Devolución de Sapos. El candidato devuelve
sinsabores al mundo K.
Impensados traspiés de Zannini, Milani incluido.
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Por Roberto García |
Cierta imaginería popular le concede a Daniel Scioli dos
condiciones. Una favorable, otra poco honrosa. Se lo considera, por un lado, un
sujeto afortunado, constituido en amianto, blindado, capaz de soportar
vendavales y flotar siempre, incansablemente, como una boyita en la laguna.
Le apetece a Scioli vestirse con ese ropaje, supone que protagoniza un film de
Hollywood sobre la no rendición. Candidato deportivo.
Pero, al mismo tiempo, otro juicio adverso y contradictorio lo describe: medroso,
sometido, poco escrupuloso para subir o mantenerse en el poder,
complaciente y sumiso como si lo gobernara el síndrome de Estocolmo, rehén de
sus secuestradores dueños, Cristina. Este costado humillante que lo degrada no
es de su patrimonio exclusivo: lo comparte con quienes lo ultrajan, con los que
lo han rebajado y siempre se reconocen diferentes de él, por supuesto mejores.
Ejemplo: el desprejuiciado matrimonio oficial que en varias ocasiones debió
resignarse a elegirlo a pesar del desprecio, como pareja imprescindible para
ganar los comicios (vicepresidente, gobernador bonaerense y hoy candidato a la
Casa Rosada).
En la misma senda altiva y de rechazo se anota su compañero de fórmula, Carlos Zannini, quien se
vanagloria de exhibir otras conductas éticas, costumbres menos vulgares (aunque
en los últimos tiempos ha incursionado en la hechura de ciertos negocios). Pero
ahora, ante la zanahoria del premio, se adaptó acomodaticio a la
doctrina de conveniencia que se le imputa al hombre de La Ñata y, con
una velocidad asombrosa, hizo un curso acelerado de sciolismo explícito
–versión política de cinismo– en menos de veinte días. Basta reparar en ciertos
episodios.
Le toca a Zannini representar al justicialismo, el mismo gobierno
democrático del general Perón que lo apresó y lo mantuvo enjaulado desde 1974.
El paso de los años lo redime de esa curiosa voltereta, nadie sabe si cambió él
o el partido. Sí, en cambio, sorprende otra aceptación de dos platos
indigestos. Uno, con gesto oriental, estoico, casi sonriendo: debió tragarse en
público que su jerarquía virtual, Scioli,
expresara un reconocimiento elogioso a Carlos Menem, de quien el
funcionario legal de Cristina (como toda su administración) hizo culto con el
escarnio. Al revés de los Kirchner, por su formación, menemismo para él es
sinónimo de pequeña burguesía, liberalismo extremo, el Imperio bajo todas sus
formas, sus enemigos desde la cuna. El gobernador justificó sus palabras,
agradecido con el riojano que le encontró una salida laboral luego de que
perdiera un brazo en un accidente de lancha. Zannini, en cambio, guardó
silencio, impasible, soportó el trompazo ideológico a su militancia histórica
como si algo hubiera olvidado en las escaleras soñadas para la Casa Rosada. Billetera
mata galán.
La otra indigestión asimilada sucedió unas horas más tarde, al mejor
estilo Scioli –o al estilo que el kirchnerismo le obligó a aceptar al forzado
delfín con alguna perversión e indisimulado capricho–, cuando tarareó el himno
que lo habrá de acompañar en su campaña, en esas pegadizas melodías habituales
que compuso
para su amigo Scioli Ricardo Montaner, un cantante de Berisso que se
hizo famoso en el Caribe, más precisamente en Venezuela. Justo a Zannini le
toca entonar, disfrutar y moverse con ese engendro de la discografía de mercado
cuando, es fácil imaginar, su vida debe haber estado animada musicalmente por
Los Olimareños, esa combinación uruguaya de protesta, vanguardia y armonías
camperas. Además de estético, el mandoble a su personalidad lo afecta
políticamente: Montaner, con valentía infrecuente en los cantantes, rechaza
y cuestiona al gobierno chavista de Maduro, se fotografía con carteles
reclamando la libertad de los presos políticos en ese país, adhiere a
opositores como Leopoldo López. Justo también ese desafío a quien representa a
un gobierno ignorante de esas represiones arbitrarias, que más bien las bendice
con el silencio. Nada dice tampoco Zannini de su leitmotiv musical, del
presunto derechista que lo hace cantar, copia discretamente a su jefe en el
binomio, por llegar a vice se muerde la lengua, traga el ricino por litros, se
tapa los ojos, olvida lo que fue y eventualmente es.
Otro traspié. Hay quienes conjeturan que la partida
del general César Milani, su protegido informante, también se
inscribe en los últimos y sucesivos traspiés de Zannini con su propio
comportamiento, con la tarea de espionaje y operaciones desdorosas que
desarrollaba el militar (quien reportaba a él y no al ministro de Defensa,
Agustín Rossi). Y que se tragó la medida del despido –y la ejecutó– a
disgusto, cuando en verdad debe haber participado en el operativo en
las sombras que rodeó al jefe del Ejército desplazado, investigando al
investigador, escuchando y siguiendo al dueño de las escuchas, como si fueran
parte de aquel memorable y añejo film La conversación. Le hicieron pagar su
autonomía, esa pretensión de poder excesivo, esa voluntad de continuarse a sí
mismo con Scioli al menos –con quien coqueteaba desde el día posterior al
Ejército, el año pasado, logrando que éste considerara necesario retenerlo en
el cargo– reuniéndose con periodistas, jueces y empresarios que la Presidenta
considera indeseables, en ocasiones en el departamento de su consuegro, de
apellido Miró, cordobés, y algo más que amigo de José Manuel de la Sota.
En esos informes comprometedores sobre los movimientos de Milani –que el
militar alude como “traición”, lo que viene a ser una paradoja con su
actividad– les asignan participación a viejos y nuevos espías de lo que era la
SIDE, ahora encumbrada en febril actividad y ninguna ignorancia al general Luis
María Carena, jefe del Estado Mayor Conjunto, confidente de Zannini hasta
matrimonialmente, ya que las parejas de ambos –cuando no disponen de crisis– se
reúnen con bastante habitualidad. El ahora cándido Milani debe reconocer una
frase que suponía dominar como parte de su caída y la cual, también, les cabe a
los últimos actos de Zannini reprochables con su origen: es la política,
estúpido.
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