Llamativa mediocridad
de las campañas electorales. El salteño Urtubey
ya no la necesita a Cristina Kirchner.
Por James Neilson |
Toda vez que se celebra una nueva elección provincial, los
deseosos de saber adónde va la Argentina tratan de encontrar en los resultados
y la reacción frente a ellos de los dirigentes políticos indicios que podrían
ayudarlos. Como los arúspices etruscos que creían –mejor dicho, decían creer–,
que el futuro de Roma se prefiguraba en las entrañas de una oveja sacrificada,
prestan atención a detalles que en otras circunstancias carecerían de
significado. Así, pues, frente a lo ocurrido el domingo pasado en Salta,
algunos se preguntaban si Juan Manuel Urtubey está metamorfoseándose en
macrista.
Es que, luego de triunfar con comodidad sobre su rival, el ex
gobernador Juan Carlos Romero, el mandatario salteño se dio el lujo de tratar a
Mauricio Macri como un presidente en potencia. Para más señas, reiteró que, si
bien es tan peronista como el que más, es contrario a los personalismos y, de
todos modos, no toma en serio “el famoso cuento de alguien al Gobierno y otro
al poder”. Fue una forma de decirle a Cristina que ya no la necesita.
Como otros gobernadores que se alejarán de la señora no bien
concluya en su provincia la campaña electoral, Urtubey sabe muy bien que su
propio destino dependerá en buena medida de su relación con quien la reemplace
como presidente de la República. Por ser tan unitario el orden político
nacional, ser amigo del ocupante de turno de la Casa Rosada podría valerle
mucho más en términos económicos, y por lo tanto políticos, que todo lo
producido por los esforzados empresarios y agricultores locales. Urtubey
entiende que está llegando a su fin la era de los variopintos gobernadores e
intendentes K de origen no solo peronista sino también radical o
centro-izquierdista. A menos que pronto aparezca un candidato hipercarismático
que aún no está en el radar de nadie, en los años venideros casi todos serán M,
S o, si bien pocos, con la eventual excepción de Cristina y los pensadores
barrocos de Carta Abierta, lo creen posible, R por Florencio Randazzo. Lo único
cierto es que el elegido no será un miembro de la familia Kirchner.
Para algunos, motivó extrañeza el que Daniel Scioli se
abstuviera de trasladarse a Salta para compartir una foto ritual con el
ganador, una decisión que sus adversarios atribuyeron a la negativa de Cristina
a permitirlo, pero puede que el bonaerense haya llegado a la conclusión de que
emular a Forrest Gump, viajando de un lugar a otro con el propósito de
apropiarse de pedacitos de triunfos ajenos, no sirve para mucho. ¿Se sentirán
agraviados los votantes salteños? Desde luego que no. Tampoco lo habrá tomado
mal Urtubey.
Por lo demás, a esta altura el bonaerense no podrá sino
sentirse harto de tener que congraciarse una y otra vez con una jefa caprichosa
que nunca lo querrá y que en todo momento inventa nuevos pretextos para
humillarlo. Aunque Scioli tiene razones de sobra para negarse a romper
prematuramente con la dueña de las llaves de la gran caja estatal, sabrá que le
sería desastroso que la gente lo tomara por una marioneta de trapo sin amor
propio; el país no está para un presidente felpudo.
¿No lo está? Sería reconfortante suponer que, al prepararse
la ciudadanía para una etapa que será muy exigente, soplan vientos de realismo,
pero a lo sumo se trata de brisas apenas perceptibles. Impera una extraña calma
chicha. A veces parecería que la mayoría quisiera prolongar el presente por
muchos años más no porque le guste sino por temor a que cualquier alternativa
concebible resulte ser peor.
El clima predominante, pues, es de resignación. Ningún
candidato presidencial motiva mucho entusiasmo, pero sucede que ninguno procura
generarlo, acaso por suponer que, tal y como están las cosas, un superávit de
emociones fuertes tendría consecuencias luctuosas. Para mantenerse en carrera,
en ocasiones Sergio Massa se permite hablar con cierta dureza, fustigando a la
Presidenta por la corrupción que tanto ha florecido en el transcurso de su
gestión accidentada y amenazando con echar sin miramientos a los infiltrados de
La Cámpora de los puestos en que anidan, pero está tan resuelto como sus dos
contrincantes a convencernos de que su mera presencia en la Casa Rosada sería
más que suficiente como para ahuyentar a los nubarrones que penden sobre el
horizonte económico.
Ni él ni sus dos rivales ignoran que Cristina entregará a su
sucesor una economía penosamente anémica, con una tasa de inflación febril, el
desempleo en aumento y un montón creciente de pagarés, pero los tres dan a
entender que inversores extranjeros ansiosos de inyectarle nueva sangre ya
están golpeando a la puerta. Aun cuando resultaran estar en lo cierto, tendrían
que pasar algunos meses, quizás años, antes de que llegaran las dosis
salvadoras en cantidades adecuadas.
El miedo a enfrentar la realidad económica hace comprensible
la mediocridad llamativa de las distintas campañas electorales. Los tres
presidenciables están haciendo la plancha porque saben que aludir a la
necesidad de tomar medidas antipáticas porque ya no hay mucho dinero les
costaría millones de votos, además de la hostilidad virulenta de los sindicatos
y el desprecio de la intelectualidad. Mal que les pese a los conscientes de que
la etapa postkirchnerista será dura, los votantes argentinos no son como los
alemanes o británicos que, para indignación de los progresistas, creen que a
veces cierta austeridad puede ser necesaria y desconfían de quienes se
comprometen a solucionar todos los problemas invirtiendo en programas sociales
ambiciosos. En dicho ámbito, como en otros, se asemejan mucho más a los griegos
que hace poco se persuadieron de que la mejor forma de ahorrarse desgracias
económicas consistiría en repudiarlas en el cuarto oscuro.
La tan criticada “farandulización” de la política, con
Marcelo Tinelli manipulando como títeres a quienes aspiran a gobernar la
Argentina, es solo un síntoma del escapismo que se ha apoderado del país al
aproximarse a su fin la era K. En otras circunstancias no sería considerado
preocupante que los candidatos intentaran asegurarnos que son personas modestas
con las que uno podría charlar –al fin y al cabo, en los países más
desarrollados todos, entre ellos Barack Obama y David Cameron, se comportan de
la misma manera–, pero mientras que en América del Norte y Europa se da por
descontado que solo se trata de un ejercicio propagandístico recomendado por
los asesores de imagen, aquí se ha difundido la impresión de que los
presidenciables no están fingiendo ser pesos livianos.
Aunque es lógico que Scioli, Macri y Massa se concentren en
captar los votos de los muchos que se dejarían influir por un show televisivo
divertido, la falta de gravitas que es una de las características más notables
del trío es inquietante. Que la Argentina sea un país igualitario, sin elites
genuinas, puede considerarse muy bueno, pero acaso no convendría exagerar al
nivelar hacia abajo.
Con tal que en los meses que nos separan de las PASO la
economía no entre en una fase convulsiva, Scioli será el más beneficiado por la
sensación, compartida por tantos integrantes de la clase política y por quienes
se mantienen al tanto de sus actividades, de que las perspectivas económicas
inmediatas ante el país son tan malas que sería mejor no asustar al electorado
hablando de lo difícil que será frenar la inflación, desmantelar la maraña de
subsidios, rellenar el Banco Central de dólares estadounidenses además de
yuanes chinos, reconciliarse con los malditos holdouts para que dejen de
obstaculizar el camino de regreso al financiamiento externo, reducir el gasto
público que sigue subiendo, depurar la burocracia estatal del ejército de
ñoquis militantes que la infesta, y una larga etcétera.
A pesar de que sus asesores le han advertido que no será
sostenible por mucho tiempo el esquema que heredará el próximo presidente,
Scioli ha optado por dar a entender que está más interesado en continuidad que
cambio, en conservar lo supuestamente bueno de la “década ganada” más dos años
que en hacer cuanto resulte preciso para que los más vulnerables no tengan que
pagar los costos de la fiesta que algunos disfrutaron.
También juega a favor del gobernador bonaerense la
resistencia de la oposición a cerrar filas en torno al candidato electoralmente
más promisorio que, huelga decirlo, es Macri. La resistencia de Massa a darse
por vencido hace cada vez menos probable un pacto con el porteño, mientras que
la candidatura testimonial de la muy respetable Margarita Stolbizer es
claramente funcional al gobernador bonaerense.
Frustrados por su propia incapacidad para incidir
decisivamente en la política de la España recién democratizada, algunos
intelectuales izquierdistas acuñaron la frase “contra Franco estábamos mejor”.
Es que desde su propio punto de vista, oponerse frontalmente a una dictadura
anquilosada sí era mejor que tener que elegir entre matices o asumir la
responsabilidad indirecta por medidas y estrategias muy distintas de las que
proponían cuando el poder era inalcanzable. Para quienes se han habituado a
lamentar la corrupción y otros males que han inundado el país en los años
últimos, no sería tan grato tener que juzgar el desempeño de un gobierno
previsiblemente imperfecto que, sus defectos no obstante, hiciera un esfuerzo
auténtico por permanecer fiel a los valores democráticos que casi todos
reivindican.
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