Por Gabriela Pousa |
De repente, la solución al problema político de la Argentina
parece estar en manos de dos aspirantes a ocupar el cargo que dejará vacante
Cristina. Así, Mauricio Macri y Sergio Massa se convierten en estas horas en
los protagonistas.
A ellos se les endilgará la culpa o el éxito como si en política algo
pudiera ser blanco o negro.
El mundo desarrollado, aquellos países que
envidiamos, han obtenido su equilibrio buscándolo en los matices hasta dar
quizás, con el gris más adecuado.
Después de doce años de ignominia ya no sirven los providenciales
ni los redentores que de la noche a la mañana, la sociedad entroniza y sube a
falsos pedestales. Esos son héroes de barro que se deshacen tan rápido
como los castillos de naipes.
Las soluciones furtivas garantizan la perpetuidad de los problemas. Son
anestesia pasajera para dolores crónicos. No curan ni superan. Se necesita mucho
más que un par de nombres para que el país finalice el año con una tripulación
decidida a sacar el barco a flote.
Poner sobre las espaldas de Macri toda la responsabilidad es de un
simplismo apabullante. Un político que ha basado su campaña en la
necesidad de cambio no puede aliarse con otro que formó parte del gobierno sin
notar actos delictivos, sin ver inseguridad en las calles, ni hambre, ni falta
de agua, ni siquiera jubilados subsistiendo a duras penas a pesar de
haber recorrido también, los pasillos de la ANSES.
Sergio Massa ocupó la jefatura de Gabinete, un cargo tan
cercano al despacho presidencial que hay que ser muy cínico para proclamarse
después de esa complicidad, el salvador de todos los males. Males que
él mismo cooperó a que existan ya sea por acto o por omisión, o por no querer
darse cuenta.
La tiranía de las encuestas no hace sino poner en evidencia el populismo
y la demagogia con que algunos pretenden llegar a la Presidencia. Aunque el
ejemplo sea extremo, el siguiente interrogante deja a las claras hasta qué
punto la dictadura de las estadísticas puede llevar por el camino menos
propicio. Si acaso Hitler estuviese vivo y midiese bien en los sondeos,
¿habría que aliarse con él para evitar perder un comicio…?
Si aceptamos que uno de los problemas que ha cooperado a esta decadencia
ha sido el descrédito en la dirigencia y la muerte de la palabra como sinónimo
de decencia, exigir una alianza por conveniencia es avalar que se
continúe dentro de ese mismo sistema. Es paradójica la conducta de algunos
ciudadanos que claman simultáneamente, por el cambio y la permanencia de
actitudes perversas.
Los mismos que dicen no adherir al principio rector de Daniel Scioli en
esta carrera: “el fin justifica los medios“, justificarían sí,
que el líder del PRO negocie con quien hasta ayer era su adversario en esta
contienda. Si esa no es la sentencia maquiavélica convengamos que se le parece
tanto que podría considerarse una estrategia gemela. El relativismo
moral aflora frente a esta problemática sin disfraz y sin careta.
Se dirá que la provincia de Buenos Aires no resiste cuatro años más de
gestión kirchnerista. Y es posible que así sea. Pero para que esa
proclama pueda excusar la metodología a usarse en la limpieza, habría que ver
antes si la nueva oferta es superadora de veras.
Téngase en cuenta que gobernando la provincia devenida tierra
paupérrima, han estado precisamente, muchos de los hombres que Massa dispone
para ocuparse del tema. ¿Si ellos han sido parte de esta debacle por qué
creer que ahora acabarán con ella?
En ese sentido, también sería lícito pensar que Scioli puede deshacer lo
hecho en la última década. Son apuestas peligrosas que traen a la
memoria otras tantas bisagras de la historia. ¿Acaso pudo Stalin superar el
régimen establecido por Lenin? Claro, no faltará quien asegure que Trotsky
hubiera podido hacerlo.
Si finalmente, la provincia de Buenos Aires quedase en manos
kirchneristas habrá quienes señalen con dedo acusatorio a Macri, pero entonces
los verdaderos responsables continuarán jugando al papel de víctimas
porque en ese rol se sienten más confortables.
Si hablamos de democracia, deberíamos pensar que aquellos más
aptos para definir si modificar o continuar la gestión actual, son los
habitantes de la provincia. Al menos son ellos quienes han de emitir el voto en
octubre próximo.
Como sea, el problema se ha transformado en un círculo vicioso
del cual salir es más difícil que sobrevivir apostando a la convivencia. Las
negociaciones tendientes a encontrar el ovillo que saque a Ariadna del
laberinto, guste o no, están teñidas de intereses mezquinos porque, cuando de
poder se trata, el ego no admite tregua ni se amilana. ¿Pueden las
presiones y las agujas de los relojes gestar algo positivo?
Es tarde para lamentarse. Haya o no alianza, el costo político es un
hecho. Tuvieron doce años para buscar consenso, no lo hicieron. De nada sirve
llorar sobre el muerto. En el escenario político no hay inocentes, ni de un lado ni del
otro, ni izquierda ni de derecha.
Finalmente, así como Macri presentará su alternativa, Massa
debiera hacer lo propio más allá de las encuestas, y en lugar de
medirse en un ring virtual, habrán de medir sus fuerzas con los pies sobre la
tierra.
Comprar de antemano el “operativo clamor” que establece a Daniel Scioli
ganador es un error que cometen no solo los candidatos sino también muchos de
quienes tienen en realidad, la posibilidad de cambiar algo: los ciudadanos.
Al margen o no tan al margen, debiera dar vergüenza que a meses de las
elecciones, el oficialismo que ha socavado todos los principios, siga
apareciendo como el contrincante más poderoso en el escenario. De
serlo, antes que aliarse o distanciarse, cabría hacer un severo análisis de
conciencia. ¿Por qué le perdonamos tanto a este gobierno? Pero
claro, tampoco hay tiempo para detenerse en ello.
Por eso, que todas las cartas se pongan sobre la mesa, y que
cada jugador de esta contienda se haga cargo del resultado. Esa sería al menos,
la más democrática de las estrategias. Lo demás son manotazos de
ahogado que puede salvar el pellejo propio, pero ahogar al que intenta
sobrevivir, nadando a su lado.
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