domingo, 7 de junio de 2015

La revancha política de los despreciados

Por Jorge Fernández Díaz
Tienen por lo menos dos cosas en común: fueron hostigados durante años por el kirchnerismo y despreciados por el establishment. Ambos guardan en su memoria personal dos listas con las perradas que les infligieron los Kirchner y los consejos errados que trataron de imponerles los sabiondos del "círculo rojo". Tienen la virtud de haber resistido los crueles embates y las impertinentes sugerencias.

Y cifran en esa doble resistencia parte del secreto que los trajo hasta esta inminente línea de largada, donde ahora protagonizan un electrizante empate, pero también donde se destacan como las dos únicas figuras con posibilidades reales de sentarse en el sillón de Rivadavia. Más allá de sus méritos de gestión o su formación ideológica, ya es hora de que el mundo político y empresario deje de subestimarlos. La única verdad es la realidad.

La presión oficial que alguna vez recibió Daniel Scioli para que desistiera de sus pretensiones, y también las coacciones que aguantó del antikirchnerismo más influyente para que rompiera por fin con Cristina, tienen la misma intensidad que estas asombrosas intimaciones públicas y privadas de las que es víctima actualmente Mauricio Macri para que abandone de inmediato su identidad y se confunda en un amasijo con Massa. No sólo hay enviados y mensajes de toda clase; hasta produjeron movimientos telúricos en la Bolsa de Comercio para que depusiera su actitud. Hay mucha gente nerviosa en todo el espinel. Y algunos son verdaderamente desinteresados; incluso sus cálculos y diagnósticos aparecen como atendibles. Otros menos altruistas, sin embargo, venden que se las saben todas y, para dar sólo un ejemplo reciente, pusieron el grito en el cielo cuando el jefe de la ciudad señaló su preferencia en la interna por Rodríguez Larreta. Aquel "error", para su sorpresa, resultó un gran acierto. Hoy los argumentos para tomar un camino u otro son igualmente razonables, y la decisión que al final adopte Macri (puede pasar cualquier cosa en los próximos tres días) será clave para el desempeño de la oposición. Tal vez signifique la gloria o Devoto; hoy no hay forma científica de saberlo. Pero si tanto el gobernador bonaerense como el alcalde porteño aceptaran que las corporaciones diseñen sus estrategias políticas, le estarían dando paradójicamente la razón al paranoico relato kirchnerista, y estaríamos retrocediendo a los tiempos en que esos mismos actores les propusieron tonterías y estropicios a Menem y a De la Rúa. Con las críticas y reparos que se les pueden hacer a los dos principales candidatos de 2015, parte de su valor palpable consiste en no escuchar ese canto de sirenas. "El círculo rojo no entiende nada de política", clausuró Macri. Una frase histórica.

No obstante, más allá de tanta alquimia de cuarto cerrado, recordemos también que, establecido cierto estándar competitivo, la demanda define la oferta y no al revés. Por eso resulta necesario bucear cada tanto en el mercado electoral, dado que ese mar es vasto y traicionero, y produce algunos espejismos. Los encuestadores más experimentados dividen el electorado en cuatro grupos. Un 12 por ciento de la gente cree que el kirchnerismo es lo mejor que le sucedió a nuestro país. Aproximadamente, un 32% piensa que el Gobierno fue bueno, pero que comete errores; cerca de un 21% sostiene que tuvo una mala gestión, pero con algunos logros, y un 30%, que el kirchnerismo es lo peor que le ocurrió a la Argentina. En esta fuerte polarización, los dos primeros grupos votarían mayoritariamente por Scioli, y los últimos dos por Macri, aunque este territorio aparece todavía fragmentado por la presencia de otras oposiciones menores. En el campamento macrista, este tipo de cifras tiene una lectura diferente: la mayoría está exigiendo cambios, y cuando llegue la hora de la verdad, los inconformes elegirán a Macri y a su coalición. Es dable pensar que en la última vuelta los más politizados votarán a cualquiera, con tal de que no se consolide un PRI argentino y se abra un nuevo ciclo de "peronismo eterno". En el campamento sciolista, advierten que el eje clásico ha experimentado metamorfosis significativas: el año pasado, un 60% requería una transformación; hoy hay mayor paridad entre continuidad y cambio.

Se han hecho, a su vez, sondeos especiales en sectores apolíticos. Preguntaron cuestiones muy específicas: en el último año, ¿compró una heladera, cambió el auto, se fue de vacaciones, siente que no le alcanza el sueldo, tiene que ayudar su hijo, fue asaltado? La correspondencia resultó directa: quienes puntualmente se habían beneficiado tendían a votar por el Frente para la Victoria; quienes habían sufrido, por la oposición. Prácticamente, no hay espíritu crítico ni mirada colectiva, mucho menos doctrinas o idearios. Se vota, en esos océanos poblacionales, con egoísmo por el puro presente. El pasado no importa y el futuro plantea una dualidad. Unos directamente no piensan en ese albur: son lábiles, consumistas maníacos y cortoplacistas. Otros aspiran a mejorar la situación de sus familias y tienen una idea más perenne del progreso. Donde mejor imagen sigue teniendo por estos días el Gobierno es entre los fanáticos de la pelota, producto de la obscena publicidad partidaria de Fútbol para Todos. Pero, hoy por hoy, no existe ninguna encuesta nacional que demuestre taxativamente un triunfo en primera vuelta del oficialismo. Y en los escenarios de ballottage, Scioli mantiene su distancia de seis puntos, guarismo que se considera todavía escaso y pasible de sorpresas desagradables.

Este escenario descarnado se encuentra a merced de cuatro variables: la economía, la calle, las alianzas de Macri y el narcisismo de Cristina. Los más ortodoxos admiten que, a costa de un déficit fiscal delirante, habrá aroma de salariazo y cierto bienestar superficial al momento de los comicios. Los analistas son menos asertivos en cuanto a la agenda imponderable de la realidad: secuestros, narcos, piquetes y otras yerbas. A ese verdadero polvorín, se agregan el riesgo de inadmisibles sabotajes y de las eventuales maniobras sucias que aparecen misteriosamente en las campañas presidenciales. La tercera cuestión es cómo acabará de zurcirse la coalición opositora. Si cualquiera de nosotros se hubiera ido de viaje durante dos meses, ¿qué pensaría acerca del liderazgo de Massa al leer de golpe todas las noticias juntas? Permitió en tiempo récord que sus incondicionales desertaran, que su cerebro estratégico se pasara al kirchnerismo y que sus jefes territoriales se dieran vuelta. Se trata de un liderazgo seria y objetivamente abollado. ¿Puede ser presidente o gobernador alguien que exhibe semejante derrotero?

Y, finalmente, el protagonismo de la Presidenta también juega en este ajedrez maldito. Quienes trazan hipótesis para los dos principales candidatos coinciden en que la centralidad proselitista de Cristina le baja las chances a su propia fuerza. El dilema para el patrón de Villa La Ñata sería, por lo tanto, el mismo de siempre: si se cristiniza, pierde potencia, y si se distancia, tiene un grave problema político.

También es notorio en los sondeos el clamor por la unidad de los argentinos, por una cierta necesidad de "un porvenir en común". La marcha contra el femicidio significó acaso la suspensión temporal de la grieta, algo que estremeció a algunos inquilinos de Balcarce 50. ¿Fue una foto solitaria o el fotograma de una nueva película?

© La Nación

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