Por Jorge Fernández Díaz |
"Los políticos son como los cines de barrio, primero te
hacen entrar y después te cambian el programa." La vieja ironía de Jardiel
Poncela alude a aquellas precarias y entrañables salas de la infancia. El cine
se modernizó, pero la política permanece detenida en aquel mismo empeño
hipócrita y tramposo. Daniel Scioli cultiva como pocos el arte de la elusión
amistosa.
En su antológica entrevista para el ciclo Conversaciones, aseguró
esta semana que con él no habrá sorpresas, y luego convalidó en su media lengua
a Milani y el agresivo copamiento estatal de La Cámpora; relativizó el cepo y
defendió al Indec, y se permitió chicanas elegantes contra el FMI. Fuentes
allegadas al gobernador informan por lo bajo que luego de ganar las primarias
comenzará a despegarse de las taras kirchneristas para buscar el voto
independiente y que, al final, si alcanza el poder, impondrá su voluntad de
manera cortés, pero terminante. Fuera del círculo naranja, incluso en esferas
internacionales, la futura autonomía del amo y señor de Villa La Ñata tiene
cada vez menos escépticos. Si encerraran durante un fin de semana a sus
economistas de cabecera (Blejer y Bein), junto con los principales asesores de
Massa (Lavagna y Peirano) y del macrismo (Melconian y Sturzenegger), no saldría
de esa reunión sino una misma agenda de normalización profesional, aunque con
matices más o menos lógicos y diferenciados. Después de observar sus debates a
través de una cámara Gesell seguramente descubriríamos lo esencial: no existe
la dicotomía cambio o continuidad que plantean los encuestadores. El cambio ya
está completamente decidido, y lo que se discute ahora es en qué grado y
medida, y cómo será más efectivo: desde adentro o desde afuera. Esta verdad no
conviene a nadie, puesto que el cristinismo debe dar una lucha denodada para
entronizar a quien viene a desarmarlo, y Scioli precisa que sus socios sigan
permitiéndole ese juego de igual manera que un marido o una esposa engañados
toleran una infidelidad por el simple método de negarla. Y por el miedo a
perderlo todo: la catástrofe del neocamporismo en la Capital habría terminado
de convencer a Cristina de que la imagen presidencial no se traslada
automáticamente a los jóvenes vicarios electorales, que ya no hay espacio para
probar con el "candidato propio" y que no queda más que asociarse al
ex motonauta para zafar del naufragio. Tampoco les conviene reconocer a los
principales opositores el carácter dual del gobernador, a quien la mitad de los
adherentes le pide un amable, pero consistente cambio de políticas. Conviene
más al posicionamiento, al discurso y a la cohesión opositora pensar que
Cristina gobernará a través de Scioli y que sigue latente en la Argentina la
posibilidad de una chavización.
Este insólito y callado consenso sobre el próximo ciclo,
basado en la idea de que cualquiera deberá arreglar el desquicio exótico y
psicopático de las cosas, produce una laxitud de las identidades y las
ideologías: muchos dirigentes mutan y emigran por oportunismo o accidente, y se
estacionan caprichosamente en espacios políticos indistintos.
En todos lados hay progres y conservadores, socialdemócratas
y desarrollistas, peronistas y radicales. Y en esa gelatina, todos necesitan
poner etiquetas exageradas y apócrifas para justificarse y despejar el
desorden. El intendente massista de San Martín, Gabriel Katopodis, dijo el
martes que el Frente Renovador jamás acordaría "con el antiperonismo de
Macri y Carrió. No hay chances porque tenemos dos visiones distintas de país.
Macri quiere volver a la economía de los noventa". Es curioso, porque
acusa de antiperonista a quien conduce un partido plagado de militantes del
peronismo. Al día siguiente, el titular de la UTA, Roberto Fernández, fue más
allá: "Lo veo más peronista a Macri que a muchos peronistas".
Despechado, Randazzo salió entonces a criticar a los viejos sindicalistas que
son amigos de Macri. Estos sindicalistas, vale recordarlo, forman lo que Perón
llamaba la columna vertebral del movimiento obrero. Otra aclaración: Katodopis
se dedica a sablear a Mauricio mientras Sergio intenta convencer al señor de
los amarillos de ir juntos a una primaria de toda la oposición. En cuanto a los
noventa, es curioso que Massa pueda presentarse como antagónico a esa década en
la que participó como joven liberal y militante de la Ucedé; después militó con
igual vehemencia bajo las órdenes de Duhalde y de Kirchner. A su favor: es
injusto que el kirchnerismo se lo quiera sacar de encima bajo la idea de que no
es peronista, cuando el muchacho de Tigre intenta precisamente recrear una
especie de subperonismo disidente.
Quien no podrá realmente librarse de los noventa es el
mismísimo Scioli, invento riojano y quien más se le parece a Menem en estilo,
carisma, y pensamiento económico y polideportivo. Es por esa razón que haciendo
campaña contra los noventa y llevando a Scioli como candidato, el kirchnerismo
protagoniza una escena farsesca surgida de una comedia italiana y neorrealista.
Scioli, Gildo Insfrán, Alperovich, Pichetto y Aníbal Fernández no son la patria
socialista. Esa pretensión progresoide permanece en el gueto de "los pibes
para la liberación".
Mariano Recalde declaró al día siguiente de perder que
"Lousteau es una variante del proyecto de derecha. Comparte el mismo
frente electoral a nivel nacional, con Sanz y Carrió". Pretender que los
tres aludidos son derechistas resulta tan ridículo como creer que la rancia
oligarquía peronista y feudal es de izquierda.
La principal refutación a Katopodis y a Recalde, por lo
menos con respecto al macrismo, proviene del politólogo José Natanson, cuando
nos recuerda que Pro nació en el mismo momento en que lo hacía el kirchnerismo
nacional y que, por lo tanto, también es hijo de la crisis de 2001 y de la
implosión del antiguo sistema de partidos políticos. Nos pasamos una década
entera tratando de categorizar ideológicamente el fenómeno kirchnerista, y
muchas veces fracasamos. ¿Nos pasaremos otro largo rato tratando de explicar
qué es el macrismo?
Dice Natanson que asimilar el macrismo con la derecha
autoritaria y con la década de la convertibilidad es un error. Para este
politólogo agudo que dirige Le Monde Diplomatique, escribe en Página 12 y se
siente en las antípodas de Pro, el macrismo es posneoliberal, porque reivindica
un rol activo del Estado en la economía, destaca la importancia de la educación
y la salud pública, y promete mantener las políticas sociales en caso de llegar
al poder. Según Natanson, eso no implica que llevará a cabo una gestión
socialmente inclusiva, pero "tampoco significa que gobernará del mismo
modo que la derecha de los noventa, por una razón tan sencilla que a veces se
pasa por alto: las reformas del Consenso de Washington ya fueron implementadas,
y en muchos aspectos siguen vigentes a pesar de los esfuerzos
contrarreformistas de los últimos años".
La política argentina, luego de un fuerte populismo
personalista, precisa de una nueva cartografía y de brújulas eficientes. El
electorado se maneja más por egoísmos e impresiones emocionales que por grandes
ideas y principios, pero los líderes tienen la obligación de construir una
visión sincera y hacer magisterio. Lo contrario no es el oficio del estadista,
sino el simple arte de ganar, que consiste en hacerte entrar al cine y luego
cambiarte el programa.
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