Tragedia griega |
Por Nicolás Lucca
(Relato del Presente)
Les avisaron, pero no les importó. Se patinaron la que no
tenían, pintaron el techo con manteca, la canilla de euros la utilizaron para
baldear las veredas, armaron joda jubilatoria, se quedaron sin fondos ni para
pagar pensiones y, cuando lo bueno se acabó, culparon a la Unión Europea que
les bancó la joda, al capitalismo del que vivieron como si no hubiera un
mañana, al mundo, a los marcianos, a los fans de Justin Bieber, a los buitres,
al monoteísmo y al forro de Perseo por rajarse con el tesoro en la tercera
guerra macedónica 170 años antes de nuestra era… ¿Cómo no tomarles cariño, si
los griegos son argentinos que hablan otro idioma?
Y hablo de Grecia porque es un lindo paralelismo, pero no de
lo que ya pasamos, sino de lo que vivimos permanentemente, sólo que estamos
tocados por la varita mágica y Dios ya ni se calienta en castigarnos porque ya
comprendió que nos gusta la onda sadomasoquista y para eso ya votamos como el
orto.
Grecia no es nuestro 2001. Ojalá lo fuera. Me gusta verlo a
Cavallo explicar cómo salir del corralito y a De La Rúa aconsejando cómo
expulsar el Imperio Otomano. También me copa verla a Cristina mostrarse como
una Atenea con problemas de desnutrición en su etapa de desarrollo cognitivo,
celebrando que los griegos imponen la autoderminación de no hacerse cargo de la
joda que celebraron amparados en la autodeterminación financiada por los demás.
Así y todo, destaco que Tsipras hizo algo que acá no se
atrevió a hacer nadie: un referendo. Y eso que lo tenemos habilitado por
Constitución ––y hasta sugerido– para cuestiones importantes. La contra es que
contamos con un grupo mayoritario que entra enterito y sin golpearse en un
patio de la Casa Rosada, que se autodefine como “pueblo” y que pueden hablar en
nombre de esa minoría compuesta por los millones de compatriotas que quedaron
afuera. Esos que, por definición, pertenecen a otro estrato que no entiende que
Atenea es infalible, aunque diga hoy todo lo contrario a lo dicho ayer.
Este domingo, Marianito Recalde superó dos récords en una
sola jornada. Primero, batió la, hasta ahora, insuperable marca de Daniel
Filmus, que se retiró con seis derrotas al hilo. Segundo, quedó más sólo que
Randazzo en el Día de la Lealtad Peronista. La muchachada lo acompañó un
poquito el domingo a la noche, cuando primero celebró que los griegos le
dijeron no a los buitres, y recién ahí empezó a criticar a los que los daban
por muertos. Si no registró que sonaba “hace cuánto no ganás una”, del tema
“Algo” de Los Tipitos, mucho menos iba a registrar que salió tercero cómodo.
Pero después, en la conferencia de prensa, disfrutó de la compañía de un
micrófono, su sombra e, inexplicablemente, dos vasos de agua. Dos.
Cristina, como buena heredera de Néstor, se comportó como
una especie de Crono vernácula y se comió uno por uno a cada posible heredero.
No eran momentos para hacer declaraciones sobre el desempeño de sus niños
mimados en las elecciones en las que los dejaron imposibilitados de sentarse
por el próximo trimestre, así que optó por tuitear sobre obras de teatro que le
recomendó un amigo español ––guiño, guiño– y celebrar que los griegos optaron
por no pagar, como si un deudor incobrable al que se le diera a elegir si
quiere pagar pudiera votar en contra.
La Presi prefirió guardar su verborrea para otro momento.
Así fue que terminó participando de la cena de camaradería de las Fuerzas
Armadas. Y si bien fue la última en su rol de Presidente, el discurso fue tan
largo y tantas las gansadas que disparó, que los asistentes tendrán dosis
cristinista para las próximas veinte o veinticinco cenas anuales.
No entiendo bien cuál es la idea de querer conciliar con las
armas mediante una tortura épica que incluyó hasta una explicación a Generales,
Brigadieres y Almirantes con décadas de servicio, de que en la Antártida
tenemos bases militares, algo que saben desde que leyeron la primera Billiken.
Del rompehielos Almirante Irizar ––que, según la promesa
hecha por Néstor Kirchner, estará nuevamente en funciones para el año 2009 de
alguna futura era– no habló. De los choreos a los arsenales, tampoco. Prefirió
remarcar que su Gobierno se destacó por respetar los derechos humanos de todos,
algo que cualquiera que pise el pabellón de Lesa Humanidad de Marcos Paz sabe
que no es cierto ni inventando algún nuevo algoritmo.
Como era la última vez que se la iban a tener que fumar, la
Presi les dejó unas perlas divinas de su mejor repertorio, mezcla de burradas
históricas con dosis de analfabestialismo lingüístico, como cuando dijo que
“los momentos de mayor gloria de nuestras Fuerzas Armadas y de mayor
identificación con el pueblo, han sido en los gobiernos que han dotado de
soberanía popular a nuestro país y a las sociedades”. Curioso, pero la única
guerra que este país ha vivido a lo largo de todo el siglo XX fue bajo un
gobierno militar, anticonstitucional y no democrático. Y nunca en la historia
se vivió tanto fervor popular e identificación con la causa como lo fue con la
gesta de Malvinas. El resto de las intervenciones bélicas argentinas se dieron
en gobiernos sin voto universal o, directamente, cuando ni siquiera éramos un
país.
Por si no bastara, Cristina también reconoció que tenía una
deuda con nuestras Fuerzas Armadas, la cual consistía en no tener “una
generala, un general, no sé cómo se dice”. Lo mismo opinó de las Almirantes o
Almirantas: “Tal vez, en uno o dos años más, podamos tener una mujer con las
palmas, no sé qué llevan los almirantes, pero siempre me impresionan mucho las
palmas, debe ser porque… ¿Qué llevan? Laureles, que son palmas también o no,
bueno no importa”.
Dos mandatos al hilo como Comandante (o comandanta) en Jefe
(o en jefa) de las Fuerzas Armadas y no tiene las más puta idea de qué fue lo
que comandó. No se podía esperar menos cuando ocho años después seguimos
discutiendo si se le dice “la presidenta” como habilita la Real Academia
Española de las almóndigas, vagamundos y murciégalos, o “la Presidente” como
impone el título de la Constitución Nacional.
Resultó interesante cuando destacó como logro de su gestión
la “política de archivos abiertos”, la cual se limitó a entregar listas negras
que todos conocíamos desde hace veinte años, pero que no le dio para mostrarnos
quiénes estuvieron efectivamente detenidos en centros clandestinos, no vaya a
ser cosa que alguno tuviera que devolver la indemnización y otros contreras
calificaran para cobrarla de verdad. La política de archivos abiertos tampoco
incluye los actuales, esas tareas de inteligencia hermosas e ilegales que
hicieron tan, pero tan mal que sólo les faltó ir de uniforme a las
manifestaciones.
Resultó divino que lo dijera el mismo día en el que,
finalmente, logramos entender para qué cazzo le cambiaron el nombre a la SIDE y
la convirtieron en AFI: para espiarnos a todos Como lo venían haciendo, pero de
frente. Es una buena muestra de honestidad, dado que los espías con los que ya
contábamos no eran muy duchos en la materia y nos movían la ligustrina, tocaban
el timbre y no enmascaraban la dirección IP que utilizaban para dejar
comentarios en los blogs.
Ahora tendrán entre sus nuevas funciones cosas tan
específicas ––¿quién que haya cursado de lejos Derecho Administrativo es capaz
de escribir los considerandos de una reglamentación con “etcéteras”?– como la
prevención de corridas bancarias y golpes de mercado. Una suerte de sentencia
previa sin la posibilidad de un minority report en la que podrán poner en papel
lo que siempre hacen: que la culpa es del otro que es Patria sólo en eslogans
Vatican friendly. Un tuitero que dijo que quiere un iPhone de esos que usan los
funcionarios, un boludo que quiso salvar el aguinaldo en una cueva de esas que
funcionan en connivencia con los funcionarios, un periodista al que se le
ocurrió contar que hay quienes compran dólares por millones antes de que suba
la cotización gracias a la información que le dan los funcionarios, un
economista que dice que eso de no crecer por varios trimestres se llama
recesión aunque lo nieguen los funcionarios, y demás.
Obviamente, no pueden ser serias las investigaciones. No hay
forma de que sean serias, dado que cualquier tarea de inteligencia destinada a
averiguar quien incentivó o desató una corrida bancaria terminarían siempre en
puertos: una cadena nacional de Cristina mandando a la mierda a todo el mundo o
una conferencia de Kicillof en la que sólo aparezca y demuestre que sigue en su
cargo.
Sin mayores problemas, la Presi siguió en esa misma línea de
espiarnos a todos al afirmar en su eterno monólogo que, antes de irse, creará
el Centro de Ciberdefensa porque “las invasiones ya no se hacen con armas, sino
que las potencias dominantes lo que utilizan es el ataque cibernético”, para
luego recomendarnos a nosotros, pobres boludos que no podemos hacer una llamada
telefónica sin mandar saludos a los testigos invisibles, el flagelo del
espionaje. Espionaje que ya no es como “el de las películas de espías de James
Bond”, porque “nadie es tan buen mozo como James Bond ni nadie hace las cosas
que hacía James Bond”.
Luego, Cris destacó la reindustrialización de las Fuerzas
Armadas que es “lo que queremos recuperar: no la gloria, sino la
industrialización”. No, la gloria, no. La fabricación de vagones de carga, esos
que Kirchner prometió siete veces. Obviamente, la Presi aprovechó para pegarle
al Gobierno de la década de los noventa que la tuvo secuestrada dentro del
oficialismo legislativo, al referir que “a partir de 1990 se desmanteló al
Ejército”. El olvido selectivo de Cris a veces hace estragos, pero desde aquí,
y a pesar de la edad, recordamos que el cuarto levantamiento carapintada se lo
comió Carlos Menem el 3 de diciembre de 1990, luego de los indultos, y con
motivo de “terminar con la injerencia política en las Fuerzas Armadas”. Quizás
no haya sido el método más idóneo, pero fue el que pintó entonces: quitarles el
poder de fuego. Pero son esas cosas que pasan a veces: que una persona que
puede hacer lo que quiera como civil dentro de las Fuerzas, tenga ese poder
gracias a que otros garantizaron la subordinación de las tres fuerzas a la
autoridad del Comandante (o comandanto) en Jefe (o jefo) elegido por el pueblo
en elecciones libres.
Finalmente, Cris dio sus últimas palabras como Comandantx en
Jefx de las Fuerzas Armadas: “quiero convocarlos a que nunca más, nunca más se
dejen llevar por un canto de sirenas y que, en todo caso, hagan como Ulises,
átense al mástil de la nave para ver cómo es el canto”.
Una de las cosas que más me han sorprendido del kirchnerismo
a lo largo de todos los años ha sido su capacidad de correr las fronteras más
allá de lo imaginable y sin tener en consideración que algún día dejaría de ser
poder. Es cierto que Néstor no sufrió ninguna consecuencia a pesar de contar
con la desventaja de estar muerto, pero qué le hace pensar a Cristina que todo
lo armado por ella para dominar a carpetazo limpio no se le pueda volver en
contra, si la joda que armaron con la inteligencia es imposible de dimensionar.
No importa quién gane las elecciones, hay cosas que ya no
van a cambiar. Y, por increíble que parezca, puede parecernos más liviano en
comparación. Después de vivir dos bombas atómicas, a un japonés cualquier misil
le suena a petardo. Lo mismo ocurre en la relación política-sociedad: luego de
sobrefacturar 400% cualquier obra pedorra, que el que venga choree sólo un 300%
ya nos parecerá un negoción. Y va desde el ejemplo más alto hasta el más
sencillo: tras años en los que nos bombardearon con maratónicas sesiones de
oratoria onanista de autoayuda televisada, escuchar al Presidente realizar el
informe de gestión ante la Asamblea Legislativa en no más de 40 minutos nos
generará una sensación de vacío por aturdimiento similar a la salida de un
recital.
Y eso, lamentablemente, nos jugará en contra. Es el karma de
que nos controlaran tanto en todo que tan sólo pedimos que no nos rompan las
pelotas. Y, como siempre, hay que tener cuidado con lo que se desea, porque se
puede cumplir.
Mercoledì. Justicia para Mariano y Floppy.
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