La opinión antikirchnerista
es tan extrema como falta de refinamiento.
Lo que no se haga en contra es a
favor del “enemigo”.
Por Beatriz Sarlo |
Rodríguez Larreta no tiene ganas de debatir con Lousteau ni
piensa que es su deber. Repite todo el día: “Visitamos los barrios, tocamos
timbres, estuvimos con los vecinos; construimos tal cosa (va cifra) y tal otra
(va cifra); la gente sabe y nos conoce”. Igualito a Scioli. Con esta soporífera
retórica no se sostiene un debate.
Durante esta semana, en importantes medios opositores,
algunos comentarios evocaron la tesis de que toda coyuntura política se define
por un solo conflicto principal, cuya ley es preciso obedecer dirigiéndose
inexorablemente hacia un polo o hacia el otro del enfrentamiento. Nadie citó al
maoísmo, que sostuvo la misma teoría. Pero, de algún modo, después de que Lousteau
recibiera los resultados con la vibrante consigna “Hoy los porteños decidieron
que va a haber ballottage”, se insinuó la extravagancia de que estaba obligado
a ofertar su retiro de la segunda vuelta como sacrificio en los altares del
PRO.
Se le pide a Lousteau que “cuide” a Macri. Lo que fue
posible en Santa Fe, es decir que la UCR respetara el acuerdo con los
socialistas y enfrentaran juntos a Del Sel,
candidato del PRO, no vale para la ciudad de Buenos Aires porque,
estratégicamente, hay que darle a Macri más tiempo (dos semanas) para su
campaña nacional.
La insólita proposición parte de la idea de que los que no
somos oficialistas estamos en el penoso o alegre deber de aceptar a Macri como
posible presidente y hacer todo para que tal eventualidad se convierta en
realidad. Y ahora a Macri se le agrega Rodríguez Larreta, a quien deberían
votar los que no quieren ver a Scioli presidente. Gente de buenos modales, como
Alfonso Prat-Gay, hizo pública una carta (que parece escrita por su propio
enemigo), donde comunica: “Decidí no competir porque no quería terminar como
terminó Lousteau”. ¿Ah sí? ¿Tan fácil le habría resultado?
Los ciudadanos que no querrían a Macri como presidente, de
todos modos están obligados a aceptar esa candidatura y la de Rodríguez Larreta
si son verdaderos antikirchneristas. Caso contrario cometen el error de “ser
funcionales” al kirchnerismo. Atrapados sin salida en la cárcel donde deben
inmolar todas sus ideas.
Después de que Cristina, en sus ratos de ocio, se imaginara
discípula de Ernesto Laclau (a su vez seguidor semiológico-lacaniano de Carl
Schmitt), ahora los más decididos antikirchneristas siguen a Mao y su teoría de
la contradicción principal. O, como un personaje de Molière, hablan en prosa
sin saberlo. Pero Lousteau no quiso recitar esa prosa.
Se le dijo a Lousteau que desaprovechaba la oportunidad de
fortalecer a Macri (es decir que no reconocía que la contradicción principal
era el enfrentamiento por la presidencia entre Macri y Scioli y no la poco
importante ciudad de Buenos Aires). Muchos radicales melancólicos opinaron así.
Salvó el honor Ricardo Alfonsín, que apoyó la decisión de seguir en la segunda
vuelta; y Ernesto Sanz, porque necesita víveres y pertrechos para su carrera en
las PASO nacionales, de donde calcula salir con algunos votos que le permitan
consolidarse en la UCR, un partido que él mismo contribuyó a desguazar.
Lousteau acertó al no permitir que lo aplastaran las
presiones. Aprovechó la oportunidad para
seguir exponiendo su alternativa para la ciudad e instalarse como figura del
distrito. Acató un calendario electoral porteño definido por Macri, que quiso
llegar fortalecido a la carrera presidencial con una victoria contundente en
Buenos Aires y, por eso, lo que más le convenía era desdoblar las elecciones.
En eso acertó, porque el PRO perdió en Santa Fe, no ganó ninguna plaza
importante como principal fuerza y la Ciudad de Buenos Aires tiene valor de
arrastre.
Lousteau no pensó que debía tirarse al mar y ahogarse para
que el triunfo de Macri brillara sin necesidad de segunda vuelta. Con esa
decisión corre un riesgo porque en el ballottage su derrota podría ser por
muchos puntos. Pero siguió las leyes del juego: el partido tiene dos tiempos y
un político sabe que para ganar algo también hay que arriesgar.
La opinión antikirchnerista es tan extrema como falta de
refinamiento: sostiene el principio elemental de que cualquier cosa que no se
haga directamente en contra es a favor del “enemigo principal”. Twitter florece
en estos juicios sumarios donde todo lo que no es antikirchnerismo furioso es
cripto-kirchnerismo (incluso cripto-kirchnerismo a sueldo). Y también se
divulgan datos que no favorecen al candidato de ECO: ahora se avisa a los
votantes que detrás de Lousteau están Coti Nosiglia (un nombre maldito para la
opinión pública que aspira a la transparencia) y Chrystian Colombo (jefe de
Gabinete de De la Rúa hasta su caída). O sea que se lo vincula con personajes
dudosos como el truchimán del radicalismo y con los peores recuerdos de 2001.
Pero, finalmente, el ballottage también tiene otro sentido:
se vota no sólo para ganar. En libertad, también se vota para dar una opinión
sobre los candidatos, aunque pierdan.
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