Por Fernando Gutiérrez
Ahora hay una nueva consigna entre los precandidatos que quieren
postularse por el kirchnerismo: apropiarse de la figura de Juan Manuel Urtubey,
el gobernador salteño que acaba de imponerse de manera contundente en las
elecciones primarias de su provincia.
Así, dirigentes como Daniel Scioli y Florencio Randazzo, que
últimamente se han dedicado más a enfatizar sus diferencias que sus
coincidencias, dejaron por un momento de lanzarse dardos mutuamente para
coincidir en un tema que no es la consabida repetición de elogios a Cristina
Kirchner. Ambos intentaron imponer la lectura política que llevará agua para su
propio molino.
Así, el bonaerense afirmó: "Lo que se ha expresado en Salta
es lo que siento que vamos en camino a lograr a nivel nacional; a que el pueblo
argentino vote en ese mismo sentido, lo previsible, lo confiable, lo superado,
el futuro sobre el pasado".
Mientras, Randazzo interpretó el resultado salteño como "un
importante apoyo para el Gobierno nacional" y una demostración de que
"la gente reconoce la recuperación de los ferrocarriles, la vuelta de
Aerolíneas y la nacionalización de YPF".
La cosa no quedó ahí, sino que, sin que hubiera pasado siquiera un
día de la elección primaria, ya corría la especulación sobre que Scioli podría
ofrecerle a Urtubey el lugar de vicepresidente en su fórmula electoral.
Quien no conozca el panorama político argentino podría llegar a
pensar que el salteño es una figura de tal carisma que su solo acompañamiento a
una candidatura puede llegar a definir una elección.
Pero no es así. Y es por eso que sorprende la cantidad de halagos.
Por cierto, Salta representa apenas el 3% del padrón electoral nacional. Si
bien no hay que olvidarse que de La Rioja -con un electorado cuatro veces más
pequeño-, surgió en los '80 el liderazgo de Carlos Menem.
En rigor de verdad, más allá de que se lo había incluido en la
lista de los dirigentes jóvenes con futuro político, hasta ahora nadie se había
animado a ver en Urtubey un candidato de proyección nacional.
Más bien, podría decirse que lo que ocurre con el salteño es que
se puso súbitamente de moda. Así es el poder de los resultados electorales: una
victoria contundente, con 14 puntos de diferencia frente a un candidato apoyado
por Sergio Massa y Mauricio Macri hace que todos los kirchneristas pugnen por
querer transformar a Salta en la Argentina.
No es la primera vez que ocurre. Jorge "Coqui"
Capitanich tuvo su momento de gloria, cuando en el agridulce festejo por las
legislativas de 2013, se transformó fugazmente en el héroe del kirchnerismo.
Aquella noche en la que el Frente Para la Victoria fue derrotado
en la mayoría de las provincias, Capitanich resultó elegido por Cristina para
dar un mensaje optimista en una comunicación vía satélite. Poco tiempo después
era nombrado jefe de Gabinete, en medio de versiones sobre su casi segura candidatura
presidencial para 2015.
A Urtubey le toca ahora ser el personaje del momento. Y parece
tomarlo con sobriedad y mente fría: por lo pronto, ya mandó a avisar que no
cederá a la candidatura a vicepresidente en estas elecciones y que cumplirá su
tercer mandato para gobernador con la intención de seguir construyendo una
carrera de alcance nacional.
Una fisura
imposible de ocultar
Más allá de lo que ocurra con el gobernador salteño, lo que en
definitiva ha quedado en claro tras esta victoria es la persistencia de una
fisura interna en el oficialismo, que no ha podido ser disimulada por la
sobreactuación de fe kirchnerista que Scioli viene realizando.
Por lo pronto, el sólo hecho de que se haya dejado correr la
versión de que Urtubey pudiera integrar la fórmula junto a él, marca un punto
de inflexión sobre el clima de "reconciliación" que se quiso
transmitir en las últimas semanas, cuando se venían dando guiños a favor de que
el nombre de Axel Kicillof fuera el que estuviera en las boletas del sciolismo
como vice.
Peor aun, mientras todos los oficialistas celebraban como propio
el triunfo salteño, desde las propias filas del gobernador surgió un ruido en
un tema hipersensible, como es el dólar.
Las declaraciones de Miguel Bein, principal asesor económico de
Scioli, en el sentido de que se debería cerrar ya mismo las ventanillas de
venta de "dólar ahorro" provocaron una mini tormenta, tras la cual el
titular del Banco Central, Alejandro Vanoli, fue obligado a salir a hacer
declaraciones tranquilizadoras.
En el bando de los kirchneristas más inclinados hacia la
izquierda, que no disimulan su desconfianza hacia el mandatario bonaerense,
este hecho fue tomado con disgusto.
Es el caso del analista y encuestador Artemio López, quien ya lo
había responsabilizado por la derrota en las legislativas de 2013 y ha venido
abogando porque Cristina, en vez de ceder a los consejos de moderar su
discurso, radicalice más sus posturas.
Para López "algo huele mal en el sciolismo", de donde
supone que salió la iniciativa de la UIA para poner un tope a las paritarias.
Y, respecto de la polémica sobre el dólar ahorro, la califica como "un
petardazo al plexo de la transición a octubre".
Cristina
juega sus cartas
En medio de esta "tensa calma" en la interna
kirchnerista, hubo un gesto que se destacó como señal política: la convocatoria
de Cristina Kirchner a Urtubey para reunirse a solas en la quinta de Olivos.
Rápida de reflejos, la jefa de Estado hizo su propia jugada a la
hora de apropiarse del triunfo en Salta.
Y es que, si de algo el kirchnerismo sabe mucho, es sobre que la
interpretación de los hechos políticos pueden llegar a ser más importantes que
los hechos en sí mismos. Sigue valorando eso que en el ámbito político ha dado
en llamarse "el relato".
Cristina, como todo el kirchnerismo, sabe que Urtubey refleja un
triunfo del "estilo Scioli" antes que el de La Cámpora. De hecho, la
propia prensa oficialista caracterizó al salteño como "un díscolo real o
eventual para los códigos kirchneristas".
El analista Eduardo Aliverti apunta que Urtubey "ha sabido
diferenciarse del modelo porque en algún momento quiso emerger como
presidenciable autónomo, con la imagen típica del político joven y pragmático
que sería capaz de arrimar cierto aire fresco a la férrea estructura
conservadora de la provincia".
Y no se le escapa el detalle de que, al mismo tiempo que el
kirchnerismo celebra la derrota de Juan Carlos Romero, el candidato de Massa,
también se produjo en Salta un fuerte avance del Partido Obrero. Para el sector
"cristinista" -al que le gusta calificarse como la verdadera
izquierda del arco político nacional- esta situación es toda una señal de
alarma.
En este contexto, el objetivo de CFK es claro: que el triunfo de
Urtubey no sea percibido como un avance de la figura de Scioli sino como un
peldaño más en la recuperación de ella misma.
Las últimas semanas habían consolidado la idea de que Cristina
había superado su peor momento, al haber asimilado el golpe de la traumática
muerte del fiscal Alberto Nisman. Y que ahora, sobre la base de una
estabilización económica y una serie de anuncios en cadena nacional, tendría
campo como para recuperar el protagonismo.
Pero, acaso más importante, de lo que Cristina se ha preocupado
por dejar en claro es que ella sigue siendo la gran electora en la interna
kirchnerista.
Es por eso que sigue cultivando su política de secreto sobre
preferencias personales, al tiempo que va dando señales en forma de gestos,
elogios o cercanía con la que ubica a losprecandidatos en los auditorios de sus
actos.
Al convocar a Urtubey, hay un mensaje claro hacia la interna
oficialista: en Salta no ganó Scioli, ganó "el modelo". Es decir,
ganó Cristina.
La eterna
batalla por la interpretación
Hay analistas que creen que la mejora en la imagen pública de
CFK -que algunas encuestadoras
cuantifican en 5 puntos respecto del momento de la muerte de Nisman-, no
necesariamente implica un deseo de continuidad del "modelo" por parte
del electorado.
Como destaca Marcos Novaro, director del Centro de Investigaciones
Políticas, cuando se le pregunta a la gente no por su opinión sobre Cristina,
sino sobre sus políticas concretas, entonces el nivel de apoyo cae
sustancialmente.
Es una situación aparentemente contradictoria, a la que los
politólogos tratan de buscarle explicación en el hecho de que la población
sigue apreciando ciertos valores personales que ella transmite.
"Cristina sigue siendo una líder potente, valorada por dotes
personales reconocibles: coraje, autenticidad, resistencia", observa
Novaro.
Y agrega que en un contexto en el cual la población percibe como
negativa la debilidad de un mandatario, "acompañarla y sostenerla parece
ser bastante razonable, casi un acto en defensa propia".
Pero votar es diferente a contestar una encuesta. Quedó muy en
claro en Salta, donde tal vez los grandes perdedores hayan sido los
encuestadores, que habían pronosticado un resultado "cabeza a cabeza"
entre Urtubey y Romero.
Este error de medición se está convirtiendo en otro nuevo
protagonista de la campaña. Cada vez se escucha más voces que de forma
explícita hablan de errores metodológicos, cuando no de falta de imparcialidad.
¿Quién debe festejar por los desaciertos de las encuestas? En
principio, parece claro que Scioli tiene motivos para sonreír.
Lo ocurrido en Salta ha dejado en claro que el peronismo goza de
excelente salud y que su candidatura tiene una base sólida, posiblemente
subestimada por encuestas demasiado focalizadas en la opinión pública de los
grandes centros urbanos.
Mientras tanto, Cristina trata de sacar rédito de este momento,
aun cuando el resultado de Salta pueda ser interpretado más como un deseo de
cambio que de continuidad del "modelo". Es reconocida su habilidad
para transformar situaciones desfavorables en noticias positivas.
Ahora es el turno de apropiarse de Urtubey. En las próximas
semanas, aguarda un desafío más interesante.
Habrá elecciones en Mendoza y Santa Fe, donde el kirchnerismo no
tiene chances, pero donde habrá algún candidato opositor al Gobierno -ya sea
del PRO, del socialismo, del radicalismo o del peronismo opositor- que emergerá
como perdedor.
En ambos casos, habrá que sacar jugo de la derrota.
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