El rumbo elegido por
CFK en temas internacionales coloca a la Argentina
bajo la lupa de varias
potencias mundiales.
Por James Neilson |
Se han ido para siempre aquellos días felices, de hace ya
casi noventa años, en que un secretario de Estado norteamericano pudo cerrar la
oficina de criptoanálisis del gobierno porque, aseguraba, “los caballeros no
leen la correspondencia de otros”.
Tal vez aún haya algunos señores chapados a la antigua, personas tan rectas como el presidenciable semioficialista Daniel Scioli, que a pesar de todo cuanto ha ocurrido desde 1929 comparten el punto de vista severo de Henry Stimson, y que por lo tanto se sintieron sumamente indignados al enterarse de que, según el ex agente de la Agencia de Seguridad Nacional estadounidense más famoso, Edward Snowden, los británicos se habían acostumbrado a espiar a dirigentes políticos y militares argentinos, pero la mayoría de sus congéneres del mundillo político local se resignó hace tiempo a que, en los pecaminosos tiempos que nos han tocado vivir, todos espían a todos.
Lo más sorprendente de la revelación del norteamericano que
es huésped en Rusia del aliado estratégico de Cristina, Vladimir Putin, no es
que los servicios de inteligencia del Reino Unido hayan querido mantenerse al
tanto de las actividades de quienes podrían provocarles dolores de cabeza, sino
que según parece den por descontado que la Argentina es parte de un eje del mal
con el Irán de los ayatolás incendiarios que se afirman resueltos a borrar
Israel de la faz de la Tierra y, antes de la caída del dictador el Gadafi,
Libia, un país actualmente sumido en el caos más absoluto. Si bien, merced a la
denuncia que formuló el fiscal Alberto Nisman poco antes de morir con una bala
en la sien, ya se sabía que los kirchneristas intentaban congraciarse con los
iraníes, a pocos se les habían ocurrido dar tanta importancia al asunto.
Sería reconfortante creer que solo ha sido cuestión de la
paranoia de los sabuesos británicos, pero puesto que comparten mucha
información con sus “primos” norteamericanos, no cabe duda de que el
acercamiento de la Argentina a Irán es motivo de mucha inquietud en Washington
también. Aunque acaba de firmarse en Suiza un preacuerdo poco convincente –se
informa que las versiones escritas en inglés, farsi y otros idiomas son
llamativamente distintas– según el que Teherán frenaría por un rato su programa
nuclear a cambio del levantamiento de algunas sanciones económicas, Estados
Unidos y sus aliados europeos temen que los revolucionarios islámicos estén por
redoblar su ofensiva contra el Occidente, razón por la que, entre otras cosas,
están procurando crear bases operativas en América latina con la ayuda de los
chavistas venezolanos y sus amigos. No se trataría necesariamente de bases
militares convencionales con misiles provistos de cabezas nucleares como
algunos dicen sospechar, sino de centros de entrenamiento para terroristas.
Los británicos coincidirán con Cristina en que por ahora la
Argentina “no es un peligro en términos militares” para ellos. Al fin y al
cabo, saben muy bien que los kirchneristas han privado a las fuerzas armadas de
los medios necesarios para trasladarse a las islas irredentas. Así y todo, lo
mismo que los norteamericanos y otros, entienden que si el país presta su
territorio a sus “aliados estratégicos” como China, Rusia y, quizás, Irán, sí
podría serles peligroso. No es cuestión de una fantasía belicista. Además de
anexar Crimea y tratar de apoderarse por la fuerza de las zonas orientales de
Ucrania en que buena parte de la población es de origen ruso, Putin está
tanteando las defensas occidentales, enviando aviones de guerra hasta las
costas de las Islas Británicas.
Sería perfectamente lógico, pues, que el impetuoso
ajedrecista ruso intentara asustar al gobierno del Reino Unido insinuando que
podría participar de un operativo argentino relámpago contra las Malvinas.
Parecería que lo ha conseguido. Para el primer ministro David Cameron, reforzar
las fuerzas ubicadas en las islas no tendrá ninguna repercusión electoral
–obsesión esta de Cristina–, pero podría contribuir a limitar el riesgo de que
en el futuro surjan malentendidos costosos; de no haber sido por la voluntad
evidente del gobierno de Margaret Thatcher de ahorrar plata reduciendo el
tamaño de la Armada Real, el general Leopoldo Fortunato Galtieri y compañía
hubieran pensado dos veces antes de poner en marcha la malograda Operación
Rosario. Como decían los romanos, si vis pacem, para bellum, o sea, si quieres
paz, prepárate para la guerra.
Lo entiendan o no los muchachos y muchachas de La Cámpora y
otros luchadores sociales que quieren encargarse de los servicios de
inteligencia y por lo tanto de la seguridad nacional, los peligros que les
aguarden en su trabajo no se limitarán a los planteados por los odiosos
oligarcas, neoliberales y periodistas a sueldo de los monopolios. Gracias a
Cristina, la Argentina cumplirá un papel acaso pasivo pero no por eso
insignificante en los conflictos geopolíticos que en los años venideros se
harán cada vez más sanguinarios.
Al aproximarse el Gobierno a la despiadada teocracia chiíta
de Irán, la Argentina ya se ha puesto en la mira de las potencias sunnitas,
mayormente árabes, que están luchando contra el enemigo ancestral persa en
Yemen, Siria e Irak. La posibilidad de que la “estación espacial lunar” china
que está construyéndose en Neuquén resulte ser una base militar, ha brindado a
los estrategas norteamericanos más motivos para sospechar que, una vez más, un
gobierno peronista argentino ha decidido solidarizarse con un rival. Aunque
Rusia sigue siendo una potencia militar de cuidado, los occidentales se sienten
más preocupados por la expansión al parecer inexorable de China que por las
aspiraciones neozaristas de Putin, ya que a esta altura la economía rusa,
dependiente como es del precio internacional del petróleo y el gas, parece aún
más precaria que la argentina.
El orden internacional existente es en buena medida producto
de la superioridad manifiesta de Estados Unidos en virtualmente todos los
ámbitos: el militar, el económico, el científico y, algunos enclaves elitistas
aparte, el cultural. Sin embargo, por razones internas políticas y, hasta
cierto punto, psicológicas, para desconcierto de quienes habían confiado en el
poder norteamericano, el “imperio” está replegándose. Lo que para los hartos de
la hegemonía yanqui puede parecer una muy buena noticia, no lo es para el
sinnúmero de víctimas de las luchas a menudo caóticas que ya han comenzado para
llenar el vacío dejado por la superpotencia en retirada.
Como nos recuerdan día tras día las atrocidades perpetradas
por los guerreros santos de distintas sectas que pululan en el Oriente Medio,
África del Norte y muchas ciudades europeas, un orden defectuoso, como el
garantizado hasta hace poco por la supremacía norteamericana, puede ser
incomparablemente mejor que el desorden. La sensación de que Estados Unidos, y
ni hablar de los países europeos más importantes, se han debilitado tanto que
ni siquiera están en condiciones de defenderse contra sus enemigos, está en la raíz
del tsunami de violencia sádica que se ha abatido sobre muchas partes del
mundo.
Frente al panorama ominoso así supuesto, a la Argentina no
le conviene repetir los mismos errores estratégicos que en el pasado cuando,
más por hostilidad hacia el Imperio Británico y su sucesor, Estados Unidos, que
por amor a la Alemania nazi, adoptó una postura llamativamente ambigua durante
la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, por motivos que en el fondo son
parecidos, los kirchneristas decidieron hacer de Estados Unidos el símbolo
máximo del mal planetario y de continuar agitando el tema malvinense, de tal
modo alejando la posibilidad de que haya un arreglo amistoso y por tanto
definitivo al conflicto con el Reino Unido. En vista de lo que está sucediendo,
y lo que con toda probabilidad suceda en el futuro cercano, vincularse con
Venezuela, Rusia, Irán y vaya a saber cuáles otros países díscolos –¿Corea del
Norte?– no puede considerarse una buena idea. Con suerte, Washington pasará por
alto las excentricidades de quienes toman la agresividad antinorteamericana por
una forma de subrayar el orgullo nacional, pero de estallar conflictos en gran
escala podría asumir una actitud menos amable.
Mal que nos pese, los países más poderosos y
tecnológicamente más avanzados continuarán acumulando información que podría
resultarles útil. Dadas las circunstancias, no les queda más alternativa que la
de procurar averiguar en qué andan aquellas personas que no los quieren, ya que
en cualquier momento podrían ocasionarles muchísimo daño. Por lo demás, debido
al progreso asombroso de la informática combinado con grandes movimientos
migratorios, las fronteras internacionales importan mucho menos de lo que antes
era el caso. Un agente de los servicios de inteligencia argentinos podría conseguir
información acerca de atentados mortíferos a punto de cometerse en un lugar a
miles de kilómetros de distancia, lo que, de pactar los kirchneristas con los
islamistas chiítas, dejaría de ser una eventualidad apenas concebible para
convertirse en una posibilidad real.
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