Una inflación elevada
no se baja sólo reduciendo
la emisión de dinero y el déficit fiscal
Por J. Valeriano Colque (*) |
Mauricio Macri
mencionó, y Carlos Melconián justificó, un objetivo de 10% de inflación durante
el primer año de su eventual gestión. Tal cosa es difícil y, en todo caso,
posible sólo con una estrategia distinta de la planteada. Mauricio Macri planteó esta semana su objetivo, en caso de
llegar a la Presidencia en diciembre de 2015, de lograr una inflación en torno
al 10 % en su primer año de gestión.
Su asesor económico Carlos Melconián planteó luego en varios
medios que tal objetivo es posible, y que la forma de hacerlo es reduciendo
drásticamente la emisión monetaria a partir de una reducción del déficit fiscal
(se supone que recortando gastos, ya que no está en los planes aumentar
impuestos sino, por el contrario, reducirlos) y de financiamiento genuino del
déficit remanente (se supone que colocando deuda pública).
Ambas declaraciones, pero especialmente las de Melconián,
reflejan un diagnóstico simplista de un fenómeno tan complejo como el de la
inflación (lamentablemente no son los únicos. En el fondo, el argumento es: si
el exceso de emisión de dinero de los últimos años ha generado alta inflación,
reducir drásticamente la emisión de dinero debería permitir bajarla
rápidamente.
La inflación elevada no funciona de ese modo. Una emisión
excesiva de dinero genera inflación pero, una vez que la inflación ya es
elevada, comienzan a operar procesos económicos que hacen que una reducción en
el ritmo de emisión de dinero no reduzca la inflación.
Así fracasó la política anti-inflacionaria monetarista de
José Alfredo Martínez de Hoz en 1977 y 1978. Redujo la cantidad de dinero, en
términos reales, es decir, descontando inflación,en un 15 % entre junio del ’77
y junio del ’78, y la inflación pasó del 149 % anual en junio del ’77 al 189 % anual
en junio del ’78. Y la economía se hundió en una recesión, como consecuencia de
las altas tasas de interés generadas por la contracción monetaria.
Así fracasó también la política económica este año. El Banco
Central redujo la cantidad de dinero, en términos reales, un 17 % entre julio
de 2013 y julio de 2014, y la inflación pasó del 25 % anual en julio de 2013 al
40 % anual en julio de 2014, con la economía en medio de una recesión. Igual
resultado, en magnitudes diferentes, que el obtenido por Martínez de Hoz. Esto
no debería sorprender, de hecho, lo que está ocurriendo hoy. Así suelen
fracasar los planes anti-inflacionarios monetaristas.
Porque una vez que la inflación es alta, se activan procesos
de inercia inflacionaria por los cuales salarios aumentan porque subieron los
precios y precios aumentan porque subieron los salarios. Un círculo vicioso que
no se rompe ni se modera reduciendo la emisión de dinero. Un fenómeno
directamente ignorado por los enfoques monetaristas.
Si el Gobierno que asuma en diciembre de 2015 reduce
drásticamente el déficit fiscal o consigue suficientes fuentes de
financiamiento externo (ambas cosas muy difíciles de lograr durante los
primeros meses de gobierno), y puede así reducir drásticamente la emisión de
dinero, ¿logrará convencer a los sindicatos, con paritarias que comenzarán a
pocos meses de iniciada la gestión, de que acepten aumentos salariales en torno
al 10 %, para permitir una inflación de ese nivel durante 2016?
Si no lo logra, y los aumentos salariales son del 30 % o 40
%, algo razonable teniendo en cuenta la inflación que seguramente habremos
tenido en 2015, los precios subirán a lo largo de 2016 presionados por los
aumentos de costos asociados a aquellos aumentos salariales.
Imposible, en ese contexto, lograr inflación del 10 %, aun
habiendo reducido drásticamente la emisión de dinero. Con el agravante de que
reducir la emisión de dinero mientras precios y salarios siguen la inercia
previa es muy recesivo, como lo muestran las experiencias de finales de los ‘70
y de este año.
Claro que el próximo Gobierno podría lograr acuerdos de
precios y salarios compatibles con una inflación del 10 % anual y acomodar la
política fiscal y monetaria para que todo cierre (con la dificultad de contener
la inflación mientras aumentan las tarifas por reducción de subsidios). Esa es
la lógica de los planes anti-inflacionarios heterodoxos.
Pero para eso hay que entender que una inflación elevada no
se baja sólo reduciendo la emisión de dinero y el déficit fiscal.
Es decir, es necesaria una estrategia diferente a la
propuesta por Melconián.
La Propuesta de Massa
Sergio Massa, con aspiraciones a gobernar el país desde
2015, repitió, como lo viene haciendo desde el año pasado, su propuesta para
bajar la inflación. Consiste en fomentar la inversión y atraer capitales
externos.
Es un mensaje que suena bien. Nadie podría estar en contra
de promover inversiones, y hasta el actual oficialismo está tratando de obtener
dólares en el exterior. Pero es un mensaje sin consistencia. Así no se reduce una
inflación del 30 % anual.
El razonamiento, común entre muchos políticos, e incluso
economistas, como algunos de los que asesoran a Massa, es el siguiente. Si hay
inflación elevada, es porque la demanda de bienes es mayor que la oferta de
bienes. Por lo tanto, en lugar de reducir la demanda de bienes (algo que ningún
político quiere hacer) conviene aumentar la oferta de bienes. Y para eso hacen
falta inversiones.
La ficción del razonamiento está en el hecho de que las
inversiones son siempre primero más demanda de bienes y luego más oferta de
bienes. Cuando las empresas invierten, demandan distintos bienes, como
maquinarias, herramientas, computadoras, materiales de construcción, entre
muchos otros. Y recién luego de que esas inversiones maduran, lo cual puede
llevar mucho tiempo en algunos sectores, comienza a aumentar la capacidad de
producción de los bienes para los cuales se realizaron las inversiones.
En un contexto de alta inflación, agregar más demanda de
bienes (la demanda de bienes de capital) aumenta, en lugar de reducir, los
desequilibrios entre demanda y oferta de bienes y por lo tanto aumenta, en
lugar de reducir, la inflación. Hay que fomentar las inversiones, claro que sí,
pero por otros motivos. El fomento a las inversiones tendría que formar parte
de una agenda para el crecimiento, pero no de la agenda anti-inflacionaria.
La inflación es un fenómeno complejo. Tal vez uno de los
fenómenos más complejos de la economía, y seguramente por ese motivo sigue
habiendo en Argentina tanta confusión al respecto, a pesar de tantas décadas de
inflación crónica.
Pero el mundo aprendió cómo se baja una inflación elevada, y
en Argentina tenemos una historia muy rica al respecto, con planes
anti-inflacionarios que han funcionado (pocos) y que han fracasado (muchos).
Cuando la inflación es baja, la clave para reducirla son las
políticas macroeconómicas vinculadas al déficit fiscal, la emisión monetaria y
el tipo de cambio. Por eso Brasil, cuando quiere bajar su inflación (digamos,
del 6,5 % al 5,5 % anual) reduce gasto público, sube tasas de interés o aprecia
su moneda, o hace una combinación de estas políticas.
Cuando la inflación es alta, la clave para reducirla es
combinar equilibradamente políticas macroeconómicas (fiscales, monetarias y
cambiarias) con políticas de ingresos. Estas últimas tienen múltiples formas,
desde acuerdos con empresarios y sindicatos, hasta congelamientos de precios y
salarios, con un objetivo común: moderar el ritmo de aumentos de precios y
salarios, para reducir el proceso de “inercia inflacionaria”, por el cual, si
todos creemos que la inflación será del 30 %, todos tratamos de ajustar precios
y salarios por el 30 %, y la inflación termina entonces siendo del 30 %.
Martínez de Hoz fracasó a fines de los 70 por aplicar
políticas macroeconómicas sin suficientes políticas de ingresos. Gelbard/Gómez
Morales/Rodrigo fracasaron a mediados de los 70 por aplicar más políticas de
ingresos que políticas macroeconómicas. Sourrouille acertó en 1985 aplicando
equilibradamente ambos tipos de políticas, pero fracasó entre 1987 y 1989
cuando volvieron el déficit fiscal y la emisión monetaria, y sólo quedaron, del
plan original, los congelamientos de precios.
Argentina está nuevamente en una situación delicada como
consecuencia de políticas económicas equivocadas. Seguirá repitiendo fracasos
si quienes pretenden gobernarla, y sus asesores, no han aprendido suficiente de
nuestra larga y dramática historia económica.
(*) Economista
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