Por Maristella Svampa (*) |
Hace unos días nos preguntábamos cómo es posible que
Cristina Fernández de Kirchner haya logrado tales niveles de sumisión política
–mucho más de la que lograra Perón en vida–, pese a los desacuerdos reales que
es posible percibir en el espacio político que lidera. Sumisión, como dice el
diccionario, quiere decir “acción de someterse, sin cuestionarlos, a la
autoridad o la voluntad de otra persona o a lo que las circunstancias imponen”.
Van algunos ejemplos. El jueves pasado recibí un artículo de
una conocida agencia de prensa pro-oficialista titulado “Cristina y los
dirigentes descartables”. Pensé, ilusionada por el título, que se trataba de
una mirada crítica. Quise suponer que los sectores de la juventud habían
cuestionado la decisión de la Presidenta de poner a Zannini en la fórmula con
Scioli y salían a defender la candidatura de Randazzo, convertido ahora en un
“dirigente descartable”. Vaya ingenuidad la mía. En realidad el título hacía
referencia a una crítica que la Presidenta hizo a los dirigentes políticos de
la oposición que se dejan seducir por el establishment y que luego son
“descartados por éste”. De la elección de Zannini por el dedo presidencial y la
evidente suspensión de las PASO kirchneristas nada se decía. Al contrario, una
frase agregaba, para refrendar el acto de sumisión: “Cristina hace rato viene
explicitando un decálogo de conducción, como para reforzar las enseñanzas que
ejercer la Presidencia de la Nación dejó en ella y Néstor. Y para que los
compañeros que continúen la tarea estén atentos, y no confundan el
camino”.
Ese mismo día, en la carrera por mostrar quién era el sumiso
más veloz frente al dedo presidencial, triunfaron un sabbatellista, ex jefe de
prensa de Morón, y hoy miembro de la Afsca, quien señaló en un tuit “Entre mis
preferencias y las decisiones de mi conducción, ¡prefiero lo que decide
Cristina!”, y el titular de la Secretaría de Coordinación del Pensamiento
Estratégico, Ricardo Forster, quien dijo: “Más de uno se va a sorprender con
Scioli”, aclarando además que “el kirchnerismo construyó una nueva cultura
política y Scioli aceptó ser parte de ese movimiento”.
A esto hay que agregar que días pasados, intelectuales y
periodistas oficialistas estuvieron coqueteando con la hipótesis monárquica –si
pensamos en el rol que buscaban otorgarle graciosamente a Maximo
Kirchner–... No hay más que referirse al
exabrupto de un miembro de Carta Abierta, Eduardo Jozami, sobre la posibilidad
de que Máximo Kirchner fuera candidato a vicepresidente (“Si eso sucediera,
tendría la expectativa de que Scioli a lo mejor renuncie algún día”); o bien,
seguir un rato a los infatigables panelistas del programa 6,7,8 por la pantalla
de la televisión pública…
¿Cómo explicar tanta sumisión, tanta declinación, tal
pérdida de pensamiento crítico? Tal vez las razones no haya que buscarlas
solamente en Cristina y el hiperpresidencialismo que ejerce de modo despiadado,
sino en los efectos que la idea de “proyecto” y “modelo” generaron en el
aparato político-mediático-intelectual del kirchnerismo. Fueron precisamente
esas voces empoderadas, a través de intelectuales, periodistas y artistas, los
que impulsaron una épica bajo la apelación reiterada de “proyecto nacional” o
“modelo”. Son ellos los que establecieron una exacerbada identificación entre “modelo”
y liderazgo personalista, dando por sentado que la posibilidad de la
continuidad (o de su perpetuación) no está ligada a la democratización de las
decisiones, sino a la concentración unipersonal de las decisiones políticas.
Son ellos los que instalaron, a través de una dinámica recursiva, la sumisión
como lógica política.
Tal vez tenga razón Forster en el enunciado que antes
citamos, aunque no en su contenido. El
kirchnerismo construyó una nueva cultura política, aunque está cada vez más
lejos de cualquier ideal emancipatorio y
cada vez más cerca del integrismo político.
(*) Socióloga y escritora
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