Por Fernando González |
Sólo hay que observar los últimos hechos para entender cómo
va a terminar su gestión la Presidenta. Será a su aire y jugando a fondo la
estrategia de confrontar hasta el último minuto. La decisión del Banco Central
de presionar al Citibank y la respuesta de la Cancillería argentina a una
opinión negativa de una funcionaria estadounidense sobre nuestra economía son
señales inconfundibles que van en la misma línea de las denuncias contra el
banco HSBC por cuentas bancarias de argentinos en Suiza y que el marketing de
las maniobras financieras contra los fondos buitres, acreedores de la deuda
argentina en default.
Como Led Zeppelin, la canción es la misma. Promover la idea
de que se está articulando una batalla contra el poder económico internacional
para ocultar las debilidades actuales de una economía deficitaria por donde se
la mire; envuelta sin remedio en un proceso inflacionario y con un
desequilibrio entre los más ricos y los más desamparados tan notorio que el
Gobierno no se atreve siquiera a hacer públicas las cifras alarmantes de la
pobreza.
El resto es jueguito para la tribuna, que por cierto ha sido
amplia en el pasado reciente y muy receptiva a comprar los argumentos épicos
del kirchnerismo. Cristina ajusta las clavijas de su poder menguante en el
plano interno (como bien lo cuenta Luis Majul en su columna de hoy en El
Cronista), y despliega su arsenal de fuegos artificiales en el escenario
internacional. La respuesta del canciller, Héctor Timerman, a las críticas que
la subsecretaria para el Hemisferio Occidental de EE.UU., Roberta Jacobson, le
hizo a la economía argentina (dijo que la veía en muy
mala forma) tiene momentos desopilantes.
Como aquel en el que señala
que el 70% del planeta tiene una
distribución del ingreso más igualitaria que la de
los estadounidenses, sin citar fuentes estadísticas
pero producto de la crisis subprime que obligó a la primera potencia del mundo
a hacer ajustes, a salvar a sus bancos y a subsidiar a su industria.
La respuesta a EE.UU. fue parte de un cóctel de semana santa
que incluyó la ofensiva del titular de la AFIP, Ricardo Echegaray, contra el
HSBC por las cuentas de argentinos en el exterior reveladas por un arrepentido.
Y la andanada del Banco Central contra el Citibank por priorizar los fallos de
la justicia estadounidense en detrimento de las decisiones del Gobierno en el
pago a los acreedores de la deuda en default. El conflicto contra los
referentes del poder económico internacional enciende el corazón de Cristina y
emborracha de entusiasmo el costado más irresponsable de funcionarios como Axel
Kicillof o Alejandro Vanoli.
Todos ellos están convencidos que la suma de estas cañitas
voladoras los ayudarán a obtener un resultado más decoroso en las elecciones
presidenciales. Profundizando la grieta con el resto de la dirigencia
opositora, e incluso con muchos de los propios. No importa el futuro, sino sólo
el presente. Y parecen haber convencido a los adversarios porque Mauricio
Macri, Sergio Massa y Margarita Stolbizer han polarizado sus estrategias de
campaña. Es Cristina o los otros. Una secuencia dramática muy atractiva para la
narrativa del periodismo pero espantosa para el desarrollo de un país que
necesita el oxígeno simple de las decisiones racionales entre el gobierno que
se va y el gobierno que viene.
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