sábado, 6 de junio de 2015

Shopping electoral

Con el cierre de alianzas empieza una virtual votación. Las presiones cruzadas 
en opositores y oficialistas.

Por Roberto García
A partir de la semana próxima, se empezará a votar casi inadvertidamente. Al menos, para un vasto sector de la sociedad. Votarán sin saberlo, ya que vence el plazo para inscribir frentes o alianzas, del cual uno solo luego será gobierno. Desde Perón, su facción eligió ese método cooperativo para ganar, sin importarle si incluía a Lucifer en su lista. También lo hizo Kirchner escarmentando con Cobos y lo había hecho Fernando de la Rúa en el triunfo, descubriendo más tarde que llevaba a su propio Diablo en la fórmula.

Esta futura oferta de saldos en siglas incorpora en pocas jornadas posteriores los casilleros repletos de candidatos, la vasta mayoría elegidos por sus propios aparatos, más exactamente por quienes mandan individualmente esos aparatos (léase Cristina, Macri, eventualmente Massa y otros pocos sin expectativas). Tanto personalismo en el poder, sin embargo, aparece sometido al albedrío de lo que dictan las encuestas, bajo sospecha de ser pagas en muchos casos: son esos sondeos los fabricantes de esas candidaturas.

Si a esto se suma un cedazo posterior en las PASO, en las que se prescinden minorías, se advertirá que el proceso de selección darwiniana no ofrece alternativas a más de dos almas, a lo sumo tres, por cuya victoria habrá divulgación, publicidad y entusiasmo en la creencia colectiva de que se opta entre agosto y octubre por un candidato democrático. Como dicen los resignados, es lo que hay; viene a ser la frase popular de una filósofa doméstica: si querés llorar, llorá.

También, como saben menos de los más, habrá en la liquidación del shopping electoral exclusivas listas para elegir candidatos al Unasur con tanta anticipación y precaución deliberada que, sin dudas, puede compararse a la forma en que Ricardo Lorenzetti se hizo reelegir antes de culminar su mandato como titular de la Corte Suprema o en que los corruptos directivos de la FIFA podían fijar un calendario de mundiales por el resto de este siglo. Más que ver el Mundial, les importaba cobrar la entrada. Lo de Unasur tan impulsado por el oficialismo reconoce otras singularidades: hoy el Mercosur está colapsado, amenaza prestar menos servicio a sus países miembros y, por si fuera poco, la elección de sus parlamentarios se asemeja a un encubrimiento futuro, casi inexplicable y privilegiado, para aquellos funcionarios que quizás se vuelvan ex y observan ese destino como un aguantadero legal gracias a las inmunidades.

Aunque la semana próxima se determinan los dos frentes que polarizarán luego la marea de votos y comicios que habrán de sucederse para que la voluntad popular luego imponga al postulante casi ya bendecido (Macri o Scioli), esos núcleos parecen bolsas de plástico negro que en general no distinguen el vidrio del cartón, ni el plástico de los residuos tóxicos. Albergan, claro, gente de pensamiento distinto, actitudes diversas y contradictorias, conductas poco recomendables, siempre según el clima y el ventarrón que les toca.

Mercenarios. En rigor, pueden ir en cualquiera de las dos alianzas –muchos ya lo hicieron en el pasado, por otra parte–, casi mercenarios del negocio político, tanto como sus propios jefes, diciendo pelear por representaciones de multitudes a las que tratan como manadas, considerando propios y escriturados territorios a gente de carne y hueso. Nadie se aventura a conjeturar que ahora se vive esta situación antes habitual en la provincia de Buenos Aires. Hay propensión del cristinismo a ese criterio, basta ver la propaganda y el gasto, pero tampoco Macri se evitará esa tendencia si tiene al alcance la copa. Aunque predica ciertas vergüenzas, nadie gana en todas las comunas porteñas como él aislándose de esa tendencia. Si se quiere ganar, hay que llenar el tanque.

De ahí que la presunta porfía con Massa transcurre más por nombres, listas y prebendas, que por actitudes transparentes. Discusión anecdótica, ya que no hay gurú inapelable que garantice, para la oposición, que es más ventajosa la deserción de Massa que su continuidad como aspirante presidencial. Si se queda, dicen unos, le quita más a Scioli, lo condiciona en una primera vuelta. Claro que los de Macri presionan por otra razón: entienden que si se baja, dispone el PRO la alternativa de convertir la primera en la segunda y, por lo tanto, vencer. Dilema para matemáticos a sueldo.

Sorprende que esta venidera vorágine de marketing devenga, por último, en posibles decisiones controversiales. Por ejemplo, la manía por semejar juventud, complacencia y permisividad ante ese sector hoy tan influyente a la hora del voto, como si cierta franja sufragara al revés de otras

Pero la moda todo lo puede y así, el radicalismo macrista ya anotó a Lucas Llach como vice, el kirchnerismo tal vez haga lo mismo con Wado de Pedro y el ingeniero del PRO postule a Marcos Peña. Un espíritu común para empoderar cuarentones, desconocidos para la población, medianamente aptos, seguramente más leídos que sus propios jefes, lo que en política no suele ser considerado una virtud. Pero, ¿alguien pensó que uno de esos tres personajes podría ser presidente de la Nación si su compañero de fórmula gana y, después, afronta un tropiezo que lo inhabilita? Más que nunca, si se diera un proceso indeseado de esas características, la solvencia democrática del país sería aun más asombrosa.

Por suerte, Cristina otra vez logra la ayuda celestial del Papa, éste hace decir que la saluda por protocolo de jefe de Estado y no por una preferencia interesada, mientras la verdad en la Argentina se escuchó de una sola boca cuando ocurrió la muerte dudosa del fiscal Nisman: la pronunció una ignota empleada gastronómica, una moza que debió ser testigo obligado ante la escena del crimen, cuando ante el horror de las autoridades sostuvo: eso era un caos. Más o menos como en otros lugares.

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