Por Manuel Vicent |
Hay épocas en que se produce una explosión juvenil que
muchos confunden con una revolución política, pero se trata solo de la ruptura
estética de una generación, que se niega a ser como sus padres e impone en
sociedad sus propios ritos. En nuestra reciente historia se han dado tres
asaltos de esta clase. Mayo del 68 en París fue una llamarada de rebeldía que
tuvo una réplica amortiguada en la universidad española.
Era aquel tiempo en que en nuestro país los estudiantes
comenzaron a soñar con la libertad corriendo delante de los guardias. De
aquellos sueños derivó nuestra democracia.
Años después, una nueva generación se presentó a sí misma en
sociedad a caballo de los socialistas llegados al poder en octubre de 1982 y
aquellos jóvenes comenzaron a cabalgar muy por encima del Gobierno.
La ruptura no se produjo en la política, sino en la calle,
en las aulas, en los estadios, en las discotecas, en las formas de vivir, de
amar, de viajar, de vestir, de hablar. Un nuevo relevo generacional se está
produciendo ahora mismo en nuestra sociedad.
Los jóvenes que anidaron en la Puerta del Sol un 15 de mayo
están dispuestos a acampar en las instituciones del Estado. Tampoco traen una
revolución política, sino un ideal de limpieza y de moralidad pública, pero en
este sentido hay que saber quién es joven y quién es viejo en esta batalla.
Aunque tengas 30 años serás un viejo si bajas los brazos
frente a cualquier adversidad; en cambio uno es joven a cualquier edad si tiene
un proyecto por pequeño que sea. Basta con que crea que es interesante
levantarse de la cama porque espera que ese día va a suceder algo agradable.
No es necesario cantar bajo la ducha ni realizar
estiramientos y abdominales. La juventud es un modo de ser, una forma de estar
en el mundo. Bienvenido al nuevo horizonte, que sin duda puede abrirse mañana.
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