martes, 9 de junio de 2015

Macri-Massa: ¿el fin justifica los medios?

Por Gabriela Pousa
De repente, la solución al problema político de la Argentina parece estar en manos de dos aspirantes a ocupar el cargo que dejará vacante Cristina. Así, Mauricio Macri y Sergio Massa se convierten en estas horas en los protagonistas. 

A ellos se les endilgará la culpa o el éxito como si en política algo pudiera ser blanco o negro.

El mundo desarrollado, aquellos países que envidiamos, han obtenido su equilibrio buscándolo en los matices hasta dar quizás, con el gris más adecuado.  

Después de doce años de ignominia ya no sirven los providenciales ni los redentores que de la noche a la mañana, la sociedad entroniza y sube a falsos pedestales. Esos son héroes de barro que se deshacen tan rápido como los castillos de naipes.

Las soluciones furtivas garantizan la perpetuidad de los problemas. Son anestesia pasajera para dolores crónicos. No curan ni superan. Se necesita mucho más que un par de nombres para que el país finalice el año con una tripulación decidida a sacar el barco a flote.

Poner sobre las espaldas de Macri toda la responsabilidad es de un simplismo apabullante. Un político que ha basado su campaña en la necesidad de cambio no puede aliarse con otro que formó parte del gobierno sin notar actos delictivos, sin ver inseguridad en las calles, ni hambre, ni falta de agua, ni siquiera jubilados subsistiendo a duras penas a pesar de haber recorrido también, los pasillos de la ANSES.

Sergio Massa ocupó la jefatura de Gabinete, un cargo tan cercano al despacho presidencial que hay que ser muy cínico para proclamarse después de esa complicidad, el salvador de todos los males. Males que él mismo cooperó a que existan ya sea por acto o por omisión, o por no querer darse cuenta. 

La tiranía de las encuestas no hace sino poner en evidencia el populismo y la demagogia con que algunos pretenden llegar a la Presidencia. Aunque el ejemplo sea extremo, el siguiente interrogante deja a las claras hasta qué punto la dictadura de las estadísticas puede llevar por el camino menos propicio. Si acaso Hitler estuviese vivo y midiese bien en los sondeos, ¿habría que aliarse con él para evitar perder un comicio…? 

Si aceptamos que uno de los problemas que ha cooperado a esta decadencia ha sido el descrédito en la dirigencia y la muerte de la palabra como sinónimo de decencia, exigir una alianza por conveniencia es avalar que se continúe dentro de ese mismo sistema. Es paradójica la conducta de algunos ciudadanos que claman simultáneamente, por el cambio y la permanencia de actitudes perversas. 

Los mismos que dicen no adherir al principio rector de Daniel Scioli en esta carrera: “el fin justifica los medios“, justificarían sí, que el líder del PRO negocie con quien hasta ayer era su adversario en esta contienda. Si esa no es la sentencia maquiavélica convengamos que se le parece tanto que podría considerarse una estrategia gemela. El relativismo moral aflora frente a esta problemática sin disfraz y sin careta.

Se dirá que la provincia de Buenos Aires no resiste cuatro años más de gestión kirchnerista. Y es posible que así sea. Pero para que esa proclama pueda excusar la metodología a usarse en la limpieza, habría que ver antes si la nueva oferta es superadora de veras. 

Téngase en cuenta que gobernando la provincia devenida tierra paupérrima, han estado precisamente, muchos de los hombres que Massa dispone para ocuparse del tema. ¿Si ellos han sido parte de esta debacle por qué creer que ahora acabarán con ella?

En ese sentido, también sería lícito pensar que Scioli puede deshacer lo hecho en la última década. Son apuestas peligrosas que traen a la memoria otras tantas bisagras de la historia. ¿Acaso pudo Stalin superar el régimen establecido por Lenin? Claro, no faltará quien asegure que Trotsky hubiera podido hacerlo.

Si finalmente, la provincia de Buenos Aires quedase en manos kirchneristas habrá quienes señalen con dedo acusatorio a Macri, pero entonces  los verdaderos responsables continuarán jugando al papel de víctimas porque en ese rol se sienten más confortables.

Si hablamos de democracia, deberíamos pensar que aquellos más aptos para definir si modificar o continuar la gestión actual, son los habitantes de la provincia. Al menos son ellos quienes han de emitir el voto en octubre próximo.

Como sea, el problema se ha transformado en un círculo vicioso del cual salir es más difícil que sobrevivir apostando a la convivencia. Las negociaciones tendientes a encontrar el ovillo que saque a Ariadna del laberinto, guste o no, están teñidas de intereses mezquinos porque, cuando de poder se trata, el ego no admite tregua ni se amilana. ¿Pueden las presiones y las agujas de los relojes gestar algo positivo?

Es tarde para lamentarse. Haya o no alianza, el costo político es un hecho. Tuvieron doce años para buscar consenso, no lo hicieron. De nada sirve llorar sobre el muerto. En el escenario político no hay inocentes, ni de un lado ni del otro, ni izquierda ni de derecha.

Finalmente, así como Macri presentará su alternativa, Massa debiera hacer lo propio más allá de las encuestas, y en lugar de medirse en un ring virtual, habrán de medir sus fuerzas con los pies sobre la tierra.

Comprar de antemano el “operativo clamor” que establece a Daniel Scioli ganador es un error que cometen no solo los candidatos sino también muchos de quienes tienen en realidad, la posibilidad de cambiar algo: los ciudadanos.

Al margen o no tan al margen, debiera dar vergüenza que a meses de las elecciones, el oficialismo que ha socavado todos los principios, siga apareciendo como el contrincante más poderoso en el escenario. De serlo, antes que aliarse o distanciarse, cabría hacer un severo análisis de conciencia. ¿Por qué le perdonamos tanto a este gobierno? Pero claro, tampoco hay tiempo para detenerse en ello.

Por eso, que todas las cartas se pongan sobre la mesa, y que cada jugador de esta contienda se haga cargo del resultado. Esa sería al menos, la más democrática de las estrategias. Lo demás son manotazos de ahogado que puede salvar el pellejo propio, pero ahogar al que intenta sobrevivir, nadando a su lado. 
  

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