Por Jorge Fernández Díaz |
Tienen por lo menos dos cosas en común: fueron hostigados
durante años por el kirchnerismo y despreciados por el establishment. Ambos
guardan en su memoria personal dos listas con las perradas que les infligieron
los Kirchner y los consejos errados que trataron de imponerles los sabiondos
del "círculo rojo". Tienen la virtud de haber resistido los crueles
embates y las impertinentes sugerencias.
Y cifran en esa doble resistencia
parte del secreto que los trajo hasta esta inminente línea de largada, donde ahora
protagonizan un electrizante empate, pero también donde se destacan como las
dos únicas figuras con posibilidades reales de sentarse en el sillón de
Rivadavia. Más allá de sus méritos de gestión o su formación ideológica, ya es
hora de que el mundo político y empresario deje de subestimarlos. La única
verdad es la realidad.
La presión oficial que alguna vez recibió Daniel Scioli para
que desistiera de sus pretensiones, y también las coacciones que aguantó del
antikirchnerismo más influyente para que rompiera por fin con Cristina, tienen
la misma intensidad que estas asombrosas intimaciones públicas y privadas de
las que es víctima actualmente Mauricio Macri para que abandone de inmediato su
identidad y se confunda en un amasijo con Massa. No sólo hay enviados y
mensajes de toda clase; hasta produjeron movimientos telúricos en la Bolsa de
Comercio para que depusiera su actitud. Hay mucha gente nerviosa en todo el
espinel. Y algunos son verdaderamente desinteresados; incluso sus cálculos y
diagnósticos aparecen como atendibles. Otros menos altruistas, sin embargo,
venden que se las saben todas y, para dar sólo un ejemplo reciente, pusieron el
grito en el cielo cuando el jefe de la ciudad señaló su preferencia en la
interna por Rodríguez Larreta. Aquel "error", para su sorpresa,
resultó un gran acierto. Hoy los argumentos para tomar un camino u otro son
igualmente razonables, y la decisión que al final adopte Macri (puede pasar
cualquier cosa en los próximos tres días) será clave para el desempeño de la
oposición. Tal vez signifique la gloria o Devoto; hoy no hay forma científica
de saberlo. Pero si tanto el gobernador bonaerense como el alcalde porteño
aceptaran que las corporaciones diseñen sus estrategias políticas, le estarían
dando paradójicamente la razón al paranoico relato kirchnerista, y estaríamos
retrocediendo a los tiempos en que esos mismos actores les propusieron
tonterías y estropicios a Menem y a De la Rúa. Con las críticas y reparos que
se les pueden hacer a los dos principales candidatos de 2015, parte de su valor
palpable consiste en no escuchar ese canto de sirenas. "El círculo rojo no
entiende nada de política", clausuró Macri. Una frase histórica.
No obstante, más allá de tanta alquimia de cuarto cerrado,
recordemos también que, establecido cierto estándar competitivo, la demanda
define la oferta y no al revés. Por eso resulta necesario bucear cada tanto en
el mercado electoral, dado que ese mar es vasto y traicionero, y produce
algunos espejismos. Los encuestadores más experimentados dividen el electorado
en cuatro grupos. Un 12 por ciento de la gente cree que el kirchnerismo es lo
mejor que le sucedió a nuestro país. Aproximadamente, un 32% piensa que el
Gobierno fue bueno, pero que comete errores; cerca de un 21% sostiene que tuvo
una mala gestión, pero con algunos logros, y un 30%, que el kirchnerismo es lo
peor que le ocurrió a la Argentina. En esta fuerte polarización, los dos
primeros grupos votarían mayoritariamente por Scioli, y los últimos dos por
Macri, aunque este territorio aparece todavía fragmentado por la presencia de
otras oposiciones menores. En el campamento macrista, este tipo de cifras tiene
una lectura diferente: la mayoría está exigiendo cambios, y cuando llegue la
hora de la verdad, los inconformes elegirán a Macri y a su coalición. Es dable
pensar que en la última vuelta los más politizados votarán a cualquiera, con
tal de que no se consolide un PRI argentino y se abra un nuevo ciclo de
"peronismo eterno". En el campamento sciolista, advierten que el eje
clásico ha experimentado metamorfosis significativas: el año pasado, un 60%
requería una transformación; hoy hay mayor paridad entre continuidad y cambio.
Se han hecho, a su vez, sondeos especiales en sectores
apolíticos. Preguntaron cuestiones muy específicas: en el último año, ¿compró
una heladera, cambió el auto, se fue de vacaciones, siente que no le alcanza el
sueldo, tiene que ayudar su hijo, fue asaltado? La correspondencia resultó
directa: quienes puntualmente se habían beneficiado tendían a votar por el
Frente para la Victoria; quienes habían sufrido, por la oposición.
Prácticamente, no hay espíritu crítico ni mirada colectiva, mucho menos
doctrinas o idearios. Se vota, en esos océanos poblacionales, con egoísmo por
el puro presente. El pasado no importa y el futuro plantea una dualidad. Unos
directamente no piensan en ese albur: son lábiles, consumistas maníacos y
cortoplacistas. Otros aspiran a mejorar la situación de sus familias y tienen
una idea más perenne del progreso. Donde mejor imagen sigue teniendo por estos
días el Gobierno es entre los fanáticos de la pelota, producto de la obscena
publicidad partidaria de Fútbol para Todos. Pero, hoy por hoy, no existe
ninguna encuesta nacional que demuestre taxativamente un triunfo en primera
vuelta del oficialismo. Y en los escenarios de ballottage, Scioli mantiene su
distancia de seis puntos, guarismo que se considera todavía escaso y pasible de
sorpresas desagradables.
Este escenario descarnado se encuentra a merced de cuatro
variables: la economía, la calle, las alianzas de Macri y el narcisismo de
Cristina. Los más ortodoxos admiten que, a costa de un déficit fiscal
delirante, habrá aroma de salariazo y cierto bienestar superficial al momento
de los comicios. Los analistas son menos asertivos en cuanto a la agenda
imponderable de la realidad: secuestros, narcos, piquetes y otras yerbas. A ese
verdadero polvorín, se agregan el riesgo de inadmisibles sabotajes y de las
eventuales maniobras sucias que aparecen misteriosamente en las campañas
presidenciales. La tercera cuestión es cómo acabará de zurcirse la coalición
opositora. Si cualquiera de nosotros se hubiera ido de viaje durante dos meses,
¿qué pensaría acerca del liderazgo de Massa al leer de golpe todas las noticias
juntas? Permitió en tiempo récord que sus incondicionales desertaran, que su
cerebro estratégico se pasara al kirchnerismo y que sus jefes territoriales se
dieran vuelta. Se trata de un liderazgo seria y objetivamente abollado. ¿Puede
ser presidente o gobernador alguien que exhibe semejante derrotero?
Y, finalmente, el protagonismo de la Presidenta también
juega en este ajedrez maldito. Quienes trazan hipótesis para los dos
principales candidatos coinciden en que la centralidad proselitista de Cristina
le baja las chances a su propia fuerza. El dilema para el patrón de Villa La
Ñata sería, por lo tanto, el mismo de siempre: si se cristiniza, pierde
potencia, y si se distancia, tiene un grave problema político.
También es notorio en los sondeos el clamor por la unidad de
los argentinos, por una cierta necesidad de "un porvenir en común".
La marcha contra el femicidio significó acaso la suspensión temporal de la
grieta, algo que estremeció a algunos inquilinos de Balcarce 50. ¿Fue una foto
solitaria o el fotograma de una nueva película?
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