la razón, lo cierto es que manifestaba un cuidado y
respeto singulares por Cristina (como se sabe, en la interna oficialista se
acepta que algunos críticos puedan embadurnar al que se les ocurra de la
Administración, nunca a Ella, menos a Máximo, como también antes debía evitarse
referirse a Néstor), tanto que los analistas afirmaban que Macri no quería
ganar y otros, más elaborados, sostenían que era la Presidenta quien
deseaba que su continuidad fuera Macri y no uno de sus seguidores tan
afectos a la traición conveniente. Abundaron los comentarios y las
especulaciones al respecto, hasta los más mentados exprimieron sus sesos
intentando traducir a los dos protagonistas. Pero algo cambió, sin
explicaciones y, menos, información.
Aún nadie ha barruntado las causas por las cuales Ella, repentinamente,
eligió como delfín a Scioli cuando no era su intención y Macri, casi al mismo
tiempo, ha empezado a endurecer un cuestionamiento al Gobierno como antes no
propiciaba, anunciando en off medidas que estimulan ciertos círculos, de
implacables investigaciones sobre la corrupción oficial a pesquisas
determinantes sobre la gigantesca fortuna que han desarrollado ciertos amigos
del poder sureño.
Es un cambio en las dos partes, como si se hubieran puesto de acuerdo en
el desacuerdo, justo cuando alguien susurró que Cristina, comiendo pizza y
viendo televisión al estilo Menem, un domingo con algunos amigos de La Plata,
se indignó al escuchar que Macri confirmaba su pacto con Elisa Carrió.
Fue escucharlo y estallar, como si ése hubiera sido un límite a no soportar,
como si hubiera sido una deslealtad no prevista, a pesar de que el coqueteo
entre el ingeniero y la diputada denunciante reconoce muchos meses de historia.
Críptica, claro.
A las pocas horas de esa declaración de Macri, Cristina decidió honrar a
Scioli con su sucesión, con profundo y observable disgusto, como si no hubiera
alcanzado la exitosa operación de pinzas que objetivamente habían compartido
Ella y Mauricio contra Massa. Curiosidades tal vez de la vida política,
coincidencias sin sustento, o tramas secretas de personajes sofisticados que
son más comunes que las de una cajera de supermercado.
© Perfil
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