Por Nicolás Lucca
(Relato del Presente)
Hablar de Cristina ya fue. Es como comentar Titanic cuando
la estaban por sacar del cartel. Analizar las cagadas que se mandaron los que
se están por ir ya no tiene demasiado sentido, a no ser por la nostalgia. Lo in
ahora está en afilar los cuchillos para el que venga, sea quien sea.
Obviamente, lo seguimos haciendo para divertirnos, porque
nos causa gracia que la Presi diga que el inventor del automóvil es Henry Ford,
o que blanquee que Kicillof está haciendo una pasantía con la economía del país
dado que “aprendió mucho en los años que lleva de ministro de Economía”.
Puedo escucharla durante horas hablar sobre actos
administrativos presentados como obras fundacionales que hay que agradecerle
como si los hubiera pagado de su bolsillo. Como si alguna vez hubiera pagado
algo de su bolsillo. Eternos minutos concatenados en los que todo lo mecha con
el recuerdo de aquél que nos sacó del infierno en 2003 y aún nos guía a pesar
de la enorme desventaja de estar muerto, o con la desgracia de haber tenido
problemas de salud, cuando vivimos en un país en el que a nadie se le murió
nunca ningún ser querido, ni ha tenido jamás un problema de salud que no
pudiera solucionar en algún hospital público, esos a los que se entra con un
catarro y de los que se sale con una colostomía.
Ayer, por ejemplo, hizo todo junto para el turno mañana.
Habría aplaudido al que logró que Cris salga de la cama antes de las 11.00 de
la madrugada, pero aún no pude chequear si no siguió de largo. Lo cierto es que
la Presi estaba junto a Daniel Scioli inaugurando la Ruta 6, esa que tendría
que haber estado lista para 2005 pero que se demoró tan sólo 120 meses, y
empezó a tirar obras maravillosas, números inexplicables y un pase de factura
para las policías provinciales que se acuartelaron en diciembre de 2013 y que
no respetaron que ella “justo salía de una operación en la cabeza”. Se ve que
algún instrumento se olvidaron en el lóbulo temporal, porque hasta donde uno
recuerda, a Cristina la operaron en octubre y para cuando en las provincias
había muertos y saqueos, ella bailaba y golpeaba una cacerola en la Plaza de
Mayo, cuando celebró los 30 años de una democracia que no alimenta, no cura ni
educa.
Divina, la que en 2009 nos metió el verso del tren bala
Buenos Aires-Rosario-Córdoba ––con una sobrefacturación cercana al 1.000%–
ahora nos cuenta que “cuando cambien las vías podrán hacer Rosario-Buenos Aires
en 4 horas”. No les digo un tren bala, pero un tren común y corriente a nuevo,
no debería tardar más de dos horitas y media, yendo a 120 kilómetros por hora,
como dicen las propias locomotoras. Como quien no quiere la cosa, dijo que
estaba contenta por los talleres, las estaciones y los trenes nuevos, a los que
presentó como parte de una Argentina que se levanta. Los trenes son importados,
los talleres existen sólo en los quichicientos anuncios y las estaciones son
las de siempre, sólo que remozadas, con la clara excepción de Rosario Sur para
la cual tuvieron que incluir en el presupuesto la relocalización de las
familias que vivían ilegalmente sobre la traza ferroviaria. Hay que reconocer
que como postal de “lo que hemos hecho en estos 12 años”, funciona.
Luego de la euforia provocada por Daniel Scioli, quien sin
tener un trabajo registrado en su vida calificó de “compañeros” a los
trabajadores, Cristina quedó extasiada y, envalentonada, se la agarró con
Mauricio Macri, a quien irónicamente le agradeció que reconociera todo lo bueno
que se hizo con Aerolíneas Argentinas e YPF. Y así, chocha de la vida, le pidió
al Jefe de Gobierno porteño que habilitara el Mercado Central de Colegiales,
para que los porteños no tengan que trasladarse “hasta acá, en La Matanza”. El
acto era en Cañuelas.
Por esas cosas es que hablar de Cristina resulta divertido.
Porque al ir corriéndose de la escena, sus comentarios aparecen más
incoherentes que nunca, lo cual no es poco. Sí, Macri tuvo un cambio discursivo
notable con la intención de captar el voto de quien nunca lo votó ni lo votará.
Y pareciera una guerra de sujetos con problemas de comprensión. Macri dice que
le gustaría que Aerolíneas Argentinas e YPF sigan en manos del Estado, pero que
así como están son un fracaso. Cristina le agradece dos días después de que
allanen las oficinas de YPF y con los vuelos cancelados hasta para mandar a Recalde
a saludar a la madre.
Hace tiempo que planteamos que el kirchnerismo corrió todas
las fronteras. Una de ellas es que a todos les da miedo definirse por lo que
son, salvo a los orgullosos de alguno de los 10.526 partidos de izquierda. Es
notable hasta qué punto llegó el daño cultural que el candidato que ––hasta
hace unos días– se presentaba como lo más opuesto ideológicamente al ideario
kirchnerista, prefiere definirse “de centro”.
Personalmente, que Aerolíneas Argentinas sea una empresa de
participación estatal o permanezca en manos privadas, me resbala. Sí, el
romanticismo de los tiempos pasados es hermoso, pero uno no se queda con la
misma mina si ésta no para de traerle dolores de cabeza, sólo en honor a la
nostalgia. Aerolíneas es un agujero negro de guita mantenido por los impuestos
de personas que never in the puta life podrían pagarse uno de sus pasajes. Y al
que venga a decirme que “ahora une destinos que no eran redituables”, les
informo que, en primer lugar, por algo no eran redituables. Y en segundo, que
existe LADE, Desde que a Cristina le pintó que era una buena idea hacernos
cargo de una máquina de perder guita, LADE dejó de volar a Bahía Blanca, Alto
Río Senguer, Río Mayo, José de San Martín (en Chubut), Trelew, Paraná, Chos
Malal, Loncopué, El Bolsón, Viedma, San Antonio Oeste, Perito Moreno,
Gobernador Gregores, Puerto San Julián, Puerto Santa Cruz, Río Turbio y Puerto
Deseado. Sí, paradójicamente, la mayor cantidad de destinos perdidos son los de
Santa Cruz.
¿Quién en su sano juicio puede considerar sano para el
Estado mantener ese sistema?
Pero convengamos que una cosa es que nosotros marquemos esos
virajes en la oratoria y no quienes aplaudieron de pie a Daniel Scioli en el
mismo 678 que se había encargado de presentar como “uno de los candidatos de
los fondos buitres” al tipo que tenía un bulín en TN. Todos cambian de opinión,
y tienen derecho a hacerlo aún cuando no sea un cambio de opinión real sino la
aplicación de una medida en la que no creen, pero que llevarán adelante para
caer simpáticos a alguien. El propio kirchnerismo lo ha hecho con cosas que
convirtió en sus propias banderas. La asignación universal por hijo estuvo
frenada en el Congreso por años hasta que a Cristina le pareció una buena idea
y la sacó por decreto. Lo mismo pasó con el matrimonio igualitario, que
revolucionó al país cuando la vía judicial ya estaba encaminada a la Corte. Lo
han hecho tantas veces que, si me pongo a enumerarlas, este texto termina en el
portal de al lado.
Del tema Scioli y los grandes medios, no hay mucho para
aclarar. El que no tiene una deuda impositiva gigante, temor a que se le
ejecuten y ganas de que se la refinancien, tiene un pequeño conflicto con
algunas cuantas licencias de televisión y radio. En cuanto a los periodistas
rasos… No me gusta tirarle mierda a los colegas, mucho menos a los que admiro
y/o respeto, pero algunos podrían disimular. A la hora de pedir disculpas,
siempre es preferible que la última opción sea el lector, el televidente o el
radioescucha.
Hay cosas que nunca van a cambiar porque siempre fueron
iguales. Es más, está perfecto que así lo sean. Un periodista dice que le
parece sospechoso que el Gobierno pague por unas cunas de mierda cuatro veces
más de lo que sale el mismo kit hecho de materiales nobles y automáticamente le
recuerdan que en junio de 1985 se llevó dos caramelos de más del kiosco del
barrio. Puteamos, nos enojamos, nos calentamos en demasía, pero sabemos que son
las reglas del juego. Claro que hay límites, como que te pasen a buscar por la
puerta del laburo de madrugada, te saquen a pasear por en auto y, luego de
intentar sacarte alguna data, te depositen en el domicilio del cual nunca diste
la dirección ––me contaron– pero el resto es discutible.
Los grandes medios pueden bajar línea. Gracias a la
providencia, laburo en uno en el que me permiten decir lo que se me canta y la
prueba está en que al día de la fecha no me han dado un voleo en el ocote. El
hecho de que no cobre por escribir estos textos también debe sumar. Pero si por
una de esas casualidades llegara a pasar, vivimos en la era de Internet, en la
que nadie puede callarte y en la que, ante cada intento de regulación, surge
una nueva vía de escape para decir lo que se nos canta, cuando se nos canta,
como se nos canta.
No hay que caerle bien a los políticos. Ojo, por ahí estoy
equivocado, pero para comunicar “las buenas noticias” están los prenseros, los
medios oficiales, la pauta propagandística y los medios del Estado. Bastante
grande es el aparato como para querer quedar bien con el poder de turno, sólo
porque el poder de turno por venir nos cae mejor que el anterior. Porque, en
definitiva, lo que termina por asomar es que, para algunos, lo que más les
jodió del kirchnerismo fue que no les abrieran las puertas de los despachos
para darles primicias.
En las redacciones siempre jodemos con “el debate por el rol
de los medios”, paja argumental que utilizan las facultades para justificar
buena parte del presupuesto y a la que los pibes que estudian periodismo van a
levantar minas y, de paso, para putear a esas empresas en las que se mueren por
entrar a laburar aunque sea en el comedor. Y jodemos porque el debate siempre
fue recontra al pedo. Somos parte de empresas que viven de las noticias. Desde
la individualidad, nuestro único recurso es la credibilidad, basada en la
coherencia intelectual, ésa que hace que no cambie de parecer porque sí, porque
alguien me cae mejor. Algunos prefieren cobrar de la empresa, que el laburo
informativo se los den masticado y salir a la calle para que la gente los
salude al pasar.
Quizás sea porque me dediqué a esto de grande, o tal vez
obedezca más a que laburé buena parte de mi vida en alguno de los poderes del
Estado, pero siempre me cagué de risa de los funcionarios. Básicamente, porque
aprendí tempranito que ninguno se dedica a la política por altruismo. Si
quisieran hacer las cosas “porque les gusta ser útiles a la sociedad” se
habrían metido en una ONG o en un convento, que para el caso, es lo mismo. Y si
bien siempre acepté que haya periodistas oficialistas ––por llamarlos de un
modo decoroso– me irrita de sobremanera el chupamedias a cuenta, el lamebotas
del futuro perfecto.
A ver si se entiende: Si contamos que el Gobierno de la
Ciudad sobrefacturó cuanta obra pública se le cruzó, que el Gobierno Nacional
se choreó hasta los sobrecitos de azúcar, o que en la Gobernación Bonaerense la
única área que funcionó como la gente es la de propaganda, eventos y pintura
naranja a fuerza de nepotismo hardcore, no le estamos haciendo el juego a
nadie. En todo caso, lo hicieron ellos solitos al mandarse el moco.
Honestamente, quisiera decir que no entiendo el
enamoramiento que demuestran algunos hacia el candidato del mismo oficialismo
al que putearon durante años. Podrán hablar de promesas de cambio, de esperanza
de mejoras. Pero si entran a Google o recuerdan tan sólo una de las cosas que
pasaron en los últimos 12 años, y siguen en la actitud inexplicable de la
esperanza, estarán demostrando que no les molestó el kirchnerismo, sino los
kirchneristas. Le pegan a Zannini porque tiene a sus cuatro hijos laburando en
el Estado, cuando Scioli metió a laburar hasta a las amigas de una amiga de la
testigo de casamiento de su hermano con cargos de funcionarias. Hablan del
enriquecimiento de los funcionarios de Cristina y nadie le pregunta a Scioli
por qué la escribanía general de la Provincia negó sistemáticamente cualquier
pedido de información sobre la declaración jurada del Gobernador, que construyó
todo el complejo de Villa La Ñata ––cancha de fútbol, helipuerto y museo de
cera del horror incluídos– luego de asumir en la Provincia. Se han quejado de
que Cristina hace campaña con la política ferroviaria que mato a más de medio
centenar de personas. Ni siquiera vale la pena recordar lo que fue la política
ferroviaria provincial, pero que no pregunten al menos qué onda con los muertos
de La Plata y la orden de parar de contar, es como mucho.
Para finalizar, va esto a título absolutamente personal:
desde lo laboral me tiene sin cuidado quién gane las próximas elecciones. Ahora
que la taba está en el aire, es entretenido ver como todos se van reacomodando.
Entretenido con un chaleco antibalas y un buen casco, claro, porque la lluvia
de facturas consumidor final y los drones que disparan misiles ideológicos no
se detienen. Me resulta tenebrosamente atractivo pensar en cómo nos veremos
entre nosotros dentro de, tan sólo, un par de meses. Me genera ansiedad saber
con quiénes me voy a putear luego de haber coincidido en el espanto durante
tanto tiempo, o si todo seguirá igual y seguiremos puteando para el mismo lado.
Después de todo, mientras algunos prefieren debatir el rol
de los medios, otros disfrutamos de un laburo en el que decir lo que se piensa
no se somete a democracia, en el que la obediencia debida a una bajada de línea
muere en la puerta de Internet y en el que, por más repúblicano que uno sea, se
le paga para ser un anarquista inconformista.
Con todo lo bueno que tiene este bello oficio, ¿para qué
mierda cagarse la vida, la credibilidad y el futuro por un puñado de años de
buena relación con el Poder?
Mercoledì. Todos tenemos un precio. Algunos se ofertan solos
y con buenas rebajas.
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