Hay acuerdos
tácitos y explícitos entre la Presidenta, su candidato
y el Papa con vistas al
futuro. ¿Se ejecutarán?
Por Roberto García |
Dentro del estado de campaña permanente, el momento más feliz en la vida
de Daniel Scioli,
hay situaciones que obligan a mínimas paradas. Si bien el esplendor pasa por
subirse y bajarse del avión, helicópteros o micros, fotografiarse, comer mal,
dormir peor, prometer, besar y abrazar, fundamentalmente correr y no pensar,
cada tanto debe estacionar. A disgusto, claro, igual que el resto de los
candidatos.
Y someterse, por ejemplo, a preguntas obvias: ¿quién será
su ministro de Economía en el caso de que llegue a la Presidencia? Si
es por él, dicen, su propósito es que Axel Kicillof se
mantenga en el cargo, a pesar de que el funcionario confesó sus preferencias
por encabezar la comisión de Presupuesto y Hacienda en Diputados, ejercer
de insolente fiscal sobre su sucesor. Cumplir, en alguna medida, con el deseo
explícito de Cristina: Daniel está liberado para designar gabinete y
embajadores. Una no intervención, claro, que también supone una amenaza futura
si es que conserva entonces el dominio parcial del Congreso y la Justicia.
Pero el candidato presidencial parece que reiteró su convite a Kicillof,
amparándose tal vez en la necesaria continuidad del proyecto, definido en
exclusividad por el modelo económico. O en una cínica picardía: si se
requiere un ajuste que el propio Gobierno anuncia que harán otros, pedir
más plata prestada, pactar con los buitres, bajar el déficit y la inflación,
devaluar y reducir subsidios a sectores amigos, mejor Kicillof para reparar lo
que él mismo rompió. Quemarse en su salsa, vulgarmente dicho.
Hoy esa decisión está pendiente, al arbitrio de la Presidenta, quien
–dependiendo del día– en ocasiones aparece corrida de la foto principal, como
si ese gesto beneficiara la campaña de Scioli, apartada inclusive de los spots
de propaganda, lo cual, en otros tiempos, hubiera sido un desaire de costosas
consecuencias. Baste recordar la pelotera oral y física de Néstor con Sergio Massa,
jefe de Gabinete cuando la esposa de éste (Malena) no incluyó en su publicidad
de Tigre el apellido Kirchner. Si hasta Karina Rabolini ahora se exhibe
emancipada de la Casa Rosada, dato distintivo luego de tantos años de castigo y
exclusión.
Además, Scioli padece de un vacío evidente: incorporó economistas,
planes diferentes, pero no dispone de un hombre a medida para el puesto. Por
razones de enfermería o lesiones. Ganó espacio Miguel Bein, tambien
colaboradores suyos como Marina Dal Poggetto, aunque más de una reserva pesa
sobre las condiciones físicas del profesional para soportar un trajín exigente
de 24 horas por 24. Misma duda para Mario Blejer, otro experimentado en crisis,
aunque Bein empezó a otearla con De la Rúa mientras Blejer la sufrió más severa
con Duhalde. Muchos apuestan a Eduardo Levy Yeyati, impulsado por el mismo
Blejer, a pesar de que no se le reconoce galladura confidente con Scioli. Lo
que le sobra, en cambio, a fieles como el contador Rafael Perelmiter, la
“griega” Silvina Batakis o el todoterreno Alejandro Arlía, seguros miembros de
un gabinete futuro, pero aún sin desbordar el crédito que demanda un posible
ministro. Es que, como en el fútbol, cuando se pasa de la B a la A, las
nuevas competencias requieren de más jugadores y con otra cotización.
Trío. No se sabe aún si Cristina contribuirá con Daniel, aunque hoy semejan
vivir una relación idílica, bendecida por un protector de ambos: el papa
Francisco. Lo que se dice una Santísima Trinidad de los tiempos modernos y
subdesarrollados. En ese marco, más de uno advirtió que la visita de Scioli al
santuario de Cuba, más exactamente al geriátrico de los Castro, ocurrió un día
después de que ese país rehabilitó negocios y embajada con los Estados Unidos. Como
se sabe, fue Bergoglio (quien
llegó al Pontificado gracias a los votos de la Iglesia norteamericana) un
impulsor de ese entendimiento vivido como un siniestro malentendido durante más
de medio siglo. Como también, se afirma, promueve ahora la nominación de
Cristina para presidir algún tipo de proyecto especial en la FAO para mitigar
el hambre en el mundo, ya que la región iberoamericana registra progresos en
esa materia en la última década, al menos comparada con Asia y Africa. A Ella
le interesa la idea, se entusiasmó con el tema de la alimentación mundial y, en
los últimos días, ha sido inesperado tema de conversación hasta con poderosos
empresarios del sector agropecuario, esos que protestan contra la política
oficial y que en ocasiones son denostados por el Gobierno. Paradojas de la
vida.
Sólida verosimilitud ofrece esta versión del trípode Scioli (el
postulante dilecto y confeso de la Iglesia), Cristina y el Papa: ni siquiera
hay que ver bajo el agua para advertirlo, basta enumerar episodios amistosos
del pasado reciente (y también enemistosos con aquellos que no participan de
ese triángulo político, Massa inicialmente, Mauricio
Macri ahora, para colmo armonizado por una deidad budista).
Se pueden agregar más datos: gestiones en Roma del embajador argentino en la
FAO, Claudio Rozencwaig, ex mano derecha del vicecanciller kirchnerista Eduardo
Zuain, hombre de la casa venido al cristinismo y hoy de razonable cercanía al
Vaticano.
Tampoco se podrá negar algún tipo de transacción internacional,
semejante al toma y daca entre Argentina y Uruguay, para que una administración
respalde el ascenso del ex canciller uruguayo Nicolás Almagro a la OEA y, la otra,
al ex juez Eugenio Zaffaroni para una comisión de derechos humanos del
organismo. Gente de bien dedicada a estas fusiones.
Sin embargo, aún con la influencia de Francisco, Cristina tal
vez no se pueda encumbrar a la secretaría general de la FAO: allí siempre
prima un delegado de los países necesitados de alimentos y no los
representantes de estados, como la Argentina, que son productores de alimentos
y en general poco generosos con los más necesitados. Pero si no es posible esa
alternativa, queda otra salidera con mayor figuración: se puede lograr un
programa hambre cero endosado a la recién salida Cristina, una ocupación
internacional para la jubilada que le “hará lío” a los ricos, como pretende el
jesuita.
Enjuague del nuevo triángulo de las Bermudas para armar sus propios
negocios, unos más altruistas que otros, pero coincidentes en el afán de
sobrevivir.
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