Por Jorge Fernández Díaz |
Ninguno de los candidatos me representa, se sincera "el
Chino" Navarro. Scioli es un neoliberal conservador y Randazzo es un Judas
malparido que traicionará a Cristina, agrega Luis D'Elía. Y Mariano Recalde
remata: "No estoy con ninguno de los dos, soy kirchnerista". El líder
del Movimiento Evita, el piquetero oficial y el delfín de La Cámpora se atreven
a decir en voz alta lo que el resto de sus compañeros callan por miedo o
prudencia táctica.
Y la verdad es que hoy resulta bastante difícil imaginar a
Carta Abierta celebrando con euforia y banderitas en el Obelisco la noche
estrellada en que acaso triunfe un simpático heredero de Menem, que es capaz de
desandar muchas de las políticas oficiales y hacerse el nudo de la corbata con
una sola mano.
Esta incomodidad militante, que la Presidenta quizás intente
atemperar con una candidatura testimonial en busca de fueros, echa por tierra
el extendido mito según el cual este ciclo histórico continúa después de
diciembre. Si llegara eventualmente a triunfar quien por ahora encabeza las
encuestas, no estaría ganando el kirchnerismo, sino un candidato con relato
propio, que tiene la lógica de una celebridad, planes muchas veces antagónicos
al Gobierno, y que sin dudas impondría desde la máxima posición una nueva cultura
política.
El principal argumento en contra de esta evidencia,
enarbolado tanto por cristinistas como por opositores, está a su vez basado en
un segundo mito, según el cual este ajedrecista naranja se encontrará
inexorablemente condicionado por Cristina Kirchner, sus socios capitalistas y
los jóvenes guerreros que ha infiltrado en la burocracia estatal y en el
Congreso. La idea de que los empleados lograrán ponerle palos en la rueda al
patrón que firma sus sueldos, que dispone de sus destinos, congelamientos y
ascensos, y que tiene la facultad vía decreto para despedirlos de inmediato es
difícil de creer. ¿De quién deberá cuidarse Scioli, de UPCN? En cuanto a los
empresarios fabricados desde el poder, todos ellos necesitan para sobrevivir y
crecer no contrariar mucho al Poder Ejecutivo. Hasta los capitalistas del juego
son vulnerables a un cambio de legislación o a una mínima modificación de las
normas dictada en Balcarce 50 durante una tarde de hastío.
¿Quién podría paralizar los proyectos del nuevo presidente?
¿Los legisladores? Algunos. La mayoría, sin embargo, dependerá en buena medida
de sus jefes políticos territoriales, y no hay gobernador ni intendente en la
República que no se vea obligado a negociar subsidios, obras, regalías y
coparticipaciones en la mismísima Casa Rosada. Es relativamente fácil canjear
esas prebendas y beneficios por apoyo a cualquier ley después de que el
kirchnerismo voló en pedazos el sistema federal e instauró este férreo
unitarismo que se maneja desde la Jefatura de Gabinete y el Ministerio de
Planificación. Una de las cosas positivas que logró la "década
ganada" fue fortalecer la autoridad presidencial, y una de las malas es
haber concentrado en la mano del jefe del Estado superpoderes únicos y
demoledores.
Néstor y Cristina hicieron del sillón de Rivadavia la silla
de Superman, y en ese comando omnipotente, en ese verdadero trono con
atribuciones de monarca, se sentará a fin de año su sucesor. Que dará por
finalizado el proyecto anterior y establecerá sus propias reglas. Tratándose de
Scioli lo más probable es que el proceso no sea traumático, sino progresivo,
cortés e invisible. Pondrá un escudo judicial para que nadie llegue a Cristina
ni a su círculo íntimo, y seguirá pagando las expensas de sus principales
soldados, pero al mismo tiempo manejará el cuartel a su manera. El cristinismo,
por supuesto, no se extinguirá y su futuro quedará definido en la pericia o la
ineficiencia que demuestre su socio indeseado. Les conviene, desde ya, que al
nuevo rey le vaya relativamente mal, para así cumplir el ideal de ser añorados
y estar en condiciones de regresar con todo.
Lo curioso es que excepto aquellos salvoconductos
judiciales, Macri y sus aliados dispondrían casi de las mismas chances de
gobernabilidad. El kirchnerismo construyó un castillo inexpugnable, que está
lleno de armas extravagantes pero efectivas, y acostumbró al sistema político a
bailar por la plata. Esa obra genial de la maldad será heredada por sus
enemigos, y utilizada en breve contra sus creadores. Alrededor de este asunto,
surge el tercer mito: ya están definidas las elecciones. No es cierto, todavía
la coalición opositora tiene grandes posibilidades de imponerse. El partido
recién comienza, a pesar de que el sciolismo tiene seducido al "círculo
rojo" y le ha hecho creer que su encumbramiento es inevitable,
independientemente de los aprontes y sorpresas que presentará la oposición y de
los accidentes que la agenda real deparará al oficialismo en estos meses
electrizantes.
Tanto se impongan unos como otros, lo cierto es que
marchamos hacia un ciclo en el que el discurso público carecerá seguramente de
sesgo ideológico. Scioli no lee Página 12 y Macri no lee LA NACION. Uno encarna
el pragmatismo pedestre peronista y el otro se ve a sí mismo libre de humo y de
cualquier tradición ideológica. Esto tiene aspectos positivos (el sentido común
reemplazaría al prejuicio y la tontería) y negativos (se obturarán las
discusiones profundas que los argentinos tenemos pendientes). A estas
características se agregan dos factores, uno electoral y otro oportunista, que
propenden a igualar a cualquiera en una misma gelatina bullanguera donde todos
danzan y todos son amigos: Scioli se tiene que cristinizar, pero haciéndole
guiños al antikirchnerismo, y Macri se tiene que peronizar, pero sin espantar a
los republicanistas; uno representa la continuidad con cambio y el otro encarna
el cambio con continuidades. Los emigrantes del massismo pueden, por lo tanto,
estacionarse bajo cualquiera de las dos sombras. Se cree que si el espacio de Massa
quedara licuado, el 60% de los dirigentes se iría al Frente para la Victoria, y
el 60% de los votantes, con el Pro y los radicales.
Estos pases súbitos y esta igualación discursiva muestran
que no hay verdaderas ideologías en pugna; también que la alternativa de un
chavismo light se aventó definitivamente. A pesar de eso, quedó en pie el
riesgo de una democracia de partido único, con un PRI nacional en el que el
peronismo se sucede a sí mismo sin permitir la alternancia. No se trata de una
mera diferencia de estilos ni una confluencia de temperamentos, sino de
entregarse a la peronización eterna o hacer cirugía en el disco rígido del
sistema. En esto último, Macri actúa por convicción genuina, aunque habrá que
ver si la sociedad está dispuesta a acompañarlo. Tal vez la gente tenga fiaca,
no quiera remar, siga perezosamente la inercia y lo deje por el camino. Después
de una gesta, se verá si el pueblo abraza otra gesta o pide un recreo. Scioli
sugiere hacer la plancha, plantarse en cinco; Macri propone ser más ambiciosos
y pedir cartas, con el riesgo de pasarse del siete y medio. Quienes durante
estos años participamos, con espanto y fascinación, de la batalla cultural para
imponer o resistir la chavización, deberíamos despedir el año con una fiesta
conjunta, donde brindar por los puntazos que nos dimos, mostrar las cicatrices
para cauterizarlas y sentarnos a observar el espectáculo. Porque será un
espectáculo nuevo, extraño e impredecible.
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