A través de la
cadena nacional, Cristina Kirchner vuelve a apelar más
a los consumidores que a
los ciudadanos. Máximo déjà-vu.
Por Beatriz Sarlo |
El afiche “Máximo al
gobierno / Cristina al poder” y la cadena nacional de la
Presidenta fueron las novedades de esta semana.No es posible disminuir la
importancia del afiche, como habría sido equivocado tomar en solfa el
deseo que Diana Conti expresó con la lúcida frase “Cristina eterna”.
La cadena
nacional del martes pasado debería haberse titulado: “Palabras
de Nuestra Señora de la Argenta”.
La Presidenta es una tenaz practicante del
consumo de objetos y por eso sabe de qué está hablando. Un populista más
tradicional habría subrayado “bienestar” y “derechos para todos”. Cristina, en
cambio, dice “pararse frente a una vidriera”. Perfectamente a tono con la
época, su discurso no se dirige a ciudadanos cuyos derechos se amplían
sino a potenciales compradores de mercancías, cuyo voto ella necesita fidelizar (los
términos de mercadotecnia corren por cuenta de la ideología del discurso
presidencial). Por eso, durante un largo segmento de la última cadena nacional
habló como la promotora de una tarjeta de compras.
Cristina, maniática
coleccionista de joyas según últimas denuncias, se comportó de
acuerdo con su sensibilidad.
Es una puesta al día del discurso populista. La “gente”, que mencionan
otros políticos, valora la identidad de consumidora y tiene motivos de sobra
para no aceptar la exclusión, cuando comprueba que muchos otros están incluidos
en el mercado, para empezar los amigos de la Presidenta (y no sólo los dueños
de diarios a los que ella insulta).
En el pasado, el discurso populista interpelaba al pueblo bajo diversos
nombres: los clásicos vocativos argentinos fueron “descamisados” o
“trabajadores”. Cristina demuestra la obsolescencia de ese lenguaje. Interpela
sin eufemismos a consumidores reales, potenciales o imaginarios. A la
república de la “gente” le contrapone el régimen de los consumidores y ella se
constituye en Nuestra Señora de la Argenta. Los excluidos de ese reino
del consumo no figuran en los discursos, por motivos que ya explicó Kicillof.
Providencia. Es incuestionable el derecho a una jubilación por parte de quienes no
pudieron probar treinta años de aportes en un país habituado a la irregularidad
laboral. Sólo los muy reaccionarios pueden oponerse. Pero la cuestión no es
ésta, sino el carácter providencial que la Presidenta atribuye a su acción
de gobierno junto con la amenaza de que todo va a caer si ganan
“los otros”. En un plano imaginario, Nuestra Señora transfiere al modelo
consumidor a esos cientos de miles de jubilados que siguen siendo, en el mejor
de los casos, humildes consumidores, si se juzgan los haberes que reciben con
los que deberán pagar sus cuotas de los bienes adquiridos con la Argenta.
Esta puede ser una solución si no se encuentra otra mejor. Pero más vale
no celebrarla como una política social progresista. Es simplemente una
política mercado-internista, un rasgo que posiblemente sea el más estable de
los que caracterizan al gobierno de Cristina Kirchner: mercado interno más
un discurso industrialista que no coincide con los fríos y renuentes números de
las inversiones.
Vencido. O sea que el Proyecto Kámpora es una especie de desarrollismo pasado
de fecha, en lugar de la refulgente innovación que expone la Presidenta. Puede
irse tranquila en este aspecto: ni la derecha más mercadocrática le quitará la
jubilación no contributiva a nadie. Su monto no alcanza a cubrir lo que el
defensor de la tercera edad Eugenio Semino estima como el costo de una canasta
de bienes y servicios para un jubilado: en noviembre pasado, 6.720
pesos, es decir casi el doble de una jubilación mínima de 3.821 pesos en bruto (no
queda mucho resto para mirar vidrieras y comprar alguna menudencia).
Para mantener ese capítulo del Proyecto no es necesario el autoritarismo
presidencial, ni las cadenas nacionales, ni el discurso prepotente ni el
hiperpersonalismo envilecido. Pero sería bueno, en cambio, que la Presidenta
explicara el aumento de
su patrimonio, que le permite mirar vidrieras sin angustia, y la
oscura sociedad de su hijo con Lázaro Báez. Su audiencia, además de agradecerle
la extensión de derechos, estaría en condiciones de reclamar sobre las cuentas
poco claras de quien se los concede.
En una típica denegación, Cristina
Kirchner también afirmó que ojalá no le tocara volver a la
Rosada en 2019. Cualquiera podría leer la frase suprimiendo el adverbio
negativo. El afiche mencionado al comienzo proclama: “Máximo al gobierno /
Cristina al poder”. Lo que olvida es el carácter fúnebre que tuvo esa
consigna, cuando fue “Cámpora al gobierno / Perón al poder”. A los 49
días de asumir, Cámpora se vio obligado a renunciar; lo sucedió Raúl Lastiri,
yerno de López Rega, como presidente provisional; se llamó a nuevas elecciones,
que ganó Perón acompañado por Isabel en la vicepresidencia. Meses después Perón
murió y la Argentina empezó a recorrer un camino que terminó en el golpe de
1976.
Edgardo Depetri, uno de los que imaginaron el afiche, debería tomar un
tónico para la memoria, ya que es lo bastante grandecito como para saber estas
cosas y no evocarlas como himno triunfal, porque son combustible para
una aventura destructiva. Además, y por si alguien lo olvidó, la
Constitución prohíbe que se ocupe por tercera vez la Presidencia si no ha
transcurrido “un período”. Un “período” son cuatro años. Es deseable que a
ningún luchador del Proyecto y paladín de la obsecuencia se le ocurra
confundirse, imaginar una renuncia como la de Cámpora y entronizar nuevamente a
Nuestra Señora.
© Perfil
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