Por Gabriela Pousa |
Desde hace más de doce años, quienes se han ocupado de manejar las
riendas del país han cambiado el sentido y la definición misma de
gobierno. Solamente aceptando esta realidad puede comprenderse cómo es
que hemos llegado hasta acá.
Aquello que venimos llamando “gobierno nacional” no es ya una
administración encargada de gestionar políticas de Estado tendientes a asegurar
el bienestar general.
Por el contrario, el gobierno es hoy sinónimo cabal de
“negociado” (*) , responde a intereses particulares, mezquinos y consecuentemente,
solo puede ser comprendido como un medio y no como un fin, aún cuando ciertos
candidatos a dirigirlo lo conciban así.
De ese modo, el Poder Ejecutivo no está para ejecutar soluciones
a los problemas perentorios de la gente sino que debe su actual existencia a la
necesidad de quienes lo ejercen. Está para servirse de los demás. Se
han trastocado los roles tanto como los valores. Esta es la concepción política
por antonomasia del kirchnerismo.
Desde luego ha habido con anterioridad conductas similares que
condujeron a que tal denigración se diera con una resignación popular lindante
a la complicidad. Es la conocida fábula del sapo en la olla. No cae
dentro de ella cuando el agua está en ebullición sino cuando está tibia. Confortable
en esa situación se relaja mientras le van subiendo el fuego de manera que,
cuando quiera darse cuenta, estará hirviendo sin fuerzas para saltar hacia
afuera.
Los argentinos, de un modo u otro, estamos dentro de una cacerola cuya
circunstancia no dista de parecer a la narrada. La queja que no
conduce a nada parece ser el único recurso para sentir que todavía hay
esperanza. Sin embargo, mayor expectativa debería generar la
posibilidad de votar, como presentan hoy día los mismos protagonistas,
por el cambio o la continuidad.
Aquellos que consideran que no hay alternativa válida porque su vértice
esta puesto más arriba de lo que se ofrece en el mercado electoral pueden
ocasionar, involuntariamente quizás, más daño que los que pretenden la
perpetuidad de la ignominia actual.
Desde luego que es lícito aspirar a una transformación absoluta que
incluya el mismísimo sistema encargado muchas veces de expulsar opciones superadoras
a lo que hay. Pero instalar la idea del “todos son iguales” acarrea
un peligro que es menester contemplar. Lo que siguió al “qué se
vayan todos” es lo que seguirá al “todos son iguales” si se
insiste con ello. Es decir, la permanencia de lo malo conocido, pues anula
la posibilidad de creer en que hay algo más. Y lo hay aunque no sea
tan bueno como queremos.
Quedarse en un análisis de nombres encabezando listas a tal o cual
cargo, no suma ni aporta un ápice al entendimiento de lo que está sucediendo. Y
es que las listas no son sino las listas del supermercado que los Kirchner han
montado. Por otra parte, pululan exégesis de todo tipo y tamaño acerca de las
razones que han llevado a que fulano o mengano aparezcan en tal o cual listado. Muchos
no buscan un cargo es cierto, buscan no ir presos. De allí que
explicar la protección que brindan los fueros resulte reiterativo.
Pero no lo es recordar que hubo un legislador electo
democráticamente, que terminó perdiendo todo privilegio por decisión de unos pocos
que alcanzaron bancas tan legítimamente como aquel lo había hecho. Refiero a
Luis Abelardo Patti. Claro que lo más grave no reside en el
desafuero obtenido sino en la pasividad de los casi 400 mil votantes que
optaron por erigirlo su representante, y luego callaron. Silencio.
Eso explica hasta qué punto la democracia no termina a la salida
del cuarto oscuro. O se la defiende en lo cotidiano o las violaciones al
régimen seguirán siendo lo que son hasta el día de hoy: la coyuntura política
de la Argentina. Porque desde hace varios años ya, a la hora
de encarar el análisis político no hay más elementos que estafas, absurdos,
obscenidades, grotescos, dislates y operaciones de todo tipo. De eso se nutre
el día a día de los argentinos en el plano político.
Aunque parezca un juego de palabras o un slogan bonito, Perspectivas
Políticas.Info nació en el año 2009 con el objetivo de analizar
justamente aquello que no había ni hay en la Argentina: política. Desde
entonces, no ha sido posible sentarse a dirimir blancos o negros de una
política de Estado precisa, que permanezca más allá de una gestión de
gobierno.
Cada semana nos desayunamos con nuevos o viejos atropellos, escándalos
que dejan de serlo a las pocas horas no porque no revistan importancia sino
porque la irrupción de otros nuevos impiden seguir profundizando en ellos. Para
no irnos muy lejos, recuérdese la noche en que se paralizó esa Argentina
interesada por la política, a raíz de un asesinato en Monte Hermoso, donde una
pueblada luego, mató también con linchamientos.
Intenten ahora pronunciar el nombre de la víctima o siquiera cómo
culminó todo aquello. Ni siquiera se conoce si la causa tiene juez, si avanzó
la investigación, si hay algún preso… Esa es la dialéctica que sigue
todo suceso en el país. De modo que discutir las aberraciones o los aciertos en
la confección de listas culminaría como culminó el interés o el debate que
suscitara el hacer justicia por mano propia ante la ausencia de autoridades
cuando hay un muerto.
Ustedes podrán decir “A“, yo “B“, y el resultado sería
apenas un alfabeto incompleto. Ningún aporte, ningún mutuo
enriquecimiento aun habiendo intercambio de argumentos. Esto también
explica la ausencia de proyectos de país que se denuncia a la hora de indagar
qué puede llegar a hacer si gana un candidato u otro. Y es que esta vez no
se votará una plataforma política. Imposible sería hacerlo, e iluso es
pretenderlo.
Si asumimos que estamos huérfanos de política, y que vivimos dentro de
un gran comercio donde, tristemente, el ser humano en muchos casos también es
mercancía y tiene precio, no hay más opción que ir en busca de lo que prioriza
cada uno de nosotros por separado.
No vamos a enfrentarnos a boletas con fórmulas electorales sino a
góndolas como si el país fuese un supermercado. La crudeza de
la comparación no invalida la tristeza que provoca ni la injusticia de meter a
todos en una misma bolsa. Pero es que se ha llegado a tal punto que los
bienintencionados se desdibujan frente a la multitud de prelavados.
Así, en octubre próximo habrá de definirse, ni más ni menos, que
el grado de libertad con el cual luego si, podrá establecerse qué tipo de país
se quiere. En rigor, habrá que optar por continuar con el modelo
supermercadista donde todo – incluso la gente -, se compra y vende, o regresar
al modelo de país donde el gobierno vuelva a ser lo que alguna vez fue o debió
de ser: un medio para el bienestar general.
Sin duda, seguiremos lejos de la perfección o de poder compararnos con
Noruega o Dinamarca pues no olvidemos que hay algo sustancial que nos
diferencia y diferenciará siempre de esas comarcas, algo que allá
no hay: argentinos. Pequeño detalle que, mal o bien, no puede
obviarse.
Lo cierto es que no todos son iguales a la hora de definir si
vivirán y dejarán vivir, o si seguirán inmiscuyéndose en su vida, en su
bolsillo, en su trabajo o en su descanso aunque en apariencia lo hagan
otorgándole el “beneficio” de agregarle un día más a un fin de semana cada
tanto.
Algo puede cambiar si logramos darnos cuenta, cuán caro estamos pagando
esos “regalos”, y advertimos que también a nosotros nos están vendiendo
en ese kiosco que han montado, con el cual han suplido al gobierno y al Estado…
Sin intención de discernir ahora si acaso los noventa fueron mejores o
peores a la década de la progresía kirchnerista, contémplese al menos que una
cosa es vender “las joyas de la abuela”, y otra muy distinta es vender
directamente, a la abuela.
“Quien pueda entender, que entienda”
(*) Negociado: Am. Mer. Negocio ilícito que toma carácter
público. RAE
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