Por Gabriela Pousa |
Admito: el título de esta nota es un plagio a
Bernard Shaw. Lo demás es responsabilidad propia.
“La suerte está echada”. Comienzan las
elecciones primarias aunque pocos saben a ciencia cierta de qué tratan. El
argentino promedio está ocupado en otros menesteres no tan sofisticados. Pese
al deseo de poner coto a la administración fraudulenta que encabeza la
Presidente, no hay en la calle un clima electoral consolidado.
Quizás esto explica los datos de un reciente
sondeo, donde solo un 18% del total de entrevistados manifiesta estar interesado
por la política, un 30% sostiene que “algo” le interesa, y del resto podrán
imaginar la respuesta. No asombra es cierto, sino nunca hubiésemos llegado
a esto.
Pero no es necesario siquiera apelar a encuestas
ajenas. Cualquiera puede comprobarlo si osa preguntar, al primero que tenga a
mano, de qué trata el Memorándum con Irán, o qué se negoció con los chinos, o
las implicancias de pertenecer al G20, por ejemplo… Y es que estamos
sumidos en una cultura del “qué me importa” que flaco favor hace a la
conquista de una verdadera democracia.
Tal vez la enfática prédica que, el
argentino políticamente correcto, hace de lo democrático, elevando el dedo
acusador ante un mínimo atisbo de autoridad (como si no hubiera autoridades en
el régimen del pueblo soberano), se trate solamente de un relato.
Así como el oficialismo decidió escribir su propia
historia, es posible que también lo hayamos hecho los ciudadanos. En ese caso, el
énfasis en la democracia es parte de la trama, y no un auténtico deseo o
sentimiento de vivir bajo un sistema donde el gobierno ejerce la soberanía que
la gente le ha confiado. Nadie se atrevería a hacer un estudio de
opinión donde el interrogante sea: “¿Desea usted vivir en democracia con
las implicancias lógicas que ello conlleva?”
Posiblemente, el porcentaje mayor de respuestas se
hallen en la opción “No Sabe/No Contesta“. No hay cabal
conciencia en la sociedad de ser ella soberana. Se lo acepta como un
derecho, en lugar de entender que trae aparejado inexorablemente un deber: el
deber de ser ciudadano.
Aquí y ahora somos meros habitantes de una
geografía regalada a diferentes administraciones, que hicieron y hacen con ella
lo que en gana les venga. Es como si fuésemos de esos inquilinos que no
se preocupan por mantener la casa en orden porque no son propietarios.
Así vivimos los argentinos: en un constante y
perpetuo inquilinato. Cada cuatro años nos ofrecen la escritura para
adueñarnos de la propiedad, pero la desestimamos o ni importancia le damos. Si
todo se viene abajo es más fácil mudarse que hacerse cargo.
Paradójicamente, esa actitud es compartida por
quienes creen ser muy diferentes: las masas y los dirigentes. Se
critica aquello que se imita. Por eso, hasta no comprender la esencial
diferencia entre el compromiso cívico y el “estar de paso”, nada cambiará
aunque cambiemos de jefe de Estado.
Pero vayamos al fondo del problema: ¿por qué la
política no interesa? Lamentablemente hay razones que pesan. Nada
es fortuito ni azaroso aunque Cristina haya dicho, en plena Cumbre de las
Américas, que Estados Unidos llegó a ser potencia por la suerte que
tuvieran.
Alguien debió haberle explicado que una
potencia no se construye con suerte apenas. Hay gestión, hay conciencia, hay
castigos y recompensas, hay normas, reglas, y sobretodo hay tantos derechos
como deberes para todos, sin diferencias. Si no se cumple con estos últimos,
los primeros se anulan. Nuestra representante no está dejándonos muy
bien que digamos, pero, antes o después, “el pez por la boca muere“.
La desatención del deber ciudadano, la apatía que
genera el quehacer político en general, y las PASO en particular tiene raíces
profundas, algunas de las cuales son comprensibles si se observa qué
ha pasado después de los comicios librados en los últimos años: nada ha cambiado.
Con victoria oficialista o con victoria opositora,
la agenda ha quedado siempre en manos de la Jefe de Estado. La
mefistotélica habilidad política del kirchnerismo siguió su curso sin inmutarse
frente a sucesivos fracasos que ellos mismos han propiciado.
A su vez, la oposición ha estado en todo
momento, atrás de la iniciativa oficialista. Los “desayunaron” un
sinfín de veces, y el aparato comunicacional supo aggiornar el escenario
según la coyuntura que se debía atravesar.
Así, las elecciones primarias, abiertas,
simultáneas y obligatorias que comenzaron hoy en la provincia de Salta pueden
ser consideradas desde diferentes ópticas. Lo “políticamente
correcto” es decir que forman parte de “la fiesta de la democracia” aunque en
estos pagos, hace tiempo que la democracia no festeja nada.
Además, hay ocasiones como la salteña en que las
internas no son más que una suerte de encuesta. No hay competencia. Cada
partido o fuerza política postula un candidato. Es decir que los mismos
que se postularon el domingo 12 de abril, han de ser los que se presenten – si
no hay bajas voluntarias -, el próximo 17 de mayo cuando se elija gobernador en
la provincia. Los festejos oficialistas, en estas circunstancias, han sido
desmesurados.
En Argentina contemporánea hay más
simulacro que verdades, más parodias que realidades. Todo son puestas en
escena, maquillaje, caretas. Basta observar el raiting que tuvo el programa deMirtha
Legrand, el sábado a la noche con motivo de la presencia de la jueza
Arroyo Salgado.
En un estudio de TV se esperaba escuchar alguna
pista concreta, un dato certero de cómo murió el fiscal Alberto Nisman, y de
qué sucede con su denuncia contra Cristina Kirchner. Durante más de una hora,
la mesa de Mirtha fue nuestro Palacio de Justicia. Es redundante decir
que eso sucede porque, en los tribunales, más que administrar justicia, se
están negociando causas, apretando jueces y fiscales, desapareciendo
expedientes, en síntesis: pactando impunidades.
Las generalizaciones son odiosas, no todos
obran de la misma forma, pero hay indicios de un acuerdo entre el
Poder Ejecutivo y algunos jueces federales. Hay una única
comparación válida de Argentina con Dinamarca, y no es precisamente la
que hiciera la Presidente, al referirse al pago de impuestos y ganancias. La
similitud está en que también acá, algo huele mal.
Si esto fuese cierto, las esperanzas de retomar el
cauce de una sociedad donde no todo de igual, donde existan premios y
castigos se esfuma como un castillo de naipes en la orilla del mar. Si bien es dañina
para el futuro, es entendible en este contexto, la abulia de la gente. ¿Cómo
no serlo, si en un par de semanas se producen incendios en 5 edificios públicos
y nadie explica nada?
Para mal de males, la Corte está en la mira
de la mandataria. La treta de querer sumar a Roberto Carlés en ella,
esconde objetivos peligrosos y graves. Están pensando en la
posibilidad de convocar a conjueces adeptos al modelo para completar
vacantes. Un desliz de quien debe prestar atención a lo que allí pasa
puede devenir en un máximo tribunal, garante de impunidad para el gobierno que
se va.
La calle está en otra como se dice vulgarmente. La
oposición contando votos e instrumentando sus campañas. Nadie parece
estar atendiendo asuntos que no son nimios aunque se disfracen como tales. Después,
después será tarde.
¡Qué poco espacio queda para la esperanza! Están
pasando cosas raras… Y con esta conducta de desdén, nada hace ver que la
normalidad esté cerca de ser recobrada.
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