"A los jóvenes
les debo la verdad"
Para el pensador Fernando Savater "el mundo está lleno de genios; hacen falta maestros..." |
Por Gabriel Arnaiz
No hay prácticamente ninguna cuestión pública importante
sobre la que Fernando Savater no haya intervenido durante estos últimos 30 años
(desde los nacionalismos periféricos hasta la defensa del castellano, pasando
por el terrorismo de ETA o las corridas de toros) ni ningún género que no haya
practicado (el ensayo, el artículo periodístico, la novela, el cuento…).
Autor
prolífico donde los haya, ha recibido numerosos premios por su obra ensayística
(entre otros, el Nacional de Ensayo) y de ficción (como el Planeta), y también
por su defensa de los derechos humanos, como el Premio Sajarov, por su
vinculación con el movimiento cívico ¡Basta ya! –recordemos que ha tenido que
salir de casa acompañado por dos escoltas durante casi 15 años por su frontal
rechazo de la violencia terrorista–. Ha luchado siempre contra todo tipo de
sectarismo, por eso sus posiciones han sido muchas veces mal recibidas por
tirios y troyanos, lo que le han granjeado enemistades en ambos bandos, pero
justo por eso desde hace tiempo hizo suyo el lema de Bernanos: “Nunca nos
cansaremos de escandalizar a los imbéciles”. Y es que, como él muy bien dice,
“despertar cierta animadversión de cierta gente es obtener el único galardón
sincero a que puede aspirar uno cuando se manifiesta públicamente en
determinadas ocasiones”. Desde posiciones cercanas al anarquismo (en sus
inicios estuvo influido por García Calvo) ha ido evolucionando –algunos
pensarán que más bien ha degenerado– hacia posturas cada vez más
socialdemócratas, hasta el punto de que ha llegado a escribir que ha sido “un
izquierdista sin crueldad que aspira ahora a convertirse en un conservador sin
vileza”. Como su último libro está basado en varias conversaciones que mantuvo
con grupos de estudiantes de bachillerato, decidimos que podría ser una buena
idea convertir la entrevista en una actividad pedagógica y realizarla durante
la hora de una clase de filosofía, la mía.
-Fernando Savater es filósofo, profesor,
lector, ensayista, novelista, aficionado a los caballos… ¿Cuál de estas
categorías crees que te define mejor?
-No renuncio a ninguna, pero si tengo que jerarquizarlas
diría que, ante todo, soy lector. La lectura ha sido el placer y la pasión de
mi vida, y a partir de ahí todo lo que he hecho ha sido un poco por fidelidad a
lo que me causa placer, es decir, a la lectura. Cuando yo fui a la universidad
me hubiera gustado cursar la carrera de literatura, para la que me sentía más
preparado (aún hoy leo mucha más literatura que filosofía), pero en aquel
momento no existían carreras como literatura comparada, solo había filología,
que se basaba mucho en aspectos gramaticales y cosas por el estilo, que a mí no
me atraían demasiado, y entonces elegí filosofía como segunda opción, ¡y no me
arrepiento en absoluto! Creo que he encontrado muchas satisfacciones (y alguna
utilidad para otros) en mi tarea como profesor de filosofía, pero mi vocación
fundamental es esa de lector. También las carreras de caballos, pero eso no
entra en mi currículum profesional.
-Hablando de
caballos, en tu última novela, Los invitados de la princesa, uno de los
personaje confiesa que “los gradas, las cuadras y demás, todo ello evoca para
mí las únicas experiencias que me atrevo a calificar de felices en mi vida”. ¿A
ti te sucede lo mismo?
-Si tengo que elegir un lugar donde he sido más feliz son
los hipódromos. El hipódromo es, en el imaginario de mi juventud y de mi
infancia (y, por supuesto, también de la madurez), el paraíso y el lugar de la
amistad. El paraíso tiene para mí forma de hipódromo, supongo que para otros
tendrá otra forma diferente. No es ni mucho menos un trabajo ni una ocupación
teórica, sino una pasión casi física. Y luego está la narración: me ha gustado
mucho leer narraciones y me hubiera gustado acertar a contarlas bien (creo que
lo he conseguido en alguna). Me gustan las narraciones que les gustan a los jóvenes
o, por lo menos, las que les gustaban a los jóvenes cuando yo lo era
(aventuras, fantasía, intriga, acción, etc.), y eso es lo que he procurado
escribir.
-En Misterio, emoción
y riesgo escribes que “la literatura popular ha constituido la alegría de mi vida
y mi más duradera pasión” y que “la historia más hermosa que jamás me han
contado es La isla del tesoro”. ¿Cómo concilias estas aficiones con tu
profesión de catedrático de filosofía?
-No sé si hay un paradigma obligatorio del profesor de
filosofía. Conozco algunos de ellos que solo leen trabajos académicos de sus
colegas en revistas especializadas, normalmente para criticarlos. Yo no he sido
así, nunca he tenido una vida académica en ese sentido; me parece una
aberración. Y, sin embargo, creo que no he sido un mal profesor. No he
renunciado a ninguno de mis placeres, he trabajado para vivir como a mí me
gustaba.
-Antes de hacer la
entrevista me decías que no te gustaba definirte como filósofo, pues era un
término muy grandilocuente, y que preferías considerarte un profesor de
filosofía....
-A mí lo de filósofo me parece estupendo, pero yo no me
considero un filósofo. Un filósofo es la persona que tiene la capacidad de
crear conceptos y una visión totalmente personal y distinta del mundo, de la
vida y de nuestra relación con él. Ya sabemos quiénes son los grandes: Kant,
Spinoza. Yo soy profesor, nada más. Un profesor de filosofía con cierta
capacidad de acercar lo que decían los grandes filósofos a la gente que quería
aprender de ellos y también de dar una modulación personal a esa enseñanza,
pero no he pretendido jamás compararme ni ponerme al nivel (ni siquiera por
debajo pero dentro del mismo rango) de los filósofos. Yo soy profesor, y
además, no lo digo con una especie de modestia tonta, sino que a mí me parece
que el mundo está lleno de genios y hacen faltan maestros. Yo he querido ser
maestro, nada más.
-En el último libro
que has publicado, Ética de urgencia, dices que “el educador tiene que ir a
contracorriente y ser antipático porque su trabajo consiste en frustrar”. ¿Qué
quieres decir?
-El educador no es un animador cultural, no es una especie
de presentador de televisión que tenga que sonreír permanentemente. El educador
tiene que ofrecer una resistencia al educando, pues todos crecemos apoyándonos
en lo que nos ofrece resistencia, como la hiedra. Hace falta algo que ofrezca
resistencia para que uno crezca hacia arriba y no se desperdigue hacia abajo o
hacia los lados, y los educadores somos quienes ofrecemos resistencia. Pero la
resistencia no siempre es vista como algo grato, sino como algo frustrante. El
joven tiene (o cree tener) ante sí una infinitud de posibilidades y el educador
frustra muchas de ellas para privilegiar otras que considera más importantes o
necesarias. Y ese trabajo no siempre es recibido con simpatía. Uno puede
procurar ser lo más grato posible al educando, pero sabiendo que la tarea misma
lógicamente te enfrentará con él antes o después. La cosa que más me repugna es
esos viejos que se pasan la vida halagando a los jóvenes, diciéndoles que son
estupendos, que saben más que nadie, que todo lo que hacen es la salvación del
mundo... A mí eso me parece la labor antieducadora por excelencia. El verdadero
corruptor de menores es ese que elogia a los jóvenes para caerles simpático.
De Ética de urgencia lo que me parece más valioso es mostrar
lo que yo he entendido como la tarea del educador. Yo contesto (o procuro
contestar) a preguntas y objeciones de los chicos y las chicas, y la mayoría de
las veces les llevo la contraria, pero sin agresividad (algo que me parecería
inapropiado en un educador). Además, les doy argumentos para que les pueda
seducir la opinión opuesta a la que mantenían. Creo que el educador lo que debe
hacer (y eso es lo que yo entiendo por “presentar resistencia”) es no seguir la
corriente, sino ofrecer algo diferente al que está educándose y abrirle un
camino que no había visto y que a lo mejor le resulta más interesante que el
que había tomado al principio. El ejemplo es también combatir la opinión
establecida, esas cosas que constantemente se dicen en los medios de
comunicación (como que “los políticos son malos”), oponerme a eso, mostrar la
otra cara, de tal manera que a la mayoría de los jóvenes que me escuchaban (no
digo que a todos les pareciera bien lo que yo decía) les pudiera parecer
aceptable pensar otra cosa. Y esa “otra cosa” que debe aportar el educador es
lo que he intentado aportar en ese libro.
-En esa línea de
atreverse a decir “otra cosa”, en este último libro hay algunas opiniones que
me han llamado mucho la atención. Parece como si Savater se hubiese
“derechizado”.
-Esa preocupación religiosa de salvar el alma, de que el
alma tiene que salvarse solo desde la izquierda y no desde la derecha, de que
la derecha es el pecado y la izquierda es la salvación, sinceramente no me
preocupa. Sobre todo hoy, cuando uno ha vivido lo suficiente como para conocer
personas decentes de izquierdas y de derechas y canallas de izquierdas y de
derechas. No es una preocupación que me inquiete. Creo que en este momento solo
hay un tipo de persona verdaderamente reaccionaria: el que conoce la verdad y
dice otra cosa, el que dice otra cosa por miramiento humano, por no querer
defraudar al que le escucha o por interés propio. Es verdad que a veces puede
que lo que uno crea que es verdad no lo sea (uno puede equivocarse), pero la
obligación de quien no es reaccionario es decir siempre lo que considera
verdad, a pesar de que eso le haga a veces impopular, a pesar de que eso le
haga granjearse enemigos, a pesar incluso de que haya personas que lo
consideren cruel, brutal, desesperanzador o todo lo contrario. Sobre todo en el
terreno de la educación. Yo, como educador, a los jóvenes solo les debo la
verdad. Siempre he intentado decir la verdad. Por supuesto que me habré
equivocado, pero todo lo que yo les he dicho es lo que en cada momento consideraba
verdad. Quizá en algunas ocasiones (y lo reconozco) no he dicho toda la verdad,
pero lo que he dicho siempre es lo que consideraba verdad. Nunca he dicho nada
que no considerara verdad por granjearme la simpatía de quien me escuchaba.
-Otra de las frases
más chocantes que he leído en Ética de urgencia es: “No se me ocurre otro
modelo que el capitalista”.
-En el mundo
conozco capitalismos de Estado, liberales, capitalismos paternalistas,
mediatizados por garantías sociales, pero no conozco otro régimen alternativo.
Comprendo que haya gente que ha soñado con trueques, la abolición del dinero,
el intercambio de favores…, pero yo no conozco otro sistema. Me parece que es
engañar a la gente decir: “El capitalismo es malo, pero hay otra cosa que se me
ha ocurrido a mí y a un amigo y es muy buena”. No creo que exista.
-¿Y qué opinas de
filósofos como Žižek, Badiou o Vattimo al afirmar que, tras la crisis económica,
es el momento del comunismo?
-El único
comunismo que yo he conocido es el que ha conocido todo el mundo: el comunismo
como capitalismo del estado, que es el único que ha habido; no conozco otro. El
que ha habido en Rusia, en China, el que hay en Cuba o Venezuela (que no sé si
llega siquiera a capitalismo de Estado). ¡No hay otro! A lo mejor a Badiou se le
ha ocurrido alguno. Me gustaría conocer sus cláusulas y saber si es algo que es
compatible con el mundo real. A mí se me pueden ocurrir millones de sistemas de
todo tipo (desde eróticos hasta económicos) inventados en el sueño de mi
gabinete que no tengan nada que ver con la realidad. Pero no sé hasta qué punto
eso puede servir a alguien.
-¿Y si el capitalismo
que se nos avecina es el que viene de China?
-El capitalismo es una cosa tan amplia que cabe en él un
montón de cosas. Cabe tanto el sistema de producción a la oriental que ha
existido en Rusia y en otros lugares como también los capitalismos protectores
que han existido en Europa del norte. Hay muchas formas de capitalismo. El
elogio del capitalismo o su denostación son dos cosas igualmente estériles,
porque hay tal cantidad de variedades dentro de ellos que no sé hasta qué punto
es muy significativo decir “No me gusta el capitalismo” o “Me gusta el
capitalismo”. “Sí, pero ¿cuál de ellos?”. Esa es la pregunta adecuada.
-Algunas de las
cuestiones más polémicas de este último libro –que pueden sorprender a los
jóvenes– son las referentes a la piratería en internet.
-Cuando tuve esa discusión veía cierta alarma en los
profesores que me rodeaban porque estaba, como dicen los ingleses, “pisando
donde los ángeles no se atreven a entrar”. Pero curiosamente me reconfirmó en
mi postura el que, al final de uno de esos debates (y eso no figura en el
libro), salí y una chica se me acercó arrebatada y me dijo: “¡Tienes razón!
¡Hay que luchar contra la piratería! ¡Es una vergüenza que se robe el trabajo
de los demás! ¡Eso no puede permitirse!”. Yo compartía su exaltación, pero le
dije un poco asombrado: “Parece que estamos tú y yo solos contra el mundo”. Y
ella me contestó: “Es que quiero ser escritora”. Entonces me pareció que esta
era la que había entendido el asunto.
-¿Qué piensas de las
manifestaciones del 25-S? Tus declaraciones sobre el 15-M fueron muy polémicas,
cuando les llamaste “hatajo de mastuerzos”.
-Lo que yo dije es que la gente que atacó a los parlamentarios
en Cataluña era un hatajo de mastuerzos y creo que me quedo corto. Pero no la
gente que se reunía pacíficamente a hablar de cosas importantes en la Puerta
del Sol…
-Entonces, ¿te
referías únicamente a los que utilizaron la violencia?
-El grupo de gente que se puso a atacar a los parlamentarios
o el grupo de gente que dice “vamos a cercar el Parlamento cuando esté de
sesiones, a esperar a ver si cae el Parlamento, si cae el Gobierno, si se
inventa una Constitución nueva” y nosotros estamos aquí como el cerco de los
Sioux en el fuerte, eso me parece una tarea de mastuerzos. Pero no la
discusión, no el que las personas protesten porque creen que sus derechos se
han conculcado. Son dos cosas diferentes. Por ejemplo, los del 15-M se
separaron del lema de las manifestaciones del 25-S. El lema era un disparate.
Incluso los grupos que quedaron del 15-M en un principio se deslindaron de ese
planteamiento (que era una barbaridad). Y no digamos el hecho de que un grupo
de señores ataque a los políticos que han sido elegidos por personas que tienen
el perfecto derecho de votar y elegir a quienes quieran. Ese ataque a los
políticos es un ataque a los ciudadanos que les han elegido. Y eso hay que
decirlo. Esos señores no solamente es que fueran unos mastuerzos, además eran
profundamente antidemocráticos en el sentido de que estaban atacando el derecho
de elegir representantes de los ciudadanos.
-Ellos dicen que esta
democracia no nos representa, pues es algo meramente formal, y por eso debemos
luchar por implantar una democracia real, más participativa.
-La democracia es lo que hay. La democracia evoluciona
históricamente, cambia, se puede mejorar. No hay una democracia ideal que esté
guardada en una urna. Cuando uno dice que esto es un metro auténtico es porque
en el Museo de Pesas y Medidas de París se conserva el metro patrón de todos
los metros, que es un metro de platino e iridio que está allí, inconsútil, y
entonces con ese metro se miden todos los metros que hay en el mundo. Pero no
hay una democracia en un Museo de Pesas y Medidas, una democracia hecha de
platino e iridio a partir de la cual se puedan medir todas las democracias de
todos los demás lugares. Eso no existe. Lo que existen son democracias
históricas y concretas, que han sido criticadas desde Grecia hasta ahora,
normalmente por los enemigos de la democracia (que querían empeorarla). El
Anónimo ateniense, por ejemplo, que es uno de los textos más célebres de la
época de la democracia clásica griega, ataca la democracia y dice que en el
fondo es una manipulación, que se paga a los pobres para que digan lo que
quiere un grupo de personas y todas esas cosas que luego hemos oído de otras
maneras. La democracia es la democracia histórica, la democracia real, que ha
evolucionado pero que no tiene un patrón inconsútil con el que medirla.
Estoy convencido de que hay infinitas cosas que mejorar en
la democracia actual que tenemos en España y, de hecho, algunos nos molestamos
en llevar nuestra indignación hasta formar un nuevo partido (cuando se decía
que no existía esa posibilidad), introducir planteamientos distintos, reclamar
mucho antes que otros listas abiertas, etcétera. Todo eso me parece perfecto.
Lo que no se me ha ocurrido nunca es coger un garrote, ir a la puerta del
Parlamento y, cuando salga un parlamentario, pegarle porque yo considero que
soy bueno y el parlamentario malo. Eso es de mastuerzos.
Suena el timbre que anuncia el fin de la clase y le
agradezco que se haya prestado al experimento. Los alumnos aún no se lo acaban
de creer (y yo tampoco). ¡Incluso ha contestado a algunas de sus preguntas!
Ellos conocen mi devoción por este filósofo, que tanto me influyó en mis años
mozos y cuyo último libro me ha hecho ser más consciente de cómo me he alejado
del “maestro” en algunas cuestiones. ¿No es lo que él defiende? Como él ha
escrito en Diccionario filosófico, el mejor método para aprender filosofía es
“buscarse a un filósofo auténtico y observarle con la atención más próxima
hasta que se nos despierte el hábito razonante, y luego sacudírselo de encima
con la mayor energía posible”.
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