Por Rodrigo Llorent (*) |
Década ganada, década perdida. Los años en los que el
kirchnerismo dirigió los destinos del país dejaron un debate abierto en todas y
cada una de las aristas en las que se puede analizar la gestión gubernamental.
Y la política exterior no es la excepción. Para algunos especialistas fueron
años en los que la Argentina logró un modo de inserción positivo, que rompió
con una lógica de subordinación a las potencias centrales, para hacer valer su
voz en el escenario internacional junto a socios regionales que antes habían sido
postergados en la diplomacia local.
Para otros, en cambio, fue una época
marcada por el aislamiento y el alejamiento de los centros de poder gracias a
una lógica que combinó errores de apreciación sobre las alianzas a desarrollar,
sumada a la permanente crítica a los núcleos de financiamiento, proveedores de
una indispensable inversión para el país. Entender esta contradicción es una
tarea necesaria para establecer el verdadero balance de la política exterior
que esbozó el kirchnerismo durante estos años.
Es posible enfrentar este desafío siguiendo el interesante
análisis que Roberto Russell y Juan Gabriel Tokatlian realizaron en “La
política exterior del kirchnerismo”, trabajo recientemente publicado en ¿Década
ganada? Evaluando el legado del kirchnerismo (Editorial Debate, 2015), editado
por Carlos Gervasoni y Enrique Peruzzotti. Luego de reconocer que la política
exterior del kirchnerismo “ha sido juzgada, por lo general, sin medias tintas”,
Russell y Tokatlian, dos de los mejores teóricos de política internacional de
la Argentina, advierten: “El kirchnerismo no ha instaurado un nuevo ‘ciclo’ de
la política exterio; preferimos hablar de un ‘momento’ dado que esta etapa
carece de premisas claras”.
Doctores en relaciones internacionales, Russell y Tokatlian
señalan que la política exterior de Néstor Kirchner estuvo atada a la crisis
2001-2002 y al gran evento catalizador de la acción internacional desplegada
tras esos años, mientras que la diplomacia de Cristina Fernández de Kirchner
fue más compleja porque no hubo un evento unificador en el frente externo. No
obstante, ambos gobiernos estuvieron marcados por el “hiperpresidencialismo”
para el diseño de la política exterior.
Construcción de poder
Según los profesores de teoría internacional, la debilidad
de origen que tuvo Néstor Kirchner por haber asumido su gobierno con un bajo
porcentaje de votos, lo obligó a erigir un espacio propio de poder y, desde
allí, estuvo “en forma obsesiva y meticulosa” involucrado en todas las medidas,
aun las menos importantes. “En el campo de la política exterior, por ejemplo,
participó párrafo por párrafo y con inusual dureza en la redacción de las
condiciones específicas de los acuerdos alcanzados con el FMI durante 2003 y
2004” a la vez que “especificó que las relaciones con Brasil y Estados Unidos
quedarían en sus manos”.
En este proceso de construcción y centralización de poder,
Kirchner “no definió una estrategia precisa de política exterior”, más allá de
vagas alusiones al establecimiento de “relaciones serias, maduras y racionales”
con el mundo, a la relevancia de América Latina para el país y a la integración
regional con el acento en el Mercosur. En lugar del “alineamiento automático”
propuso una relación con Estados Unidos de “cooperación sin cohabitación” para
lo cual la cumbre de Mar del Plata que impidió un acuerdo por el ALCA fue
trascendental.
En tanto, Cristina asumió en un contexto en el que las
urgencias externas e internas de los primeros años habían quedado atrás y
parecía contar con “condiciones propicias para el desarrollo de una política
exterior más diversificada y activa”. Pero, a poco de ingresar a la Casa
Rosada, se encontró con tres escenarios que, según los autores, la obligaron a
reforzar su poder por interpretar que actores externos e internos querían
“ponerle palos en la rueda a su gobierno”.
Los acontecimientos fueron: el caso de la valija de Antonini
Wilson, el lockout agropecuario tras la resolución 125 de retenciones a
exportaciones del campo y el estallido de la crisis económica-financiera de
2008 en Estados Unidos, lo que la Presidenta calificó, irónicamente, como
“efecto jazz”.
Por otra parte, los autores señalan que “el caso más
emblemático en materia de política exterior, y la vez más controvertido” fue la
decisión de firmar un memorándum de entendimiento en 2013 con Irán para
investigar el atentado terrorista contra la AMIA en 1994, a la vez que
recuerdan la tensión con Estados Unidos en 2010 tras el abordaje de un avión de
la Fuerza Aérea norteamericana que provocó una “intervención exagerada” por el
canciller Héctor Timerman en lo que los autores denominan como la “diplomacia
de la ira”.
Un lugar en el mundo
Russell y Tokatlian aclaran que, así como el presidente
Carlos Menem insistió en la necesidad de recuperar la identidad “occidental” de
la Argentina en el marco de la posguerra fría, los Kirchner definieron al país
como una parte constitutiva de la “Patria Grande”, una nación cada vez más
“latinaomericanista” y menos “europea-occidental”. Pero marcan que en casos
concretos, como por ejemplo, la disputa por la soberanía de las Islas Malvinas,
se “sobreestima” el apoyo regional que tuvo menos impacto que el deseado.
A la vez que, observando las cifras del relacionamiento
económico internacional, el escenario no parece ser tan claro como se propone
desde el relato oficial. Mientras el Mercosur explicó el 2% de las
exportaciones argentinas en 1990 y el 2,7% en 2010; Estados Unidos representó
el 16,8% en 1990 y el 10,3% en 2010 y la Unión Europea el 24,6% en 1990 y el
17,9% en 2010. Pero fue China el gran ganador: pasó de explicar el 2,9% de las
exportaciones en 1990 a explicar el 14,8% en 2010. La relación se mantiene
también para las importaciones, por lo que se dibuja así un escenario en el que
se observa cuatro tendencias externas: la pérdida relativa de la centralidad de
Estados Unidos para Argentina, el peso decreciente de Europa, la mayor
influencia de Brasil y la creciente relevancia de Asia, fundamentalmente,
China.
“A la luz de estos criterios, la política exterior
kirchnerista registra menos anotaciones en su haber que las deseables o las que
sus partidarios le atribuyen”, aclaran Russell y Tokatlian. “En el balance, la
política exterior no estuvo a la altura de sus promesas. Esta incongruencia,
que se acentuó a fines de la década, impidió que el kirchnerismo pudiera
establecer un nuevo paradigma de política exterior que los trascendiera. Primó
la táctica sobre la estrategia”, agregan los especialistas.
Se trató, en definitiva, de un gobierno que termina “con
incertidumbres sobre orientaciones futuras, con ambivalencias y probables giros
de timón” que se demuestran con “un descarnado pragmatismo” y “posturas
dogmáticas” en el escenario internacional. “Muy poco, en ambos casos –concluyen
Russell y Tokatlian– para sostener aspiraciones fundacionales de un nuevo ciclo
de política exterior”.
(*) Politólogo y
periodista. Docente de Política Exterior (UBA)
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