Por Jorge Fernández Díaz |
En el anochecer de un jueves agitado, mientras el dólar
ejecutaba sus espeluznantes pasos de baile, los asesores de Scioli estaban
obsesionados por instalar en la opinión pública que a Macri le iba tan pero tan
mal que había recurrido a una bruja. Para ridiculizarlo repartían un audio en
el que el alcalde amarillo contaba su afición por la armonización budista y lo
mezclaban aviesamente con el falso rumor de que una vidente ecuatoriana le
había hecho una "limpieza" después de la derrota electoral en Santa Fe.
Confundir una técnica budista de autoconocimiento y templanza surgida de una
doctrina filosófica milenaria con una mera superchería esotérica autoincrimina
a los operadores en su ignorancia, en su mala fe ("se los pasamos para que
se rían de Macri") y en la extraña preocupación que al ajedrecista de
Villa La Ñata le despierta todavía su amigo y principal competidor. Esta
pequeña anécdota cierra cinco días extraños en que oficialistas y opositores
cometieron una notable sucesión de desatinos. Parecían, por momentos, borrachos
ciegos en el barro dándose bofetadas a la bartola.
El asunto se inició con los traspiés del ingeniero, hombre
demasiado estructurado para digerir velozmente el revés que Lousteau y sus
aliados radicales le acababan de propinar. Con menos cintura que una heladera,
contrariado por los resultados que paradójicamente le habían dado un triunfo
capital, salió a recitar su nuevo libreto, pero sin alegría ni convicción: lo
creía con la cabeza, pero no lo sentía en el cuerpo. Lo sintió al día siguiente,
cuando en una entrevista radial pudo argumentar por primera vez en contra de
una eventual reprivatización de YPF y Aerolíneas, y a favor de la vigencia de
Fútbol para Todos y la Asignación Universal por Hijo, pero agregándoles en cada
caso críticas durísimas a los manejos actuales de esos temas paradigmáticos,
que pretende reformar y mantener como políticas de Estado en el caso de
alcanzar alguna vez el sillón de Rivadavia. El alcalde "budista"
demostró con su propia gestión, en realidad, que cree en el rol del Estado; se
siente un desarrollista y tiene como influencia decisiva la opinión de sus
socios radicales, para quienes esos cuatro asuntos emblemáticos siempre fueron
defendibles: "Tanto mercado como sea posible, tanto Estado como sea necesario",
reza la declaración de Gualeguaychú.
Últimamente, a Macri hasta le resultaba piantavotos sablear
al Gobierno, puesto que él es visto como un líder únicamente antikirchnerista y
lo que precisa ahora es pescar en el río revuelto del medio, donde nadan millones
de ciudadanos para los que la Casa Rosada hizo cosas muy malas, pero también
muy buenas. En esos segmentos, el Frente para la Victoria había logrado
instalar una Operación Miedo: Macri es Menem, y viene a sacarte cosas
simbólicas y concretas que valorás mucho. Lo curioso es que inesperadamente el
kirchnerismo le ayudó a amplificar esa vacuna contra el susto social. Empezó
Máximo Kirchner, con la autoestima fresca después de haber sido salvado por un
pelo de la causa Hotesur: dijo irónicamente que Macri se había convertido en
Recalde. A continuación, y día tras día, su madre, su jefe de Gabinete y su
candidato no dejaron de mencionar como chicos abandónicos la paradoja de que el
principal opositor les diera alguito de razón. "Estamos haciendo bien las
cosas", concluyó Cristina. La alusión constante al ingeniero logró
entonces popularizar su mensaje de tranquilidad ("Gorda, parece que Macri
no nos va a sacar el fútbol, me enteré por Scioli"); también borrarle la
agridulce performance del bastión porteño y mantenerlo en el candelero como
referente ineludible y gran enemigo, tres efectos inconvenientes e indeseados.
La noche del domingo obligó al macrismo a revisar su
estrategia frente a la coalición. Quien no puede gobernar una alianza no puede
gobernar un país. Y los comicios capitalinos sirvieron como alerta de que
existía una crisis de pareja: "Tenemos que hablar". Y hablaron.
Fueron reuniones terapéuticas y convenientemente secretas entre los principales
miembros de ese club. Los radicales le pidieron básicamente a Macri que deje
ser el líder de Pro y se asuma a tiempo completo como figura del frente
Cambiemos. Pero el sacudón dominguero no sólo trastornó a esta entente; también
puso la piel de gallina de otros opositores y principalmente a algunos estrategas
del peronismo. Porque el fracaso de las encuestas generó dudas acerca de la
validez de los sondeos que se estudian en cada uno de los campamentos. Porque
el ballottage local hace inevitablemente pensar en el ballottage nacional, y
porque funcionó allí con fría contundencia el voto "todos contra
uno", que tanto dañó a Macri y que es la gran pesadilla de Scioli. Y,
finalmente, porque se ratificó la volatilidad de la política en estos tiempos
raros e inciertos en los que pueden sobrevenir sorpresas desagradables.
Por eso mismo la economía quedó esta semana bajo la lupa. Ni
el gobernador ni el alcalde creían hasta ahora que el problema económico,
enmascarado como estaba por la obra pública y por la morfina del consumo, se
colara expresamente en la campaña. Hace un mes, las primarias nacionales
sucederían bajo esa anestesia artificial, pero desde esa fecha empezaron a
ocurrir algunos accidentes. El boom consumista que iba a traer el aguinaldo
nunca se produjo: a pesar de que los comercios minoristas mejoraron levemente,
se calcula que los precios en supermercados crecieron un 30% en los últimos
veinte días. El salario mínimo cacareado por Kicillof fue tachado de indigno
por Caló. Comenzó a menearse la palabra "devaluación", muchos
ahorristas se abalanzaron sobre el oficial y sobre el blue, y cuantiosos
tenedores de plazos fijos decidieron dolarizarse de manera urgente. Scioli
conversa en privado con economistas ortodoxos: sus desvelos no son la
macroeconomía, sino la "sensación bolsillo", factor que considera
esencial para su destino en las urnas. Hasta hace cuatro semanas, la gente, en
efecto, se refugiaba en su casita y escuchaba afuera la tormenta eléctrica y
los truenos, pero no se mojaba. La gran pregunta del momento es si, para
decirlo en criollo, comenzó a llover dentro del rancho. Nadie está muy seguro
de que el deterioro del poder adquisitivo se haga sentir en las PASO, pero
tampoco nadie puede asegurar a ciencia cierta que sus efectos no caerán luego
sobre la primera vuelta. No pasaron inadvertidos tampoco los apuros que la
Presidenta sufrió en Río Gallegos. Cristina se estaba yendo con una imagen
creciente, pero para reforzar las candidaturas de su primogénito y de su cuñada
tuvo que llevar una guardia pretoriana de trescientos gendarmes: ninguno de los
tres puede caminar tranquilamente por las calles de su propio barrio.
Scioli, que es ubicuo, quiere macrizarse con sutileza, y
manda decir a sus alfiles que arreglará el tema de los buitres, que normalizará
la relación con los Estados Unidos y Europa, que recortará el déficit y que
volverá al crédito internacional. También él quiere pescar en el río revuelto
del medio. Pero para hacerlo debe rendir examen en Cuba y cuidarse de no
contrariar al vanidoso e invulnerable Kicillof, que está empeñado en dejarle
una granada sin espoleta. Le vendría bien a Scioli regalarle al ministro una
máxima budista: "El insensato que reconoce su insensatez es un sabio. Pero
el insensato que se cree sabio es, en verdad, un gran insensato".
0 comments :
Publicar un comentario