El filósofo que piensa
no sólo en lo que está
pasando sino también en lo que va a pasar
Michel Foucault llamó a desarrollar una ética individual y a resistir los "aparatos de encierro" del estado de bienestar. |
Jean Piaget lo
definió como “un estructuralismo sin estructuras”. Foucault intentó
demostrar que las verdades que la gente considera permanentes sobre la
naturaleza humana y la sociedad cambian a lo largo de la Historia.
Sus principales influencias fueron Nietzsche y Heidegger.
Del primero tomó la idea de que toda conducta humana está motivada por el afán
de poder y que los valores tradicionales están perdiendo su dominio opresivo
sobre la sociedad (“Dios ha muerto”). Del segundo adoptó la crítica al “actual
entendimiento de ser tecnológico”. Tomó también de Nietzsche la idea de la
investigación genealógica: debemos buscar el hilo que nos diga de dónde
venimos, qué somos, en qué nos vamos transformando.
Las ideas tienen su genealogía, las ciencias humanas son
“como una huella en la arena que borra la subida de la marea”. Aunque creamos
que nuestras ideas van a estar ahí para siempre, han tenido su origen y su
desarrollo. Morirán. En ese sentido se puede hablar, pues, no solo de la muerte
de Dios, también de la del hombre.
Etapa arqueológica:
excavar
El pensamiento de Michel Foucault tuvo tres etapas: él llamó
a la primera “época arqueológica”, porque la dedicó a excavar capas históricas
para analizar los discursos sociales que le interesaban. Empezó a desarrollarla
en Locura y civilización (1960).
Según Foucault, la civilización occidental, a partir de cierto momento, empezó
a desarrollar políticas de exclusión contra los locos, los delincuentes y los
enfermos, e instituciones para llevarlas a cabo: el manicomio, el hospital y la
cárcel. Lo importante no eran los individuos afectados sino la justificación
que de su exclusión hacían los cuerdos, los honrados y los sanos. Los
“normales”.
Esto fue dando lugar a un sistema de control social
perverso, cada vez más represivo, del cual todos somos cómplices. Incluso la
escuela es una institución perversa, porque recurre a tácticas disciplinarias,
entre ellas el examen. Para Foucault, “el examen combina las técnicas de las
jerarquías que vigilan y las de las sanciones que normalizan. Permite
calificar, clasificar y castigar”.
Le interesaba la figura del loco y las estrategias sociales
destinadas a hacerle invisible. Según él, occidente, que en el pasado había
considerado a la locura casi como una inspiración divina, reprimió toda su
fuerza creativa al clasificarla como enfermedad. Encerrando y archivando al
loco como a un objeto, la racionalidad moderna demostró lo que era: voluntad de
dominio.
Etapa genealógica:
desafiar
La segunda etapa, la genealógica, transcurrió desde 1969
hasta principios de los 80. En ella escribió Las palabras y las cosas (1966), una de sus obras más importantes,
donde cristalizó su enfrentamiento con la modernidad y su rechazo al mito del
progreso: la historia no persigue un fin, no tiene sentido. La de la cultura es
discontinua y se organiza en torno a lo que Foucault llamaba “epistemes”. Cada
episteme estructura los más diversos campos del saber de una época. “Cuando
digo episteme, digo todas las relaciones que han existido en determinada época
entre los diversos campos de la ciencia”. La sucesión de epistemes no implica
progreso ni tiene sentido. Los individuos piensan, conocen y valoran dentro de
los esquemas de la episteme vigente en el tiempo en que les toca vivir.
En Las palabras y las cosas describe tres epistemes
occidentales muy claras. En la primera, que se mantuvo hasta el Renacimiento,
“las palabras tenían la misma realidad que aquello que significaban”. Así, por
ejemplo, en el campo económico, las cosas que se intercambiaban debían tener
una estimación equivalente. Lo que se compraba debía valer tanto como el oro o
la plata que se daban a cambio. En la segunda epísteme, siglos XVIII y XIX, los
vínculos de equivalencia entre las cosas se rompieron. En todos los aspectos
económicos, también en el de la moneda, el valor intrínseco dejó de ser
importante y pasó a ser solo representativo. Y a partir del siglo XIX se
empezaron a buscar las estructuras ocultas bajo lo real: el valor de un bien se
medía por el trabajo necesario para producirlo, no por el dinero.
Etapa ética:
liberarse
La tercera y última etapa de Foucault, la ética, empezó con
la publicación de Vigilar y castigar, aunque sus obras más importantes fueron
las últimas que escribió: Historia de la
sexualidad, Volumen I: Introducción
(1976), El uso del placer (1984) y La preocupación de sí mismo (1984).
Forman parte de una proyectada historia de la sexualidad en cinco tomos que no
llegó a terminar. Los dos últimos publicados sorprendieron por su estilo casi
tradicional, su material de análisis (textos clásicos griegos y latinos) y,
sobre todo, su interés por el sujeto, un concepto que hasta entonces no le
había interesado. En esta obra, Foucault rastreó el modo en que las personas se
han ido identificando como seres sexuales en las distintas épocas. Y relacionó
el concepto sexual que cada uno tiene de sí mismo con su vida moral y ética. Su
idea era demostrar que en occidente se ha desarrollado un nuevo tipo de poder,
al que llamó biopoder: un complejo sistema de control que los conceptos
tradicionales de autoridad son incapaces de entender porque, en apariencia, no
reprime la vida, sino que la realza.
Esto le llevó a reflexionar sobre la ética: “¿Cómo puedo
constituirme en sujeto ético, en agente moral?”, se preguntaba. Y animó a la
gente a resistir ante lo que llamaba los “aparatos de encierro” del estado del
bienestar, a desarrollar una ética individual en la que cada uno condujera su
vida de tal forma que los demás pudieran respetarla.
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