Por Nicolás Lucca
(Relato del Presente)
La Semana de Mayo de 2015 me dejó más agotado que Máximo
luego de pasar por la vereda de enfrente de una obra en construcción. El jueves
Cristina inauguró una buena parte del Centro Cultural Néstor Kirchner. No me
pareció mal el nombre, dado que con la joda de sobrefacturación que hubo, no
podía haber mejor homenaje a la cultura K que ponerle el nombre de su fundador.
Los de C5N cubrían la alfombra roja del subdesarrollo y repetían una y otra vez
las bondades del edificio, además de asegurar que el primer año fue visitado
por 2,5 millones de personas. Todo un éxito. Sobre todo porque todavía faltaba
media hora para que Cristina lo diera por inaugurado.
La consultora Bloomberg coloca a Venezuela y Argentina en el
primer y segundo lugar en las peores proyecciones económicas del mundo. Hasta
en ese mundial salimos subcampeones. Y los muy turros lo hacen unos días
después de que Néstor y Chávez entraran al Salón de los Patriotas
Latinoamericanos. Quince días después, Cristina arma una joda única para tirar
la casa por la ventana. Como quien tiene que dejar la habitación del hotel y
empaca hasta el papel higiénico, el Gobierno no duda en tirar manteca al techo
en el último año de gestión, como lo hizo siempre, sólo que la economía ya no
acompaña desde que entramos en recesión hace un tiempito.
La muestra callejera estaba piola. Había exposiciones de
maquinarias agropecuarias, plantas y animales autóctonos. Me pareció loable que
se gastara parte de mis impuestos en mostrarme qué es un ombú o un pino, dado
que como habitante del Sahara, nunca vi uno. Por otro lado, no me llamó la
atención que la zona con mayor custodia policial fueran los corrales de
corderos, dado que el lugar estaba lleno de jubilados.
Mientras la cana luchaba con un grupo de octogenarios
ganadores de la década para que depusieran su intención de armar un asador a la
cruz con los barrotes del corral, noté que sobre Diagonal Norte habían montado
un coche de tren nuevo y una lomotora a vapor. Mientras me preguntaba en voz
alta si no era darnos de comer a los que jodemos el poner como algo viejo una
locomotora del siglo XIX y como algo futurista un vagón que puede ser tirado
por cualquier locomotora de cualquier siglo, un conocido de otra era se me
apareció de la nada y me increpó con que “mucha queja, pero la electrificación
del Roca está”. Le expliqué que el Roca ya era eléctrico, que sólo compraron
coches nuevos y que el que tenían que electrificar era el ramal a La Plata,
pero se ve que le entró por una oreja, dio tres vueltas carneros, y le salió
por la otra, dado que me recordó que los coches del Sarmiento también están. Me
pintó recordarle que ocurrió después de 51 muertos y que las formaciones
sobresalen de los andenes porque nadie los midió –me ahorré hablarle del
soterramiento para no desmayarlo de un ataque de sinapsis– pero me interrumpió
diciéndome que ahora es experto en ferrocarriles y que no se puede culpar al
Gobierno por una concesión. Fiesta de subsidios, organismo de control y tarifas
congeladas le resultaron conceptos abstractos, tras lo cual se fue por la
tangente y me disparó un sencillo: “No sé, en esa época viajaba para estudiar”.
Se me ocurrió preguntarle qué estudió para ser experto en trenes. “Programación
de Linux” me pareció una respuesta correcta. Después de todo, Floppy Randazzo
es contador y nadie dice nada.
Y así, mientras un jubilado cargaba una oveja al hombro y un
homeless le pedía que no tire el cuero que se viene el frío, regresé a mi hogar
caminando por la calzada de una avenida central del microcentro porteño un
viernes a la tarde, agradeciendo no tener auto.
Mientras en la Plaza de Mayo desfilaron artistas que,
seguramente, tocaron por amor al arte, Cristina se preparaba para el traslado
del Sable Corvo del General San Martín desde el Regimiento de Granaderos a
Caballo hasta el Museo Histórico Nacional, de donde había sido robado dos veces
por la resistencia peronista en la década de los sesentas. También fue
transmitido por cadena nacional, pero Cristina no habló. Aunque usted no lo
crea. Sin embargo, todo lo que tenía para decir al respecto, lo tiró en su mega
discurso del 25 de Mayo, cuando afirmó que “el sable de San Martín finalmente
está donde él quería que esté”, de lo que se desprende que el General,
fallecido en 1850, prefería que el sable volviera al museo creado 1890, en vez
de continuar en el Regimiento por él fundado, a donde fue a parar después de
dos choreos.
Mano en la izquierda, Himno tanguero y Cristina inició su
homenaje al patriótico 25 de Mayo… de 2003. “Hace exactamente doce años, un 25
de Mayo como hoy, en una hermosa mañana de sol, un hombre que había sido ungido
como presidente de la Nación apenas con el 22 por ciento de los votos pronunció
un discurso ante la Asamblea Legislativa y el pueblo de la Nación, que algunos
creyeron que era sólo eso, un discurso: fue un discurso fundacional”. A la
efeméride la podría haber completado con que, en aquel discurso, Néstor
prometió combatir la impunidad, la corrupción, la inseguridad y la inflación,
pero prefirió recordar que el expresidente dijo que no pensaba “dejar sus
convicciones en la puerta de la Casa Rosada”, lo cual, obviamente, resume la
diferencia entre lo prometido y lo realizado.
Con visibles problemas de retorno en el audio, Cristina
pasaba del grito evitista carrasposo a hablar en voz baja, mientras recordaba
que Néstor también prometió que “cambio es el nombre del futuro”. Una que
cumplió, dicen los transas de dólares de calle Florida.
Los minutos pasaban y a la Presi le pareció un abuso
aprovechar el 25 de Mayo para hablar tanto de Néstor. Así fue que empezó a
hablar de ella, al afirmar que no tiene “ninguna cuenta en el exterior que le
puedan descubrir”. Nos cagó. Si decía sólamente que no tenía ninguna cuenta en
el exterior, nos reíamos de lo lindo. Pero al agregar el “que le puedan
descubrir”, nos colocó en una posición de búsqueda del tesoro, un TEG en el que
nos repartimos entre Andorra, Seychelles y cualquier otro país pequeño que no
tenga problemas en recibir guita a raudales con tal de que sobreviva su
economía. Y ahí estaba la empleada pública multimillonaria, terrateniente y
empresaria hotelera exigiendo nuevamente disculpas por sospechar de su
patrimonio.
Luego tiró un palito disfrazado para los dirigentes
sindicales, de quienes espera que “después del 10 de diciembre pongan la misma
fuerza” para reclamar paritarias. Con una inflación interanual del 40% y
paritarias alrededor del 27%, más que exigir, está haciéndole un favor al
próximo gobierno. Porque si la fuerza que pide es que agachen la cabeza y dejen
que les morfen el 13% del poder adquisitivo sin chistar, es un gol de media
cancha para el que venga. Sin embargo, dos días después de que Antonio Caló
afirmara que el 27% de indexación salarial sirve para que no se desmadre la
inflación, Cristina tira que “es mentira que los aumentos salariales repercutan
en la inflación”. Podría predicar con el ejemplo y devolvernos toda la que
perdimos, pero el 25 de Mayo es feriado y no se labura.
Se puso divertido cuando tomó por la autopista mística y
habló de las cruces clavadas en la tierra que su gestión tuvo que levantar, o
cuando hizo una pausa para notificarnos de que ella tiene “mucha fe en Dios”.
Después, los éxitos de siempre: gritar que tenemos el primer satélite
argentino, aunque vayamos por el séptimo; la recuperación de YPF “que tanto
daño le hizo a su provincia cuando la privatizaron”, justo, justito cuando
gobernaba el lobbista de su marido; la conversión de Aerolíneas Argentinas en
una compañía “absolutamente competente” que pierde dos palos gringos al día; y
todos los planes sociales destinados al consumo, más nunca a convertir en
productor al consumidor.
Resultó interesante cuando encaró para el lado de los
Derechos Humanos, al decir que nunca estuvo en agenda, a pesar de que en 2003
el país llevaba diez años pagando las indemnizaciones por los crímenes
cometidos por el terrorismo de Estado. Llamó mucho la atención al gritar que en
1983 la gente no identificó vida y democracia con el Partido Justicialista, y
que dentro del peronismo hubo personas que miraron para otro lado ante los
crímenes de la última Dictadura. Dijo que hay que hacerse cargo pero, como es
costumbre, la que no presentó un puto habeas corpus a lo largo de todo el
gobierno militar, pretendía que se hicieran cargo otros. Porque la Patria es el
otro y el culpable también. Los que la rodeaban se hicieron los boludos y
aplaudieron, incluyendo al vicepresidente Amado Boudou, quien decidió blanquear
su situación y acudió al acto vestido de pibe chorro. Del mismo modo, tampoco
se privó Héctor Timerman de batir sus palmas cuando la Presidenta carajeó
contra los medios de comunicación que “callaron” las atrocidades cometidas por
los militares. Y no tenía por qué hacerse cargo, dado que habló de quienes se
callaron, no de quienes los apoyaron con cada tapa, como el actual Canciller.
Como no tenía nada mejor que hacer, yo seguía escuchando
desde la comodidad de mi escritorio y trataba de digerir frases que, en boca de
cualquier otro, quedarían como bellas expresiones de deseo, pero que viniendo
de ella, daban la impresión de que la bajaron de Marte hace tres días. “No hay
nada más nefasto que la subordinación cultural y, lo que es peor, la
desinformación educativa que no nos permite decidir y elegir cuáles son los
caminos correctos”, tiró la Jefa de un Gobierno que toma examen ideológico
hasta a los aspirantes a entrar al Ministerio Público Fiscal.
Cuando ya llevaba una hora y cuarto quejándose de todos y
todas, sostuvo que ella no se queja, porque tiene sus costos eso de venir a
“cambiar el status quo” de la sociedad. Una sociedad en la que las villas se
multiplicaron por mil, la asistencia social creció a tasas chinas sin que se
noten signos de que se pueda revertir, en la que los más ricos se convirtieron
en asquerosamente más ricos, en la que los empresarios amigos del Estado se
forraron en dinero y en la que el consumo sin ahorro ni producción sigue tatuado
en la frente de la mayoría de los votantes.
Luego de cagarse en la alternancia en el Poder al afirmar
que “los que quieren que cambie todo cada cuatro años, no quieren cambiar nada”
y que “este Modelo debe ser profundizado”, arrancó la etapa inquisitoria de la
Presi, en la que nos llenó de preguntas. “Díganme cómo estaban en 2003″, era
fácil: más jóvenes. Ahora, cuando empezó a pedirnos a los que queremos un
cambio que expliquemos qué queremos cambiar y cómo lo haríamos, no sé si nos
pidió un consejo tardío o nos tomó el pelo.
Parte de la locura tatuada por el kirchnerismo en toda la
dirigencia –incluyendo la oposición– es el concepto de que no podés quejarte,
sino que tenés que sumarte a la política. Sí, incluso en los partidos de
tendencia más liberal tienen ese concepto estúpido más cercano al de facciones
que al de una comunidad organizada. Si todos fuéramos políticos, nadie
produciría un choto. Y, por otro lado, es esa supuesta obligación de
comprometerse políticamente la que explica la proliferación de analfabestias
que abundan hoy. No tengo la obligación de participar en política. Si supiera
cómo se arreglan las cosas, me presentaría a elecciones. No es mi función en la
sociedad ni tampoco mi obligación como ciudadano. Ya bastante tengo con votar
seis veces cada dos años. De mis impuestos salen sus delirios y sus salarios
¿Encima tengo que hacer el trabajo por ellos?
Es más fácil preguntar qué quisiera que cambie. Querría que
no me traten de garca por querer conservar mi poder adquisitivo; que no me
tilden de golpista por decir que la mentira es una mentira y que el afano es un
afano; que no me echen la culpa porque me doy cuenta de que hay tanta gente
durmiendo en la calle como hace doce años; que no me saquen el 60% de mis
ingresos anuales producto de mi laburo para que con el 40% tenga que pagar la
salud que no me dan, la seguridad que brilla por su ausencia y la educación que
nos mandó al tacho en los índices internacionales. O que no me traten de forro
por quejarme de los miles de micros que trajeron para el acto “porque hay gente
que no tiene con qué venir al festejo”. Chicos, si no se pueden pagar un pasaje
de bondi, no tienen mucho que festejar. También quiero que no se metan en mi
casa sin pedirme permiso a contarme lo buenos que son con la nuestra, que no
tengan que explicarme todo para luego exigirme explicaciones de todo.
Básicamente, pretendo que no me rompan las pelotas por vivir mi vida. Y eso
para empezar. Después, una vez que se me respete como ciudadano libre,
discutimos el resto.
Quizá el mayor daño que vaya a quedarnos después de esta
concatenación de cagadas patrias que se autoproclamó como el mejor gobierno
desde la creación del universo, sea el relajo por el futuro. En lo particular,
cualquier cosa que venga es una mejora, lo cual tampoco es sano. Es tanto el
nivel de desconexión con la realidad, de megalomanía, de delirios
fundacionalistas y de chamuyo al que nos ha elevado el kirchnerismo que, si lo
tomamos como un 100%, con que el que venga realice el 90% de las increíbles
locuras kirchneristas, nos parecerá un relajo. Y eso, lamentablemente, no deja
de ser un peligro, un acto de sumisión, la aceptación de que nada nos
diferencia de los borregos que exhibían en el centro.
Martedi. Igual podría ser peor.
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