Por Claudio Fantini
Al país lo sobrevuela una aterradora escena del siglo IX: El
siniestro sínodo en el que el cadáver de un pontífice es desenterrado, juzgado
y condenado por orden del Papa Esteban VI.
El linchamiento post-mortem de Alberto Nisman tiene algo de
aquel proceso inverosímil. Argentina entró a la dimensión del absurdo desde que
empezó el ensañamiento con el cadáver del fiscal.
Es absurda Buenos Aires empapelada con una imagen propia de
revista de frivolidades, pero insuficiente para una campaña de difamación.
Mostrarlo flanqueado por chicas “fashion” en un cumpleaños con cotillón y algún
juguete subido de tono, no exhibe ninguna perversión aborrecible.
Si eso es todo lo que pudieron conseguir para mostrarlo como
un pervertido, la verdad es que debieron quedar más en ridículo los difamadores
que el difamado.
La foto convertida en
afiche no es para nada comparable a las del intendente de la localidad salteña
de El Bordo en una fiesta con menores en ropa interior. Esas imágenes
exhiben una conducta execrable y un posible delito. También muestra un delito
el video de Oyarbide con un musculoso stripper en un prostíbulo gay, porque ese
juez kirchnerista tenía la obligación de clausurar los prostíbulos.
En cambio, puede haber frivolidad pero no hay delito ni
conducta execrable en la foto que empapeló Buenos Aires. “¿Todos somos
Nisman?”, es la pregunta inscripta en el afiche. Pero la verdadera pregunta es
¿quién pagó semejante campaña de desprestigio? ¿es posible pensar que los
cuantiosos fondos no salieron del Estado o de bolsillos engordados por el
Estado?
Que la presidenta y ninguno de sus voceros hayan repudiado
la difamación que forró miles de paredes porteñas, hecha una sombra oscura
sobre el gobierno y el oficialismo. Esa sombra crece cada vez que Aníbal
Fernández insulta al muerto por acusaciones de las que no puede defenderse.
Cuando la oposición pide que el vicepresidente Boudou se
tome una licencia por las imputaciones y procesamientos que tiene, tanto el
jefe de Gabinete como las demás voces del oficialismo explican que nadie debe
ser tratado como culpable hasta que tal culpabilidad haya sido demostrada por
la justicia.
Es cierto, pero, en abierta contradicción con ellos mismos,
tanto Aníbal Fernández como los demás “soldados de Cristina”, actúan como si lo
dicho por el turbio Diego Lagomarsino sobre la presunta apropiación de la mitad
de su sueldo que hacía Nisman, equivaliera a un fallo de la Corte Suprema.
Para el fiscal muerto no vale la premisa de que nadie puede
ser culpable antes de que lo demuestre la justicia. A él lo hacen culpable por
la simple afirmación de una persona, para colmo sospechada por la misteriosa
muerte del magistrado.
Puede no estar claro el comportamiento de Nisman en varios
aspectos, pero lo que sí está claro es lo que significa el ensañamiento con un
muerto. Sin saberse cómo murió y sin que se haya investigado la denuncia que
hacía contra la presidenta y el canciller Héctor Timerman, lo único que muestra
el linchamiento post-mortem es algo muy oscuro y viscoso en el kirchnerismo.
Muchos capítulos de la historia muestran esa tiniebla y esa
viscosidad. El más paradigmático es el de la restauración de los Estuardo,
cuando Carlos II hace desenterrar a Oliver Cromwell para decapitarlo y exhibir,
durante meses, la cabeza del “Lord Protector” en una plaza de Londres.
Sólo un rencor oscuro y viscoso pudo llevar al restaurador
de la dinastía escocesa a vengarse del dictador republicano, castigándolo
después de muerto.
Hubo otros personajes históricos que mostraron ese mórbido
rencor. Por caso Muley Arraxid, quien al reconquistar posesiones en Marruecos
en el siglo XVII, hizo desenterrar al Muley Abdelquerim para quemar su cadáver
en una plaza atestada de aldeanos dispuestos a presenciar ese acto tan
espantoso.
Sean o no parte del aparato político manejado por Cristina
Fernández, los kirchneristas que guardan silencio mientras contemplan el
ensañamiento del oficialismo con el fiscal muerto; o peor aún, participan como
eco de la difamación, en algo se asemejan a los súbditos de Carlos II que
escupían la cabeza de Cromwell, y a los marroquíes que miraban arder el cuerpo
de Abdelquerim.
También a los cardenales y obispos que estuvieron en la
basílica constantiniana, cuando bajo su bóveda se realizó el juicio al
fallecido Papa Formoso y, por orden de Esteban VI, su cuerpo fue exhumado en
avanzada putrefacción, vestido con los atuendos pontificios y sentado en el
trono de Pedro, para ser juzgado y sentenciado a la amputación de los tres
dedos con que se realiza la bendición sacerdotal.
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