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domingo, 3 de mayo de 2015

Una guerra de etiquetas donde nadie es sincero

Por Jorge Fernández Díaz
"Los políticos son como los cines de barrio, primero te hacen entrar y después te cambian el programa." La vieja ironía de Jardiel Poncela alude a aquellas precarias y entrañables salas de la infancia. El cine se modernizó, pero la política permanece detenida en aquel mismo empeño hipócrita y tramposo. Daniel Scioli cultiva como pocos el arte de la elusión amistosa. 

En su antológica entrevista para el ciclo Conversaciones, aseguró esta semana que con él no habrá sorpresas, y luego convalidó en su media lengua a Milani y el agresivo copamiento estatal de La Cámpora; relativizó el cepo y defendió al Indec, y se permitió chicanas elegantes contra el FMI. Fuentes allegadas al gobernador informan por lo bajo que luego de ganar las primarias comenzará a despegarse de las taras kirchneristas para buscar el voto independiente y que, al final, si alcanza el poder, impondrá su voluntad de manera cortés, pero terminante. Fuera del círculo naranja, incluso en esferas internacionales, la futura autonomía del amo y señor de Villa La Ñata tiene cada vez menos escépticos. Si encerraran durante un fin de semana a sus economistas de cabecera (Blejer y Bein), junto con los principales asesores de Massa (Lavagna y Peirano) y del macrismo (Melconian y Sturzenegger), no saldría de esa reunión sino una misma agenda de normalización profesional, aunque con matices más o menos lógicos y diferenciados. Después de observar sus debates a través de una cámara Gesell seguramente descubriríamos lo esencial: no existe la dicotomía cambio o continuidad que plantean los encuestadores. El cambio ya está completamente decidido, y lo que se discute ahora es en qué grado y medida, y cómo será más efectivo: desde adentro o desde afuera. Esta verdad no conviene a nadie, puesto que el cristinismo debe dar una lucha denodada para entronizar a quien viene a desarmarlo, y Scioli precisa que sus socios sigan permitiéndole ese juego de igual manera que un marido o una esposa engañados toleran una infidelidad por el simple método de negarla. Y por el miedo a perderlo todo: la catástrofe del neocamporismo en la Capital habría terminado de convencer a Cristina de que la imagen presidencial no se traslada automáticamente a los jóvenes vicarios electorales, que ya no hay espacio para probar con el "candidato propio" y que no queda más que asociarse al ex motonauta para zafar del naufragio. Tampoco les conviene reconocer a los principales opositores el carácter dual del gobernador, a quien la mitad de los adherentes le pide un amable, pero consistente cambio de políticas. Conviene más al posicionamiento, al discurso y a la cohesión opositora pensar que Cristina gobernará a través de Scioli y que sigue latente en la Argentina la posibilidad de una chavización.

Este insólito y callado consenso sobre el próximo ciclo, basado en la idea de que cualquiera deberá arreglar el desquicio exótico y psicopático de las cosas, produce una laxitud de las identidades y las ideologías: muchos dirigentes mutan y emigran por oportunismo o accidente, y se estacionan caprichosamente en espacios políticos indistintos.

En todos lados hay progres y conservadores, socialdemócratas y desarrollistas, peronistas y radicales. Y en esa gelatina, todos necesitan poner etiquetas exageradas y apócrifas para justificarse y despejar el desorden. El intendente massista de San Martín, Gabriel Katopodis, dijo el martes que el Frente Renovador jamás acordaría "con el antiperonismo de Macri y Carrió. No hay chances porque tenemos dos visiones distintas de país. Macri quiere volver a la economía de los noventa". Es curioso, porque acusa de antiperonista a quien conduce un partido plagado de militantes del peronismo. Al día siguiente, el titular de la UTA, Roberto Fernández, fue más allá: "Lo veo más peronista a Macri que a muchos peronistas". Despechado, Randazzo salió entonces a criticar a los viejos sindicalistas que son amigos de Macri. Estos sindicalistas, vale recordarlo, forman lo que Perón llamaba la columna vertebral del movimiento obrero. Otra aclaración: Katodopis se dedica a sablear a Mauricio mientras Sergio intenta convencer al señor de los amarillos de ir juntos a una primaria de toda la oposición. En cuanto a los noventa, es curioso que Massa pueda presentarse como antagónico a esa década en la que participó como joven liberal y militante de la Ucedé; después militó con igual vehemencia bajo las órdenes de Duhalde y de Kirchner. A su favor: es injusto que el kirchnerismo se lo quiera sacar de encima bajo la idea de que no es peronista, cuando el muchacho de Tigre intenta precisamente recrear una especie de subperonismo disidente.

Quien no podrá realmente librarse de los noventa es el mismísimo Scioli, invento riojano y quien más se le parece a Menem en estilo, carisma, y pensamiento económico y polideportivo. Es por esa razón que haciendo campaña contra los noventa y llevando a Scioli como candidato, el kirchnerismo protagoniza una escena farsesca surgida de una comedia italiana y neorrealista. Scioli, Gildo Insfrán, Alperovich, Pichetto y Aníbal Fernández no son la patria socialista. Esa pretensión progresoide permanece en el gueto de "los pibes para la liberación".

Mariano Recalde declaró al día siguiente de perder que "Lousteau es una variante del proyecto de derecha. Comparte el mismo frente electoral a nivel nacional, con Sanz y Carrió". Pretender que los tres aludidos son derechistas resulta tan ridículo como creer que la rancia oligarquía peronista y feudal es de izquierda.

La principal refutación a Katopodis y a Recalde, por lo menos con respecto al macrismo, proviene del politólogo José Natanson, cuando nos recuerda que Pro nació en el mismo momento en que lo hacía el kirchnerismo nacional y que, por lo tanto, también es hijo de la crisis de 2001 y de la implosión del antiguo sistema de partidos políticos. Nos pasamos una década entera tratando de categorizar ideológicamente el fenómeno kirchnerista, y muchas veces fracasamos. ¿Nos pasaremos otro largo rato tratando de explicar qué es el macrismo?

Dice Natanson que asimilar el macrismo con la derecha autoritaria y con la década de la convertibilidad es un error. Para este politólogo agudo que dirige Le Monde Diplomatique, escribe en Página 12 y se siente en las antípodas de Pro, el macrismo es posneoliberal, porque reivindica un rol activo del Estado en la economía, destaca la importancia de la educación y la salud pública, y promete mantener las políticas sociales en caso de llegar al poder. Según Natanson, eso no implica que llevará a cabo una gestión socialmente inclusiva, pero "tampoco significa que gobernará del mismo modo que la derecha de los noventa, por una razón tan sencilla que a veces se pasa por alto: las reformas del Consenso de Washington ya fueron implementadas, y en muchos aspectos siguen vigentes a pesar de los esfuerzos contrarreformistas de los últimos años".

La política argentina, luego de un fuerte populismo personalista, precisa de una nueva cartografía y de brújulas eficientes. El electorado se maneja más por egoísmos e impresiones emocionales que por grandes ideas y principios, pero los líderes tienen la obligación de construir una visión sincera y hacer magisterio. Lo contrario no es el oficio del estadista, sino el simple arte de ganar, que consiste en hacerte entrar al cine y luego cambiarte el programa.

© La Nación

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