La Presidenta va
rumbo al final de su mandato y a compartir un récord.
La sumisión de Scioli y
los temores de Macri y Massa.
Por Roberto García |
Al completar su mandato, este año, Cristina de
Kirchner habrá alcanzado a Carlos Menem en uno de sus mayores
éxitos. Y no sólo al riojano. Con el mismo disgusto también alcanzará a
Julio Argentino Roca, otro de sus indeseables compañeros en compartir un récord
y un podio exclusivo: son los tres mandatarios de la Argentina que
cumplieron dos mandatos presidenciales.
Los campeones de la
durabilidad, ya que al margen de matices, diferencias y épocas, lo que
unifica al trío es su capacidad para retener el poder en un país donde siempre
imperó la alta volatilidad. Y frente a otros dirigentes que debieron
renunciar antes de tiempo, amputarse o ser amputados del mando.
Este dato, la coincidencia curiosa, podría constituir una anécdota si no
se abriera desde el año próximo un desafío de permanencia para el nuevo
gobierno. Sobre todo si es de un signo distinto al actual. Y si no flotara en
el aire una sensación perversa de que el peronismo o sus retazos otra vez
enloquecerán a su sucesor, impedirán que ejecute los plazos completos que fija
la Constitución. Entonces, se vuelve razonable la consigna “Aprender de
Cristina”, por lo que hizo y por lo que puede hacer.
Ya Daniel Scioli inició
la escuelita: si en algún momento incluyó la palabra “cambio” en su discurso y
leyendas publicitarias, la apartó velozmente de su diccionario y sólo
mantuvo el término “continuidad”. Era incongruente que fueran juntos
esos conceptos, más cuando él proclama su absoluto encuadramiento al
“proyecto”. Por ahora, claro, evita incluir otras osadías de sometimiento, tipo
indestructible, perenne o irreversible, tan caros al paladar oficialista. Tiene
tiempo, faltan unos meses de campaña. Hasta apartó de sus carteles la
identificación naranja –en la escala cromática de la doctora no sería uno de
sus colores preferidos–, mudó al patriótico celeste y blanco y al sugerente, se
supone, epígrafe “Scioli para la victoria”.
No se trataron esas jugadas de lenguaje y color, captadas a medias por
algunos, de una mera táctica electoral para lograr la simpatía y los favores de
Cristina. Aunque nadie debe despreciar esa vocación. También invoca un
criterio conservador, el mensaje “preservemos la duración y la estabilidad” que
la dama aún representa; y que se manifiesta en el voto cuota, en los
precios que dicen controlarse, en la presunta holgura de los más pobres por los
subsidios concedidos y en que “nunca hubo tanta gente que ganó tanta plata”,
como gusta decir Cristina. Apunta, además, a consolidarse en esa propaganda
popular, al mantenimiento y al dominio de una estructura de poder que encarna
el kirchnerismo, sea en el orden legislativo, provincial –especialmente en el
distrito bonaerense–, judicial, social, económico y hasta militar. Un volumen
de poder que los rivales admiran.
Basta otro agregado: aparte de ganadores y perdedores, las encuestas
señalan que la estela de este gobierno no se perderá ni aun perdiendo. Scioli
pretende, en consecuencia, heredar esa plataforma perpetua, la máquina
partidaria ya establecida, la devoción pública al poder divino aunque
se limite en su propia dimensión personal: más que encabezar ese aparato
político hegemónico, se presenta como un instrumento del mismo, como un rehén
que eligió ese destino. Piensa que sin Ella no puede ganar y que sin Ella no
podrá gobernar.
Ese ejercicio de sumisión no se aplica a los otros dos candidatos más
conspicuos, Sergio Massa y Mauricio Macri, quienes tal vez
logren vencer en la elección general por exhibirse contra Ella, pero admiten lo
titánico que será en el futuro gobernar contra Ella.
En el límite. Al revés de Scioli, la durabilidad próxima en el cargo no pasa por el
riesgo personal de ser borrado de un plumazo por el antojo de la jefatura, sino
por las fronteras institucionales que están en la superficie: deberán adaptar
su gestión a la tutela opositora y exigente de una veintena de senadores, entre
sesenta y setenta diputados, más una determinante provincia de Buenos Aires
adversa. Sin mencionar, claro, el sedimento residual que el cristinismo
generosamente ha desplegado y despliega en todo el sector público, en casi
todas las áreas. Gran parte de esa “okupación” explica que en pocos
meses Cristina iguale a Menem y a Roca.
“No se podrá gobernar, el próximo presidente estará a tiro del juicio
político, nos van a desestabilizar todos los días”, lloriquean pesimistas
asesores de ambos aspirantes. Temen por sus planes de los primeros cien
días, por la limpieza obligada de las minas que deja el Gobierno y, en
confesión de aportes históricos, recuerdan la penosa debilidad
institucional que deparó un gobierno nacional de una marca (Alianza) y otro de
marca peronista en el ámbito bonaerense.
Al menos, todas las partes ya tienen antecedentes, ninguna podrá alegar
ignorancia ante un eventual fracaso de esa durabilidad tan deseada. Aunque
todavía no sepan lo que corresponde hacer.
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