Por Luis Gregorich |
Los recientes acontecimientos políticos parecen haber
resultado particularmente gratos para Daniel Scioli. Fue designado por Cristina
Kirchner candidato presidencial único del oficialismo; celebró la victoria a lo
Pirro del macrista Horacio Rodríguez Larreta en la capital por una diferencia
mucho menor que la esperada, y aparece encabezando casi todas las encuestas.
Sin embargo, pese a esta transitoria y feliz escena, la
vulnerabilidad de Scioli brota frente a un análisis más riguroso. En realidad,
está aprovechando la debilidad y el desgano de sus adversarios, que vacilan en
confrontarlo y exigirle definiciones precisas. Por nuestra parte, dejaremos de
lado su muy discutida gestión y nos dedicaremos a su discurso, a lo que dice
que va a hacer y, sobre todo, a lo que no responde, no dice y debería decir
para gobernar a una sociedad tan compleja como la argentina.
Lo primero que salta a la vista es la sorprendente capacidad
de Scioli, cuando es entrevistado, para no contestar o eludir los temas
centrales que impliquen una definición o un riesgo político. Resulta bastante
divertido ver a algún pobre periodista, incluso a alguno de los más afamados,
esperando una respuesta concreta de Scioli frente a un asunto más o menos
escabroso, cuando todos tenemos la seguridad de que tal contestación no vendrá
y será sustituida por una maraña de vaguedades, buenas intenciones y corrección
política.
No se trata de menospreciar a Scioli ni mucho menos a sus
votantes. Soslayar respuestas comprometedoras puede ser una estrategia dirigida
a un público que más bien funda su tranquilidad en la confianza que brinda una
imagen sonriente o, simplemente, vota con la resignación y el fatalismo de la
teoría del "menos malo".
Lo que el candidato no puede impedirnos es que, desde el espacio
mediático, sí le pidamos algunas definiciones, claras y concretas, sobre por lo
menos cuatro o cinco puntos de inevitable resonancia. Nos responderá a nosotros
o a cualquier otro que le haga las mismas preguntas. O a nadie: más bien
desviará la conversación hacia los centros UPA, las cloacas y las casitas bien
hechas.
Vamos de menor a mayor. ¿Cuáles son los orígenes políticos e
ideológicos de Scioli? Nos importa para imaginar su conducta como gobernante en
el orden nacional. ¿Se inserta en alguna de las vertientes de la tradición
peronista? ¿O, dada su reciente sobreactuación fotográfica con Raúl Castro en
La Habana, debemos imaginar una nostalgia izquierdista?
Respondemos por él. Nada de eso.
Scioli pertenece a una rica familia de comerciantes de electrodomésticos,
de cuya vocación política lo único que recuerdo es su adhesión activa, en 1989,
a la fórmula radical Angeloz-Casella. Luego la empresa familiar quebró. Scioli,
cuya pasión absorbente no fue ninguna carrera liberal, ni tampoco la actividad política,
sino un deporte de riesgo como la motonáutica, puede considerarse un peronista
por adopción. Su ingreso en el Grial del justicialismo fue promovido, en los
años 90, por el entonces presidente Carlos Menem, así como había ocurrido con
Palito Ortega y Carlos Reutemann. En este terreno se le puede preguntar sobre
su raigambre menemista, pero no le costará escurrirse con un giro hacia la
felicidad, la paz y la unión de la gente.
Más arduo le resultará mantener la calma y referirse a
cualquier mundo paralelo cuando se multipliquen las preguntas sobre política
económica. ¿Qué pasará, si Scioli es elegido presidente, con el cepo cambiario,
las retenciones al campo, el endeudamiento interno y externo, y el flagelo de
la inflación? ¿Se mantendrá la política fiscal regresiva, que castiga a sueldos
y jubilaciones, o se optará por el impuesto progresivo a la renta financiera?
¿O todo seguirá en el limbo, como hasta ahora, en tanto continúa una frenética
expansión monetaria? ¿Cómo se hará para reactivar las economías regionales?
Se sabe que la política económica suele discutirse a puerta
cerrada, con influyentes grupos empresarios y sindicales. No parece que el
silencio de Scioli, sólo quebrado por entusiastas elogios a la administración
de Cristina Kirchner, lleve sosiego a estos sectores. En voz baja, los
economistas íntimos del candidato prometen indefinibles cambios. ¿Bastará?
Toca el turno sobre el papel de la Argentina en el mundo y
en la región. No hay indicios de que Scioli se haya entusiasmado con el tema.
Sus asesores estarán rumiando respuestas coherentes a los interrogantes que se
desprenden de un nudo problemático en cuyo tratamiento podría adivinarse a un
estadista. Vamos a elegir sólo unas pocas preguntas. ¿Qué se hará con el
Mercosur y cuál será nuestra relación con los países de la cuenca del Pacífico?
¿Se regularizarán nuestros vínculos con los Estados Unidos y con Europa o
seguirá la política del aislamiento? ¿Qué habrá que hacer con los holdouts? ¿Le
conforma la estrecha relación con regímenes populistas como los de Venezuela y
Ecuador? ¿Simpatiza con el modelo chavista/bolivariano, por ejemplo en su
concepción de la libertad de prensa y sus relaciones con la oposición? (Dicho
sea de paso: ¿qué opina de nuestra ley de medios?)
La parte final del interrogatorio es la más inquietante.
Abarca tres temas: la Justicia, la corrupción y la sucesión en el poder. Los
dos primeros tienen una íntima vinculación. Sólo una Justicia independiente
podrá perseguir eficazmente a la corrupción, pública y privada, monstruo de
siete cabezas que destruye las mejores energías del país y que desvía o
eterniza los proyectos de largo y mediano plazo. Los funcionarios públicos
corruptos deben devolver lo que han robado e ir presos, sean de la jerarquía
que sean, pero también los particulares que han evadido cientos o miles de
millones y se los han llevado al exterior deben repatriar esas fortunas y
aceptar las sanciones correspondientes.
¿Será capaz Scioli de cumplir con este mandato de la
historia, que ha sido derrotado en forma reiterada por el cínico "roba,
pero hace"? ¿Podrá o le interesará firmar con los demás candidatos a
presidente -como otros dirigentes políticos lo han pedido- un pacto
anticorrupción, que incluya la creación de una comisión investigadora, a la
manera de la Conadep, que actúe con plenos poderes? ¿Tendrá sentido, para
Scioli y todos los demás, reclamar esta actitud en una sociedad en que se han
naturalizado las prácticas corruptas y el quebrantamiento de la ley hasta el
límite que muestra, con realismo y metafóricamente a la vez, la notable
película Relatos salvajes, dirigida por Damián Szifron?
Las preguntas que hemos formulado a Scioli son válidas, en
su gran mayoría, para todos los candidatos, y pueden ser usadas en cualquier
debate que honradamente se lleve a cabo. La última, sin embargo, sólo está
dirigida a Scioli, y sólo él la puede responder. ¿Cuál es la garantía de que no
estemos en presencia de la "variante Putin", no precisamente
ajedrecística, que ya denunciamos hace tiempo desde estas líneas y que se puede
consumar incluso sin mayoría parlamentaria? (Hay una subvariante fácil de
imaginar: "la Zannini".)
La simetría es perfecta: el presidente de Rusia, Vladimir
Putin, no podía aspirar a una segunda reelección consecutiva y propuso como
candidato a su amigo Dmitri Medvedev; éste ganó y nombró primer ministro a
Putin. Una vez transcurrido el período de Medvedev, Putin -que estaba de nuevo
habilitado- se presentó y ganó otra vez. También Scioli, en caso de ganar,
podría designar a Cristina Kirchner jefa del gabinete de ministros (¿acaso no
es "la jefa del movimiento"?) con atribuciones delegadas hasta 2019,
en que sería de nuevo reelegida. ¿Cómo haría Scioli, sin mayores apoyos ni
empatía verdadera con la jefa, y rodeado por una sólida bancada kirchnerista en
el Congreso, para ser un presidente con autoridad?
¿Llamaría a sublevarse a las masas? ¿Pediría socorro al
peronismo no kirchnerista? ¿Tal vez se acercaría a la oposición? ¿O aceptaría
el papel discreto y bonachón del que reina y no gobierna? Merecemos respuestas,
merecemos un compromiso, para saber a quién se votará en realidad.
0 comments :
Publicar un comentario