Dylan Thomas: el creador de la poesía "orgiástica y orgánica". |
Por Alberto Gordo
Tras el éxito inesperado de 18 poemas (1934), el escritor
británico Henry Treece le preguntó a Dylan Thomas (1914-1953), entonces un
apuesto muchacho de apenas veinte años, dónde estaba el secreto de su poesía. A mí no me interesa la poesía, respondió
el galés, sino los poemas, y añadió una contundente verdad sobre sus alucinados
versos: "Guardo una bestia, un
ángel y un loco dentro de mí; mi búsqueda es saber cómo obran y mi problema
es juzgarlos y vencerlos, derribarlos y elevarlos y que se expresen a sí mismos".
Esa búsqueda se tradujo en un choque feliz y violento contra
la lírica inglesa de su tiempo. "Fue como un soplo de aire fresco en la
poesía rígida y de corte social que se hacía entonces; era un poeta
extraordinariamente joven y poderoso en un contexto histórico incierto",
comenta Andrés Barba, que ha coordinado un volumen de cartas de amor del poeta.
Dylan Thomas se rebeló contra los que previamente se habían rebelado contra los
románticos, los mismos que, en gesto inédito, le invitaron a atravesar las
pesadas puertas de su particular parnaso. "No
hizo otra cosa que poner a ‘escuchar’ a su corazón y dejarlo luego fluir en
versos", ha dicho Antonio Colinas.
El triunfo de Dylan Thomas tuvo la particularidad de ser el
primer encumbramiento mediático de un poeta. Su voz hipnótica sonaba a menudo
en la BBC de la posguerra, y se convirtió en algo parecido a una estrella de
cine cuya presencia era sentida en casas de medio mundo. Su primer libro,
armado con imágenes impensables, siempre novedosas, puso la primera pica de su
fama. Y ésta no dejó de crecer, aunque el poeta casi nunca obtuviese la siempre
esquiva recompensa del dinero. Así deambuló, gastándose lo que tenía, por todas
las tabernas de Londres, Laugharne o Nueva York. Y bebía hasta perder el sentido,
como en una especie de holocausto de amor a la poesía.
Con 25 poemas conquistó a la crítica londinense y, más
tarde, con El mapa del amor y Retrato del artista cachorro, conoció el
triunfo en Estados Unidos. Entonces llegaron las invitaciones a lecturas y
conferencias. Los locales se llenaban para escuchar su alucinada lectura de Bajo el bosque lácteo (que más tarde
conocería una versión radiofónica de Andrew Sinclair, con Richard Burton y
Elizabeth Taylor, que se proyecta hoy, como homenaje al poeta, en la BNE), una
suerte de bosque animado galés de imágenes poderosas. Le solía acompañar
Caitlin Macnamara, la mujer central en su vida. Su esposa, la madre de sus tres
hijos y, a lo último, su vengativa y despechada exmujer. De ella cuentan que
celebró la última borrachera de Dylan Thomas -la definitiva- como si hubiera
ganado el Nobel. "La nuestra no fue
sólo una historia de amor, fue también una historia de alcohol", dijo
ella. Eran temibles, escandalosas sus peleas. Él se echó en brazos de otras mujeres
y ella se dedicó a maldecirlo en público. "Caitlin era un mujer muy poco
sensible, muy tosca y dominadora, y él, en cambio, era un alcohólico
sentimental que tenía especial inclinación a despreciarse a sí mismo y una
sensibilidad extraordinaria para percibir el mundo femenino", dice Barba.
Thomas parece en sus cartas de amor un buen tipo, alguien a quien las mujeres
quieren y desean y en quien todo el mundo busca apoyo, cariño y diversión.
Autodestrucción y
leyenda
El caos es solamente aparente. Alguna vez dejó ver Dylan
Thomas que sus poemas estaban perfectamente reflexionados. Había método en su locura, en esa poesía "orgiástica y
orgánica" que nacía con voluntad de sacudida. Podríamos resumir que
cada imagen lleva el germen de su propia destrucción. Según dijo, sentía una
imagen, la "creaba" y después le aplicaba todo su rigor crítico e
intelectual. "... y dejo que se genere otra imagen que contradiga a la
primera, hago de la tercera imagen, generada por la conjugación de las otras dos,
una cuarta imagen contradictoria y dejo, en el ámbito de los límites formales
que me he impuesto, que choquen entre todas". Se ha querido ver en esas
imágenes golpeándose las olas del mar de Swansea chocando violentamente contra
la piedra.
Swansea es el lugar en el que Dylan Thomas nació el 27 de
octubre de 1914. Hijo de una familia católica de clase media, dicen que de
joven aprendió de su padre, y no necesariamente por este orden, a amar la
literatura y a ser un magnífico borracho. Dejó la escuela a los dieciséis. Se
encerraba durante horas a leer en la biblioteca de su casa, en la que estaban,
completos, todos los grandes poetas en lengua inglesa. Leyó a Shakespeare, a Shelley, a Keats, a Byron. A todos los
recitaba en voz alta y de memoria, y eso antes de su primera borrachera. En el
alcohol encontró el modo perfecto de satisfacer sus pulsiones autodestructivas,
como hacía con cada imagen, con cada verso de sus poemas. "La
autodestrucción estaba en él, en su carácter, y sus tendencias malditas surgían
de un modo perfectamente natural", dice Barba.
Más de cien años después de su nacimiento, la poesía de Thomas
sigue en pie, aguantando el peso de su leyenda. Sus poemas habitan todavía en
su voz grave y modulada, y perduran las asociaciones inauditas y la musicalidad
de sus versos como un prodigio de intuición poética. Es posible que no hubiese
hecho falta que un tal Robert Allen Zimmerman decidiera llamarse Bob Dylan en su honor, ni que el propio
Thomas muriese de un colapso -delirium tremens- tras haberse bebido, según le manifestó,
dicen, a su médico entre estertores, la heroica cifra de dieciocho whiskies seguidos.
Este pan que yo parto
fue alguna vez avena...
(Versión de Elizabeth Azcona Cranwell)
Este pan que yo parto fue alguna vez avena,
este vino en un árbol extranjero
se zambulló en su fruta;
durante el día el hombre y por la noche el viento
segaron las cosechas, rompieron el gozo de la uva.
Alguna vez, en este vino, la sangre del verano
golpeteaba en la carne que vestía la viña,
un día en este pan
la avena al viento era alegría,
el hombre rompió el sol, abatió el viento.
Esta carne que partes, esta sangre a la que dejas
sembrar desolación entre las venas
fueron avena y uva
nacieron de la raíz sensual y de la savia;
mi vino que te bebes, el pan que me arrebatas.
© El Cultural
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