Es el distrito electoral clave y desvela casi por
igual a Scioli, Macri y Massa.
De Mor Roig a Duran Barba.
Por Roberto García |
Finalmente, si es que
hay un final, Cristina le concedió el permiso a Daniel Scioli para
que participe en la interna del Frente para la Victoria.
Sin esa venia
implícita no habría sido candidato, nunca hubiera desertado, por más que
algunos intendentes lo bendijeran y algún amigo hubiese comprado la franquicia
de otro partido. Contento Bergoglio.
Según las mismas mentas,
Ella confirma versiones e irá como primera postulante a diputada en la
provincia de Buenos Aires, misma ubicación para su hijo Máximo en la colega de
Santa Cruz. Destino legislativo para ambos, aunque ninguno de los dos se afana
por esa actividad: ambos, al someterla, terminaron por despreciarla. No
prosperaron con la doctora las sugerencias de que Florencio Randazzo se
devalúe e inscriba como aspirante a la Gobernación bonaerense
–propósito que el ministro también rechaza–, más bien se inclina en ese
distrito por la persistencia del tándem Julián
Domínguez y el hijo del duhaldista Juan José
Mussi.
Más contento Bergoglio. Al tiempo que Ella cumple con el aval que hace
más de un año le otorgó al titular de la Cámara de Diputados, también estimula,
peronista al fin, la pareja del único candidato joven para los viejos en su
agrupación, Diego
Bossio, acompañado por la expresión dura de Sergio Berni.
Por si no alcanzara la
oferta, también se anotó en la porfía un jefe de Gabinete sin ocupación el año
próximo, Aníbal
Fernández, y nadie sabe el futuro del único con votos propios: Fernando Espinosa, jefe de
La Matanza. Nunca lo van a poner de primero. Por ahora, todos en ese sector
corren, gastan en publicidad y encuestas, enseres y dedicación ante el espejo.
De esa forma se reproducen, diría el General. Ya que la constante
que unifica a ese núcleo bonaerense es peronismo básico, sin contingencias ni
desviaciones, La Cámpora –por ejemplo, aparte de otras expresiones
progresistas– no rinde ni reditúa. La Capital Federal con Mariano Recalde fue
un ejemplo hace una semana, igual que el derrotado Guillermo Carmona en
Mendoza hace veinte días.
Esa coloratura
partidaria no parece casual, se vincula con los otros dos candidatos
presidenciales, Mauricio
Macri y Sergio Massa.
Uno, apelando a la oposición de ese partido dominante y, el otro, recostándose
de nuevo en esa filiación tradicional al integrarse con José Manuel de la Sota
–y probablemente el martes próximo con Adolfo
Rodríguez Saá– por la pérdida de liderazgo en el otro bloque anónimo
que algunos entienden más numeroso que el de los herederos de Perón, falsos o
no. Así, por lo menos, hace tiempo que lo revelan especialistas como Jaime Duran Barba,
el controversial asesor de Macri, alguien que finge originalidad cuando
simplemente reitera el concepto de aquel ministro Arturo Mor Roig, aún en vida
de Perón, quien diseñó una reforma para que la presunta mayoría no peronista se
impusiera a la peronista en una segunda vuelta. Si bien fracasó en el intento,
su teoría puso nervioso a más de uno que soñaba con la vuelta del exiliado: de
ahí que al radical lo acribillaran a balazos en forma impune las formaciones
especiales que tanto reverencia la Administración Cristina. Ese crimen nunca
fue reparado ni en la memoria.
Massa se peroniza debido a que su experiencia ganadora de 2013,
contraria al oficialismo, ahora se la arrebata Macri. Entonces, más que
peronismo o antiperonismo, el hombre de Tigre encarnó en el territorio
bonaerense la resistencia a la reforma constitucional, a la perpetuación de
Cristina. Hoy no existe esa bandera, ya hizo el trabajo del desalojo, aunque
mantiene un impreciso y voluble apoyo en el territorio bonaerense que desvela a
Scioli para la primera vuelta: ese caudal massista, cualquiera sea su
porcentaje, le impedirá ganar en la primera vuelta, quizás la obsesión más
recurrente del gobernador que hace campaña de corte menemista, televisiva y
fotográfica, deportiva, farandulera, social, de movilidad perpetua en todo el
país. Sin un gramo de sustento discursivo, como su último y quizás único libro.
Para el ballottage eventual se presenta más desguarnecido que para la primera
instancia, teme que las encuestas confirmen aquella idea de Mor Roig que ahora
reedita Duran Barba.
Puede ocurrir ese
fenómeno mágico de apoyo a Macri en lugares donde no tiene un referente, pero
igual sorprende esa actitud casi cerril de Macri contra el peronismo en
la provincia de Buenos Aires, negando aproximaciones, repudiando a ejemplares
de esa especie, estableciendo categorías (Carlos Reutemann sí,
otros no) o acercamientos con figuras que pertenecieron y navegaron en esas
aguas, como si Diego
Santilli, Cristian Ritondo u Horacio
Rodríguez Larreta hubieran vivido en otro planeta. Y
formalizando, además, una pureza aria en su nomenclatura electoral, exigiendo
análisis de sangre para integrar fórmulas o promover candidatos. Sobre todo,
hay que insistir en esa provincia de Buenos Aires que determina la elección,
sea cual sea el resultado en otros distritos. Más allá de que tenga sus
números, de lo que insisten las encuestas que posee en ese territorio, de un
tesoro oculto tan misterioso como el de un navío en el fondo del mar, lo cierto
es que si en ese conglomerado no trepa a 35% difícilmente
pueda soñar con ser presidente. Y allí ni siquiera existe el PRO, ni está
registrado legalmente si un juez no lo decide. Más otro dato significativo: el
conteo de los votos, la llegada a los comicios, el reparto de boletas, la
organización y la estructura (el aparato, dirían otros) que tanto ha
perfeccionado el peronismo en esa tierra, casi como el propio macrismo en la
Capital Federal. Nadie cree que hoy alcance el radicalismo para colaborar en
esa tarea minuciosa, ni los sindicalistas venidos al macrismo con la costosa
promesa de controlar e impedir fraudes.
Más de uno se frustró en el pasado por esos amores de estudiantes. Tampoco, quizás, sea suficiente su fama como titular de Boca, de gestor de grandes cambios o de ingeniero que les colocó el Metrobus a los porteños: allí hay otra vida.
Más de uno se frustró en el pasado por esos amores de estudiantes. Tampoco, quizás, sea suficiente su fama como titular de Boca, de gestor de grandes cambios o de ingeniero que les colocó el Metrobus a los porteños: allí hay otra vida.
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