Por Gabriela Pousa |
Muy difícil entender un país donde una figura mediática tripulando un
avión de línea, de la noche a la mañana, se convierte en protagonista, y logra
desplazar la atención que debería estar centrada en el Poder Judicial
de la Nación. Ahí está y estuvo siempre el germen de la corrupción. Una
justicia independiente hubiera repartido castigos de manera tal que no avanzará
a niveles escandalosos la inmoralidad.
¿Por qué digo esto? Porque el problema de la Justicia no es nuevo aunque
en este ahora se halle directamente amenazada y amenace en consecuencia, a toda
la estructura política y social. Ya en el año 2001, el ex presidente y
entonces senador Raúl Alfonsín, fue fotografiado leyendo en su banca del Senado
un papelito que decía: “El juez que hay que cajonear es Antelo”. Guillermo
Antelo precisamente había sido propuesto para integrar la Cámara Nacional de
Apelaciones en lo Civil y Comercial Federal. Este amargo recuerdo solo
es rescatable a fin de observar que las prácticas políticas que tanto indignan
hoy en Argentina, tienen larga vida.
No fueron erradicadas de plano, no hubo suficiente indignación en la
sociedad para que los castigos a estas tretas amilanaran a otros políticos. Nunca
nadie fue culpable de nada. O siempre hubo un juez presto a sobreseer al
responsable. Esta realidad fue gestando paulatinamente en la gente una cultura
de indiferencia e incredulidad que perdura hasta nuestros días. Nada más
peligroso para una democracia que un pueblo hastiado y apático, y el argentino
– aún bienintencionado con sus marchas y cacerolazos – tiene mucho de ello y
también sobredosis de espanto.
En ese contexto, el Poder Judicial fue perdiendo respeto. Jueces
como Norberto Oyarbide o Francisco Trovato cooperaron al descrédito. Como pasa
siempre, las generalizaciones son poco felices porque la infección no abarca
nunca a la totalidad del cuerpo judicial. Hay jueces haciendo lo que
deben hacer sin temor a “represalias” ni a aprietes.
Lo cierto es que urge que los ojos de la gente se posen en ese poder que está
siendo desmantelado sin ninguna contemplación ética ni moral. El gobierno ha
hecho lo que quiso desde que asumió la Presidencia, es verdad, pero es necesario
un punto final. Esperar a Octubre puede costar demasiado caro a una
democracia que ya está en coma cuatro. Si bien se mira, hoy es menos
importante quienes son los candidatos, qué hace o deshace Cristina que aquello
que sucede en el Palacio de Justicia. Si hay cabal conciencia de ello
en la sociedad o no es otra cuestión.
El kirchnerismo tiene apenas una debilidad: confesó su meta. Van
por todo, y como aún no se ha votado, siguen arrasando. Intacta la capacidad de
daño, intactos sus objetivos de máxima: perpetuarse en el poder más allá del
cargo, y ante todo la impunidad que han tenido hasta acá.
Actúan como si Octubre fuese un trámite, gran parte del periodismo
coopera o se suma a ese juego, la desesperanza ciudadana hace el resto. En ese
contexto, todas son especulaciones acerca de qué hará o como hará
Daniel Scioli, acorralado por Carlos Zannini y La Cámpora, para gobernar. ¿Será
el hombre servil que todo lo soporta o traicionará? Polémicas
indefinidas, características de un peronismo desvencijado que ya ni siquiera
asombran demasiado.
Sin embargo, aún no se ha votado. Sumarse al “operativo triunfo”
precipitado no aporta un ápice a la hora de analizar el escenario donde toca
actuar. El gobernador de Buenos Aires además ha cometido un error: sentenció al
país a un futuro donde la militancia arcaica y fanatizada maneje las riendas
del poder: “La Cámpora es el presente y el futuro de la Argentina”, dijo
sin ponerse colorado.
Pero La Cámpora no es siquiera un grupo político organizado sino un
conglomerado de fanáticos y ambiciosos capaces de vender a la madre por un buen
cargo. Frente a esto, el indeciso puede no acordar con Mauricio Macri y
los demás candidatos de la oposición, pero difícilmente, si aún no lo ha hecho,
se volcará por el oficialismo que promete la continuidad de la violencia, del
estilo barra brava, en definitiva, de lo que se ha llamado “grieta”: enfrentamiento
e intolerancia ante aquel que piense distinto, y siempre en un contexto de
impunidad, de privilegios para sí mismos.
De ese modo, es altamente probable que esa porción del
electorado busque orientar su voto hacia otra opción a no ser que dé prioridad
al bolsillo del cortoplacismo efímero, y no se inmute frente a la inseguridad,
al maltrato, a la mentira sistemática, y al robo generalizado dentro de los
despachos. Porque Cristina no tiene nada nuevo que ofrecer al
electorado. Solo inauguraciones, muchas de las cuales ya fueron
inauguradas, naderías a la hora de calificar una gestión de Estado, y el viejo
discurso de que ellos han sido los hacedores de una Argentina fantástica que no
existe más allá del relato.
Viene a cuento citar las declaraciones de Abel Albino, titular
de la Fundación Connin para argumentar lo dicho: “Cuando el
Rockefeller Center se empezó a construir, el Cavanagh ya existía. Mendoza tuvo
oleoductos antes que Standard Oil. El subterráneo de Buenos Aires estuvo en
1913 junto al de Moscú, París, Londres y Nueva York. La primera sucursal del
Bank Boston se abrió en Buenos Aires. La Ford abrió sus primeras plantas en París,
Londres y Buenos Aires. La única tienda Harod’s fuera de Inglaterra fue en la
peatonal Florida, por eso cuando escucho que dicen ‘nunca estuvimos mejor’,
digo estos tipos están hablando solo de ellos”.
Demasiada contundencia. Los Kirchner le han hecho un daño enorme
a la Argentina, agitaron a una sociedad tranquila, echaron ácido a las heridas,
reinventaron a su antojo el pasado, asfixiaron al campo y a la clase media, y
distribuyeron la pobreza para que la clientela estuviese asegurada a la hora de
necesitarla. Doce años es una infancia, la época donde quedan grabadas
a fuego las más temibles marcas. Se ha retrocedido en demasía y se ha avanzado
en subsidiarlo todo de manera que si hace calor la luz escasea pero si hace
frío la luz también escasea.
El consumo del que se pavonean no estuvo acompañado de inversiones y
desarrollo que permitan disfrutarlo. La calidad de vida se redujo a un
nuevo plasma o un smartphone alta gama, las fechas patrias se desdibujaron
frente a los fines de semana largos, se cortaron las raíces pero también las
ramas.
Y lo que es más grave todavía, hipotecaron el futuro de la
Argentina. Si esto no cuenta a la hora de emitir el voto es porque
nos representa más una Victoria Xipolitakis que un presidente como Dios manda. Seguramente,
el próximo gobierno, del color y tinte que sea, no podrá ser del todo bueno
teniendo en cuenta la herencia, pero es menester advertir sin cansarse,
que una cosa es un mal gobierno y otra muy distinta es un gobierno malo y
perverso.
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