Por Gabriela Pousa |
Extraña semana pos electoral en la ciudad Capital.
Análisis para todos los gustos, encuestas que vuelven a mostrar
intereses sectoriales por sobre la verdad, y un peculiar afán por negar lo
innegable: el resultado final. La sorpresa apuntó a la escasa
diferencia de votos entre uno y otro, sin embargo, esa diferencia solo cobró
trascendencia a la hora de socavar una vez más la figura de Mauricio Macri como
candidato presidencial.
Es siempre la misma historia: la crítica y la queja
sin propuestas. Nuevamente cabe aclarar que no hay ni un Churchill, ni de un De
Gaulle ni un Valcav Havel en ninguna boleta.
Ahora bien, más allá de todas estas especulaciones
y subjetividades hay hechos inexorables que marcan el triunfo del PRO:
un partido nuevo que va a una elección sin aliados, y con una figura como
Horacio Rodríguez Larreta cuyo carisma no es el habitual en los políticos que
aspiran a conquistar cargos ejecutivos. Pese a todo eso, ganó.
El PRO se enfrentó a una coalición de partidos,
algunos de los cuales tienen tradición centenaria como la Unión Cívica Radical
y el Socialismo. A ellos se sumó la Coalición Cívica – Ari, y sin chicana que
valga, el FPV cuyo objetivo de hacer trastabillar a Macri lo llevó en masa a
votar por su ex ministro de Economía. Además este, en los días previos a la segunda
vuelta electoral, se ocupó con creces de proclamar su mayor concordancia con la
política oficial: “La agenda del kirchnerismo es una agenda que a mí me
gusta más”, sostuvo sin sonrojarse siquiera.
En síntesis, pese a esa sumatoria de votos, Rodríguez
Larreta ganó. En ese contexto, puede decirse sin temor al equívoco que
ECO, cuyos equipos además nunca fueron presentados en sociedad, no conforma aún
ninguna fuerza nueva sino que surgió fruto de un “voto en contra de” cuya
supervivencia dura lo que dura la elección.
De ECO hoy queda Martín Lousteau. Ni siquiera su
candidato a vice jefe de Gobierno votará en la presidencial por la misma figura
que dice aquel ha de votar. A su vez, el 20% de votos que Mariano
Recalde liberó, volverán a votar al kirchnerismo. Ingenuo era y es suponer que
votantes del oficialismo se volcasen por el partido que lidera Mauricio Macri.
Del mismo modo, raro sería que el votante del PRO cambié su voto para
beneficiar al candidato opositor.
El camaleónico actuar de la dirigencia no se
corresponde muchas veces con la conducta de la sociedad cuya definición no
suele estar ligada tanto a lo ideológico sino más bien a la utilidad y el
pragmatismo del propio confort.
Hoy todo acto electivo presenta la misma dualidad:
cambio o continuidad. No debería importar demasiado quien representa a uno u otro si
durante más de doce años no importó cómo destruían las bases institucionales y
cercenaban las libertades individuales.
¿Qué pasa que de pronto hay tanto “purismo” en la
calle? Que resulte trascendente la opinión de un candidato sobre Aerolíneas
Argentinas o YPF cuando lo que está en juego es la República, los derechos
individuales y la libertad, no parece una actitud muy racional. Lo que importa
o debería importar es optar por aquel capaz de desplazar al kirchnerismo, y luego sí exigir
que las cosas se hagan como es debido. Pero eso no es lo que sucede
generalmente con los argentinos.
Muy por el contrario, acá se vota un
domingo y al lunes siguiente la democracia quedó delegada a los nuevos
habitantes de la Casa Rosada. Los ciudadanos vuelven a lo suyo y solo
reclamarán si llegar a fin de mes cuesta mucho. De manera que no se
comprende la indignación de varios hacia algunas propuestas esbozadas por la
principal competencia al candidato oficial.
Si esta fuese una sociedad que custodia de cerca y
hace valer la representatividad del sistema, entonces podría tener sentido un
debate de la índole privatizar o no privatizar. Pero un pueblo que
prefiere salir de vacaciones que ir a votar no está en condiciones de socavar
las posibilidades de un aspirante a sacar al kirchnerismo del poder porque dice
que dejará que una Aerolínea sea estatal. Seamos serios y coherentes
con nuestro decir y también con nuestro actuar.
Mientras los argentinos tengan como prioridad el bolsillo
y la propia comodidad, las exigencias en cuanto a modos o métodos no parecen
gozar de mucha racionalidad. Asimismo, hasta tanto no se comprenda que
lo que está en juego va mucho más allá de la bandera flameando en un avión o de
la administración de una petrolera, difícilmente pueda erradicarse la ignominia
que sepulta el destino de la Argentina.
No se trata de que Macri sea o no un estadista, ni
siquiera pasa por los dones del candidato para ejercer la Presidencia.
Seguramente Daniel Scioli, tenga muchísima más experiencia en gestionar y más
aparato para salir a calmar las ansiedades populares. Pero el tema pasa
por otro lado, pasa por liberarnos del mal que vienen haciendo desde hace más
de una década.
Una vez lograda esa liberación, no será
entonces mera responsabilidad de Macri demostrar cómo gobierna porque la opción
será como siempre ha debido ser, nuestra. Deberemos ser nosotros quienes
indiquemos el rumbo por donde queremos que tome el conductor a quien
contratemos en la elección.
A los Kirchner se les dio el micro con el tanque
lleno y sin ningún mapa ni indicación. Quejarse ahora el camino que eligieron
para transitar no cambia demasiado las cosas, menos que menos si no entendemos
que somos los pasajeros los que debemos tener en claro adónde vamos.
El problema somos nosotros si durante el recorrido
no fuimos capaces de levantarnos para indicarles que era otro el camino que
preferíamos. Si no sabemos lo que queremos, nuevamente tendremos un jefe de
Estado que tome el volante y nos lleve al lugar que él desee, y por la ruta con
mayor peaje.
No es pues Scioli o Macri la disyuntiva si bien se mira. La verdadera elección pasa por definir si estamos dispuestos a hacernos cargo de nuestro país o si vamos a dejarlo nuevamente librado a los antojos, caprichos y veleidades de un delegado cuando en rigor lo que vamos a elegir es un representante. Somos sus representados. Sin entender esa diferencia seguiremos a la deriva sin posibilidad de llegar a la orilla.
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