Por Gabriela Pousa |
Resulta muy triste sentir que todo cuanto acontece en el país ya
ha sido analizado, no una sino varias veces en este mismo espacio. De
algún modo confirma que “a las palabras se las lleva el viento”, y que
toda prédica que no se haga desde un medio masivo de comunicación, es una
prédica en el desierto. O peor aún, confirma la sospecha de una
sociedad a la cual le basta alguna suerte de catarsis para poder seguir sin
inmutarse demasiado frente a las calamidades.
Con excepciones claro, las columnas de los grande diarios están
destinadas a firmas conocidas, prestigiosas muchas, “de moda” otras,
oportunistas algunas. Siempre me pregunto, sin hallar respuesta que satisfaga, ¿qué
hace un Alberto Fernández escribiendo en un matutino de los más importantes? Y
este es apenas un ejemplo. Desde luego, tiene derecho a expresarse libremente
pero el conflicto, que a mí al menos se me presenta, radica en el hecho de leer
clases de ética y moral política por parte de quién ha sido artífice de
prácticas no alineadas precisamente a ese derecho.
Sin duda, estas vacilaciones son “exquisiteces” sin sentido en el marco
de una Argentina donde se han martillado todos los principios. Pero algo me
hace ruido cuando los villanos de antaño son los moralistas del ahora. ¿Será
que quiere dejárselos en evidencia mostrando las contradicciones en las que
incurrieron? ¿Será que ya no interesa cambiar de camiseta, no porque la
reflexión condujo al cambio de opinión sino por mera conveniencia? Todo es
posible, incluso que yo esté radicalmente confundida.
Se me explicó que la irrupción de “arrepentidos” en oferta, apareciendo
en diarios o en televisión sirve porque saben por experiencia lo que
sucede tras bambalinas, y por eso son “palabra autorizada” para descubrir las
trampas de la política. A mí se me ocurre que es casi como llevar a un
homicida porque puede explicar mejor cómo aniquilar a una víctima…
Lástima que encima, cuando el ex jefe de Gabinete escribe o
habla públicamente, no descubre nada sino que niega que durante su paso por
Balcarce 50 hayan existido conductas lindantes con la delincuencia, o él no se
daba cuenta… “Esto con Néstor no pasaba”. Es cierto que los
muertos en esta Argentina, adquieren subrepticiamente, dotes de ejemplaridad y
virtuosismo tan insólitos como delirantes la mayoría de las veces.
Pero regresando a esa sensación de que los acontecimientos vividos en
estos días son materia harto conocida, aquello que preocupa o debiera
preocupar es la reacción social. De golpe, que las agencias de noticias
difundan que el sol ilumina genera un asombro y una revuelta que no se explica.
¿No había ya un sinfín de pruebas y evidencias? A juzgar por las
repercusiones de la noticia, se sabía pero es diferente saberlo porque salta a
la vista, a saberlo porque son los medios quienes se hacen eco.
Esto le otorga al periodismo una credibilidad y responsabilidad
tal, que debería generar una revisión severa de su rol en la sociedad, dado la
trascendencia de lo que generan. No solo informan la novedad sino también le
conceden a la realidad un renovado protagonismo.
Veamos: a esta altura, y teniendo en cuenta el resultado de las
PASO en la ciudad, puede decirse que es de conocimiento generalizado la
ineficiencia de Mariano Recalde como funcionario. Ahora bien, si
luego, una portada o un programa televisivo muestra un video donde se ve al
“camporista” cometiendo desfalco, lo sabido con anterioridad parece regresar
con más fuerza a la zona más activa de la memoria colectiva.
Este engranaje comunicacional que obra como redentor para un país sumido
en el caos que suele provocar el vivir de escándalo en escándalo, es el que usa el
gobierno en su faz inversa: redescubre el pasado modificándolo a fin que el
‘hoy’ resulte mejor. Pero hay otra cara de la moneda. No puede
atribuírsele a los medios la culpa de todos los males así como tampoco la
solución a todos ellos.
¿Qué sucede en una sociedad que sabiendo la trama delictiva que hay
detrás de una organización determinada, igualmente la sigue, y de algún modo
con su silencio la avala? Esta pregunta le cabe a la política, a la industria
del entretenimiento, y al deporte desde luego. ¿Cómo es posible que lo
sucedido con los miembros de la FIFA genere un revuelo de tal magnitud cuando
la mayoría sabía que al fútbol lo manejan mafias? Excepciones habrá. ¿Es tan
necesario para indignarse conocer el monto de lo robado? Y la pregunta más dura
aún: ¿Haremos algo?
“¿Cómo “haremos” si yo no tengo nada que ver con esto?”. Este
interrogante que surge siempre como defensa aunque no haya habido ataque
previo, dice mucho de nosotros y aunque parezca mentira, viene a explicar
también por qué estamos como estamos en materia política. Si acaso mañana nos
desayunamos por el diario que, en el kiosco de al lado de nuestra casa, se
venden productos robados, ¿continuamos comprando ahí como si nada hubiera
pasado?
Si es más cómodo que caminar una cuadra para ir a otro lado, muy
probablemente la respuesta sea “si”. Hay quienes no ven o no quieren ver la
complicidad que esta actitud acarrea. Prima como en muchos otros
aspectos el individualismo ciego, el priorizar mi gusto y conveniencia a
colaborar con el cambio. En otras palabras es algo así como “yo no me meto”,
“sigo en la mía”. Y es ese no meterse, ese seguir en la nuestra lo
que nos está condenando a la ignominia en que vivimos en casi todos los órdenes
de la vida.
Si Cristina Kirchner robó para construir sus hoteles en el sur pero yo
sigo viviendo como quiero, ¿por qué no votar a quién avale eso? Total a mí no
me molesta porque sigo viajando, comprando en cuotas, cambiando el auto, etc.
Además, “todos son lo mismo“. Prédica nefasta que genera el seguir
siendo ratones cazados siempre por el mismo gato. Si se cree que no
hay diferencias, marquemos una nosotros y reaccionemos: ¡Qué nos robe alguien
distinto al menos! Un razonamiento grotesco por cierto pero que sirve para
graficar lo que sucede a muchos argentinos.
Por otra parte, ¿qué exigimos? El silencio aturde tanto como el más
fuerte de los gritos. Hay algo que estamos haciendo mal o hay algo que
directamente no estamos haciendo. Dejemos de lado los medios y todos los
chivos expiatorios que usamos como escudos para no terminar asumiéndonos émulos
de Poncio Pilato.
Vivir en sociedad implica abandonar el egoísmo. Y no parece que haya
voluntad ni ganas de modificar ese estar mirándonos permanentemente el ombligo. Desde luego que no
todos asumen esa conducta individualista pero parece que los “distintos” no son
aún suficientes para revertir la decadencia en que se nos ha sumido.
Para terminar, y como el hoy resulta tan similar al ayer, me
valgo de un párrafo que escribí hace unos tres años ya, para que estas
reflexiones – que no aspiran a ser más que eso -, siembren en el mejor de los
casos inquietudes de donde emerja el indispensable juicio crítico que requiere
el pueblo argentino.
“Una sociedad que se desgarra las vestiduras apenas 48 ó 72 horas
por una seguidilla de crímenes aberrantes (o la aparición de un fiscal muerto)
y cuando llega el fin de semana, no recuerda más nada; una sociedad que saca
las cacerolas (o los paraguas) y sin que cambie un ápice, las guarda… En
definitiva, una sociedad que prioriza el bolsillo antes que la vida, no dista
considerablemente de parecerse a quién encarna el Ejecutivo Nacional. A
engañarse a otra parte. ¿Qué podría hacer un Domingo Sarmiento en la
Argentina actual? Sarmiento existió cuando los argentinos preferían la
civilización a la barbarie; y al progreso se llegaba de mano de la educación,
no de un electrodoméstico”.
La duda sigue apuntando al mismo lado: ¿queremos ser educados o nos
alcanza acaso con el último smartphone del mercado…? Porque el kirchnerismo, en
todas sus formas y derivaciones, es eso lo que en apariencia nada más, no en lo
concreto, nos está ofreciendo.
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