Homenaje de
Agensur.info a todos los docentes de Salta,
por sus luchas, por
sus continuas e infatigables luchas.
Una de las fotos emblemáticas de la Noche de las Tizas, tomada por el fotógrafo salteño Alejandro Jesús Ahuerma. |
Fue hace diez años. Comenzó en la tarde de ese 1 de abril de
2005. Los docentes (la mayoría mujeres) descansaban en la plaza 9 de Julio. “Un
acampe”, dijeron, horrorizados, directores de radios oficialistas de entonces y
algunos semanarios “progres” que terminaron expulsando a algunos de sus
periodistas críticos por catalogar de “nazi” a la ministra de Educación luego
de esa jornada.
Este primer día de abril de 2015, mostró la ironía de la
vida. O del destino, dirán algunos. Los directores de esas mismas radios
oficialistas de entonces, son oficialistas de ahora y levantan como insignia y
ejemplo de “lucha social” a las manifestaciones docentes a las que una década
atrás repudiaban.
Pero son minúsculos sus esfuerzos por aparecer serios. Fueron
cómplices de la represión a la que fogonearon desde sus tribunas radiales. El
dispendio de las pautas oficiales les llenaron los bolsillos y a los semanarios
“progres” los siguieron bancando ministros y alcahuetes. De antes y de ahora. Aunque
esos escribas de semanaroides pretendan aparecer hoy como bravíos opinadores de
la revolución.
Esa tarde de 2005, la policía de Juan Carlos Romero (con un
vice que oficia de bailarín y ridículo), la emprendió contra las maestras que
estaba en la plaza, algunas con sus hijos menores que las acompañaron en la
larga marcha de esa jornada. Que había seguido a otras jornadas de
manifestaciones y reivindicaciones. Lo de siempre…
De pronto, gases por las cuatro cuadras de la plaza. Espanto
y huida de las maestras. Confiterías que cerraban sus puertas mientras la
guardia de Mitre 23 las abría para recibir a los primeros detenidos.
Periodistas y camarógrafos golpeados y empujados por la bravuconada de las
Itakas y los palos de la Infantería.
Sangre en los rostros y en los guardapolvos de las maestras.
Lágrimas, desesperación. “¡Paren esto…!”. El grito de otros transeúntes que se
tapaban el rostro por los gases o por el horror, vaya a saber. La mueca
monstruosa de los policías. Cebados. Ensañados. Y más rostros ensangrentados.
Golpes en las costillas. Empujones. Patadas inmisericordes.
Políticos (pocos), abogados (más pocos), detenidos en Mitre
23. Maestras inermes. Policías armados como si de un combate contra
delincuentes mafiosos se tratara. La noche en pleno. Los balazos también. Un
diputado nacional que supo responder a Romero había dicho que él no iba a
mediar en el conflicto que ya llevaba varios días. Era de apellido Urtubey e iba
“por más”. Por la Gobernación, decían entonces.
Los docentes, desprotegidos, sin ningún auxilio institucional.
Los pocos que osaron ayudarlos quedaron detenidos. La policía se hizo un festín
de ferocidad y salvajismo.
Varias horas después, cuando la represión menguó, no por la
aparición de ninguna llama de sabiduría ni de amor sobre los ejecutores de la
vergüenza, sino por no haber más cuerpos que estragar, la niebla de los gases
se dispersó. Mientras, la guardia de Mitre 23, la Jefatura de Policía y la
Comisaría Primera, se llenaban de maestras golpeadas. El hospital también…
A un costado de la vereda, cerca de donde confluyen las
calles España y Mitre (en una de las esquinas de mayor brutalidad policial),
quedó un pedazo de tiza amarilla, apenas un pedazo casi astillado, se diría,
por la pisada infame de un borceguí policial…
En el púlpito oficial, en tanto, sigue el olvido.
En el púlpito oficial, en tanto, sigue el olvido.
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