Por James Neilson |
Pobre Mauricio. Para regocijo de Daniel, Sergio, Margarita,
Martín y los muchos progres que lo odian por creerlo un neoliberal desalmado,
perdió en su propio feudo y vio esfumarse su sueño de suceder a Cristina en la
Casa Rosada. Aunque la realidad es un tanto distinta, no bien se supo que
Horacio Rodríguez Larreta había ganado el ballottage porteño por solo 3,2
puntos, los resueltos a cerrarle el camino a Macri se pusieron a festejar lo
que suponían sería su inminente defunción política.
Entre los sepultureros más entusiastas se encontraba Martín Lousteau: convencido de que más del 48 por ciento de los votantes de la Capital Federal lo habían apoyado por su “carisma” personal, no porque la mayoría quería frustrar las aspiraciones de Macri, el rencoroso ex ministro de Economía de Cristina les pidió oponerse al ingeniero en todas las elecciones siguientes, saliendo así del “espacio” que, con Ernesto Sanz y Elisa Carrió, había compartido con el líder porteño.
¿Logrará Lousteau consolidarse como un líder político
emergente, portaestandarte de una nueva generación, como dicen los
impresionados por la cantidad de votos porteños que cosechó? Es factible, pero,
como podrían recordarle Francisco de Narváez, el hombre que humilló a Néstor
Kirchner en las legislativas de 2009, o Sergio Massa, protagonista de una
hazaña aún mayor que puso fin a la fantasía de una Cristina eterna, los
beneficios producidos por lo que muchos toman por un éxito electoral
sorprendente suelen resultar efímeros. Entre otras cosas, a los miembros del
establishment político no les gusta que un novato les haga sombra.
Aunque para indignación tardía de muchos, todos los
encuestadores previeron que Rodríguez Larreta triunfaría por un margen mucho
más holgado que el que finalmente se registró, el candidato mismo pareció
entender desde el vamos que no le sería tan fácil distanciarse del retador.
Bien antes de abrirse los cuartos oscuros porteños, dijo que para ganar solo
necesitaría la mitad más uno de los votos, una afirmación que, dadas las
circunstancias entonces imperantes, ocasionó cierta extrañeza. Con todo, el
candidato de Pro tenía buenos motivos para desconfiar de los pronósticos. Luego
de sumar los votos kirchneristas, izquierdistas y progres, y sustraer los que
hubieran aportado los muchos, casi cien mil, porteños relativamente acomodados
que optaron por irse de vacaciones, intuía que no le sería nada fácil anotarse
la victoria apabullante que habían imaginado los estrategas macristas.
En esta oportunidad, el optimismo excesivo de Macri y
ciertos miembros de su equipo les resultó contraproducente; sin proponérselo,
se las arreglaron para transformar un triunfo, uno ajustado pero así y todo
real, en una derrota psicológica, de tal modo brindando a sus adversarios un
pretexto para pintarlo como un perdedor nato. Por razones que en el fondo son
parecidas, los macristas habían supuesto que, para tener una posibilidad de
ganar en octubre, les sería necesario persuadir al electorado de que una marea
amarilla estaba por inundar buena parte del país, de ahí el triunfalismo
voluntarista que se apoderó de tantos en vísperas del ballottage. Puesto que
les salió mal, tuvieron que improvisar un plan B.
Lo entendió enseguida el propio Macri. Sin demorar un
minuto, el jefe del gobierno porteño se reubicó en el mapa ideológico saltando
hacia el centro al afirmarse a favor de mantener YPF y Aerolíneas Argentinas en
manos del Estado y de hacer de la Asignación Universal por Hijo, fruto de un
proyecto de su aliada más valiosa, Elisa, un derecho consagrado por ley, no una
limosna clientelista que un presidente antipático podría anular
caprichosamente.
Se trata de su forma de jurar no ser un monstruo neoliberal
resuelto a privar a los pobres de los subsidios a los que se han acostumbrado,
sino un caudillo tan populista como el que más que, claro está, administraría
con eficacia y honestidad una versión propia del “modelo” de Cristina. Es lo
que a su manera se propone Daniel Scioli aunque, a diferencia de Macri, al
gobernador bonaerense no le es dado hablar pestes de la corrupción porque se ve
rodeado de kirchneristas que están habituados a convivir con un nivel realmente
escandaloso de venalidad y que, para más señas, parecen dar prioridad a la
defensa del derecho presidencial a enriquecerse a sí misma, y a su parentela,
por medios que, en el legendario país “normal” de la retórica oficialista,
serían considerados decididamente heterodoxos.
Además de procurar tranquilizar a los asustados por la
sospecha de que un eventual gobierno de Macri que, según los kirchneristas y
progres, sería “liberal”, no vacilaría en llevar a cabo algunos ajustes
salvajes, los socios del líder porteño dan a entender que ha abandonado la
esperanza de que Pro siga creciendo hasta convertirse en el próximo gran
movimiento nacional. Hasta nuevo aviso, Macri tendrá que resignarse a ser un
integrante, con suerte primus inter pares, de una alianza abarcadora en que los
radicales y la gente de Carrió desempeñarían un papel más importante que el
cumplido hasta ahora, y que ofrecería un lugar digno a aquellos peronistas
presuntamente evolucionados que estén dispuestos a colaborar. En opinión de
muchos, de haber actuado tal modo hace medio año, Macri se hubiera ahorrado las
derrotas que sus apadrinados sufrieron en Santa Fe y Córdoba y en la actualidad
estaría mejor posicionado en la provincia de Buenos Aires. Puede que quienes
piensan así estén en lo cierto pero puesto que, los historiadores revisionistas
aparte, a nadie le es dado modificar el pasado, nunca lo sabremos.
La estrategia pre ballottage de Macri se basaba en la idea
de que, más temprano que tarde, la mayoría, consciente de que una vez más el
peronismo había llevado el país a un abismo, reclamaría un cambio de rumbo
copernicano, reeditando aquí lo que ha ocurrido en algunos países europeos al
fracasar gobiernos socialdemócratas. Fue por temor a que el Pro se diluyera
hasta que, como la Ucedé de Álvaro Alsogaray, terminara deglutida por el
peronismo omnívoro que durante tanto tiempo intentó mantener a raya a los
socios del frente Cambiemos que se formaba en torno suyo.
Olvidaron los macristas de la primera hora que la Argentina
es un país mucho más conservador que cualquiera en Europa salvo, tal vez,
Grecia e Italia, uno en el cual las víctimas de décadas de populismo miope
siguen temiendo más al “cambio” que a las consecuencias previsibles de “la
continuidad”. Para desconcierto de los resueltos a ensayar reformas drásticas,
pocos prestan atención a quienes advierten que es insostenible por mucho tiempo
más el “modelo” kirchnerista porque está agotándose con rapidez la plata que
necesitaría para mantenerse a flote. Así las cosas, a Pro le hubiera convenido
que estallara hace tiempo la gravísima crisis económica que nos aguarda, pero
el Gobierno logró postergarla. Si bien desde el frente económico siguen
llegando novedades preocupantes, no inciden tanto en el estado de ánimo del
electorado como ocurriría en otras latitudes en las que un aumento mínimo de la
tasa de inflación o una merma leve de la producción industrial serían más que
suficientes como para hundir a un candidato electoral oficialista.
Irónicamente, el que Macri parezca haberse convertido de
golpe en un populista no tardó en tener un impacto económico negativo al llegar
los inversores en potencia a la conclusión de que, pase lo que pase en el
ámbito político, la Argentina seguirá aferrándose a esquemas que a su juicio
son peor que inútiles. Asimismo, para inquietud del gobierno kirchnerista y del
equipo de Scioli, ha reaparecido el dólar blue, hay dudas en cuanto a la
capacidad del ministro de Economía Axel Kicillof y el mandamás del Banco
Central Alejandro Vanoli para impedir que las reservas se evaporen antes del 25
de octubre y, mes tras mes, en los supermercados el consumo sigue cayendo a
pesar de la voluntad gubernamental de estimularlo confeccionando más pesos. En
buena lógica, el nerviosismo que está agitando a los mercados debería favorecer
a los partidarios del cambio, pero parecería que fortalece a quienes se
aseveran resueltos a asegurar que todo permanezca más o menos igual.
Scioli reza para que no ocurra nada alarmante en la quincena
que nos separa de las PASO o en las semanas siguientes: su propio destino
depende de la ilusión de que lo único que precisa “el modelo” es algunos
retoques menores. Por su parte, Macri se ha resignado a tratar de hacer pensar
que a él también le importa mucho la estabilidad, lo que no ha sido óbice para
que Kicillof lo acusara de “fomentar una corrida bancaria” al “mandar a la
gente a comprar dólares”. De todas maneras, parecería que Macri ha decidido
cambiar su propia imagen para que se asemeje más a la de su contrincante
principal, acaso porque ya está harto de esperar a que las circunstancias hagan
de una ruptura con el populismo tradicional una opción irresistible. Sucede
que, tal y como fue el caso cuando la convertibilidad se acercaba al cementerio
en que yacen tantas iniciativas fallidas que en su momento disfrutaron del
consenso mayoritario, lo que los kirchneristas llaman su “modelo” contará con
el apoyo de buena parte de la ciudadanía hasta dar sus últimos estertores.
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