Por Manuel Vicent |
En un navío o en un avión es la máquina la que impone las
reglas y los pilotos, timoneles, sobrecargos y el resto de la tripulación están
para servirla. Fuera del avión solo existe el vacío; fuera del navío solo está
el abismo.
Puede que durante el vuelo se produzcan grandes turbulencias
hasta el punto que caigan las maletas sobre la cabeza de los pasajeros; puede
que durante la travesía se levante un fuerte temporal que amenace con un
corrimiento de carga.
En casos de grave emergencia no hay forma de solucionar el
problema si no es desde dentro por la propia tripulación. Sucede lo mismo en el
sistema económico y político en el que navegamos sin escapatoria, unos en
primera, otros en turista, unos en camarote de lujo, otros como esclavos en
galeras.
Los problemas hay que resolverlos desde el propio sistema,
pero en este caso los pasajeros tenemos derecho a exigir, aparte de que los
políticos sepan manejar las máquinas, que no nos pulan el equipaje.
Es lo que ha sucedido. Mientras la crisis económica
zarandeaba el sistema con peligro inminente de estrellarlo contra los Alpes o
de mandarlo al fondo del mar, gran parte de la tripulación del Gobierno en el
poder ha aprovechado la zozobra para desvalijar a los pasajeros y llevarse la
caja.
Pero el espectáculo obsceno se presenta ahora. Como si no
hubiera pasado nada, muchos ciudadanos que han soportado la corrupción volverán
a poner con su voto a esos políticos delincuentes en la cabina de mando.
En nuestro sistema democrático la máquina manda, aunque no
necesariamente debe imponer el destino. Puede que con el cambio de tripulación
cambie también el rumbo del país y, si bien no es fácil que fructifique una
ilusión colectiva de regeneración, no creo que sea mucho pedir que durante este
nuevo viaje los políticos salidos de las urnas al menos esta vez no nos roben
las maletas.
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